El sur de la provincia alicantina, que engloba la Vega Baja, es la región de la Comunidad Valenciana y una de las del territorio nacional que se encuentra más expuesta a la actividad sísmica. En esta zona son ciertamente frecuentes los microterremotos que son percibidos por la población. El último se registró el pasado lunes, con epicentro en Torrevieja y alcanzó 2,4 grados en la escala de Richter. Estos pequeños sismos se explican por el movimiento constante de las pequeñas fallas que conforman la comarca y ayudan a que se vaya liberando energía, lo que evita seísmos de mayor magnitud. Es justo lo contrario de lo que ocurre en muchas zonas de Italia, cuyas fallas son de grandes longitudes y más proclives a generar catástrofes como la registrada ayer. No obstante la Vega no está exenta de la posibilidad de sufrir un terremoto de similares dimensiones, aunque las probabilidades son muy pocas.

El director de la Unidad de Registro Sísmico de la Universidad de Alicante (UA), José Juan Giner, explicó ayer a INFORMACIÓN que los pequeños temblores que se producen en la Vega Baja «alivian la tensión» del subsuelo, y eso es algo que transcurre con normalidad durante todo el año y que viene sucediendo durante siglos. El experto en sismología apuntó que no se puede establecer ninguna conexión entre los sismos que se van registrando en la provincia de Alicante, como el último en Torrevieja, con el sufrido en Italia porque son dos estructuras geológicas totalmente distintas. No obstante, es cierto que en la Vega existe la posibilidad de que se registren grandes terremotos y eso es algo que documentó la propia UA, que determinó que esa es la zona de la provincia dónde hay mayor riesgo de que se produzca un terremoto de gran magnitud en un periodo de retorno de 500 años, destacando especialmente Torrevieja y localidades como Benijófar, Bigastro, Almoradí, Formentera del Segura, Catral o San Fulgencio. De hecho, es de sobra conocido el gran seísmo que en 1829 causó decenas de muertos y arrasó poblaciones enteras en el sur de Alicante. Aun así, no hay motivos para alarmarse, insiste el profesor Giner.

Sensores detectores

El director de la Unidad de Registro Sísmico explicó que la Universidad de Alicante, en colaboración con el Consorcio Provincial de Bomberos, sigue muy de cerca los sismos que se registran en la provincia a través de los sensores que mantienen en la Font Roja. Desde allí se recogen datos de los movimientos de la corteza terrestre que se envían después al Instituto Geográfico Nacional. El mismo señaló que vaticinar un terremoto de grandes magnitudes no es posible y consideró que lo que se debe de hacer es apostar por la prevención. En este sentido, dijo que las administraciones públicas organizan cada año cursos de formación para profesionales a nivel local y provincial, mientras el Instituto Valenciano de la Edificación también realiza cursos vinculados a realizar estudios de peligrosidad y vulnerabilidad, al tiempo que se mantienen convenios con los consorcios de bomberos. Todo un engranaje para estar preparados ante una posible catástrofe que muchas veces el ciudadano desconoce.

«Lo importante es conocer el fenómeno, saber cómo se va a producir, cuáles son las medidas a tomar cuando suceda y cuáles son las zonas que más afectadas pueden resultar», prosiguió el profesor.

Pero, ¿está preparada la provincia de Alicante para responder ante una catástrofe de grandes dimensiones? En opinión de este experto en sismología se puede decir que sí porque en los últimos años, sobre todo, se han intensificado las acciones formativas y protocolos para coordinar una repuesta a este tipo de fenómenos. Y eso es algo que parece que se tomó más en serio desde que ocurrió el terremoto de 2011 en la cercana localidad de Lorca (Murcia). No obstante, esas situaciones de urgencia son impredecibles y no es posible determinar qué pasaría con total exactitud.

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