Mucho se está hablando y escribiendo -sobre todo después de las intentonas fallidas para formar Gobierno- de los recortes en Sanidad o Educación. Y de algo tan básico como, según la Constitución, el derecho al trabajo o a tener una vivienda digna. En nuestro país casi siempre se tiene más en cuenta lo de «la paja en ojo ajeno que la viga en el propio», por aquello de que el deporte nacional ha sido -¡y sigue siendo!- el «critiqueo» y la «envidia». No, no me refiero a actitudes personales, que luego se me malinterpreta y, para algunos, soy lo peor de lo peor, la octava plaga de Egipto y casi el autor intelectual del atentado en el que murió del General Prim, ex presidente del Consejo de Ministros de España o el culpable de todos los males, aunque, como ya dije en mi última tribuna, la culpa -según la teoría de mi amigo Javier Gómez Alcaraz- la tiene el Barsa. Me refiero a actitudes públicas; esas de las que todos hablan y nadie cumple. Siempre he mantenido que «no es lo mismo predicar que dar trigo» porque cuando «se toca pelo» -cuando se está en el poder- se ven las cosas desde otro punto de vista, con otra perspectiva y otra dimensión, casi siempre equivocada, porque, en la mayoría de los casos, se defienden intereses que poco o nada tienen que ver con los de la comunidad y mucho o todo con los propios.

Joaquín Sabina, Javier Krahe y Alberto Pérez (La Mandrágora), en la canción «Círculos viciosos», dicen cosas muy interesantes para tratar de explicar algunas conceptos. Así, en la primera estrofa, el tío del bombín más famoso de España, después del fallecido José Luis Coll, dice: «Quisiera hacer lo que ayer, pero introduciendo un cambio/no metas cambio Silario que está el jefe por ahí. ¿Por qué está de jefe?/ Porque va a caballo. ¿Por qué va a caballo?/ Porque no se baja. ¿Por qué no se baja?/Porque vale mucho. ¿Y cómo lo sabe?/Porque está muy claro. ¿Por qué está tan claro?/Porque está de jefe». Y como es el jefe hay que hacer lo que él diga y no lo que haga, no vaya a ser que se líe la mundial y nos vayamos a volar la milocha antes de que se persigne un mono loco.

El «haz lo que yo diga y no lo que yo haga» se ha convertido -según todas mis consultas- en «un emblema de la hipocresía, en el resumen más preciso del doble discurso, aludiendo a los que, basados en su poder y parapetados en una ruin impunidad, pretenden que los demás cumplan con lo que ellos no pueden o no quieren», siempre hablando de quienes nos desgobiernan, tanto a nivel local, provincial, autonómico o nacional. Lo matizo, porque no vaya a ser que alguien se dé por aludido y no me refiero a nadie en concreto.

Mucho se está criticando al partido que gobierna, con carácter eventual, por el hecho de que puede hacer -y en algunos casos ha hecho- recortes en Sanidad o Educación, mientras que quienes critican y les ponen a caer de un burro hacen lo mismo sin el más mínimo escrúpulo. A saber, las cuestiones en materia de educación están transferidas a las comunidades autónomas -¿o no?- y en lo que se refiere a la nuestra -la Valenciana- se están cerrando aulas para los críos; se está viendo la posibilidad de anular concesiones administrativas de centros hospitalarios gestionados por empresas privadas y que funcionan bien, como el Hospital del Vinalopó -en Elche- o el de Torrevieja. Es decir; «haz lo que yo te diga, pero no lo que yo haga». ¿Es que en éste país, en la Comunidad Valenciana, en la provincia de Alicante, en la Vega Baja y en Orihuela, en particular, no hay cosas más importantes que resolver que fomentar lo que considero división social?.

Soy respetuoso con la Ley de la Memoria Histórica, pero un partido con representación parlamentaria -concretamente su exsecretario general- planteó -bajo mi punto de vista- la mencionada ley de tal forma que -a lo mejor queriendo- desempolvó el concepto -casi superado- de «las dos Españas» de las que hablaba Machado.

Ahora parece que se quiere levantar otra polémica con la obligatoriedad de la enseñanza del valenciano. ¿Otra vez la misma historia?. Ese debate estaba cerrado, pero los padres de la patria valenciana -los de los países catalanes del sur- han abierto la veda y otra vez habrá polémica, por lo menos en la Vega Baja. Soy valenciano parlante -bueno, chapurreo el valenciano-, pero mi lengua materna es el castellano y nadie me va a obligar a que cambie, aunque me recuerden que tengo que hacer lo que ellos digan pero no lo que hagan, porque quien tiene esta máxima como principio suele ser un jefe que considera que «su palabra es la ley», como la del cantante de rancheras Vicente Fernández. No me gustan las imposiciones, ni siquiera las que dicen que yo hago, porque no me gusta que me marquen el ritmo de la música y del baile. ¡Con tu permiso y si no te importa, bailo con quien quiero y como quiero!.