No es una subasta al uso, al por mayor, la de grandes empresas mayoristas de distribución. Ni mucho menos, una pescadería. Es la subasta de pescado en primera venta de Guardamar del Segura donde todo el mundo, hijos del pueblo, residentes habituales y turistas, pueden participar para llevarse un puñado de pescado de primera calidad, desembarcado minutos antes por pesqueros artesanales en los amarres de la desembocadura del Segura.

Cualquiera puede acercarse a primera hora de mañana la lonja de esta población a contemplar una de las comercializaciones más peculiares de pescado de España. También lo es porque desde hace diez años la dirige una mujer, la guardamarenca Sonia Tevar Antón, que lo mismo te habla con desparpajo de las diferentes especies de mújol, que aliña el canturreo de la subasta a la baja con sugerencias de preparación del rancho de pescado que ha puesto a la venta para que alguien se anime a levantar la mano.

No hace falta más. Ni siquiera madrugar, porque la venta comienza a las diez. Llegar a la zona portuaria de Guardamar, situada al norte del casco urbano, aparcar -previo pago parking, eso sí- y escoger entre las bandejas que se ofertan ese día, los ranchos, que difícilmente superan el kilo de peso, lo que a uno más le guste. Ya sean salmoneticos roqueros, moralla entreverada de raspallones, o galeras, que por poner un ejemplo, el día que se realizó este reportaje, saltaban todavía vivas de la caja para zafarse de la subasta.

Se alza la mano cuando el precio es el que se tiene en mente, y mentalmente también, la subastadora calcula el IVA que se le debe imponer. Y listo.

Los precios pueden llegar a ser inmejorables. Por ejemplo, en esta ocasión un comprador -casi todos particulares, muy pocas empresas o restaurantes- se ha llevado a casa 800 gramos de salmonete pequeño por siete euros.

La única salvedad que se impone a esta subasta abierta al público es la venta del famoso langostino de Guardamar, que de ese hay que comprar al menos un kilo para entrar en la puja, y hay que tener en cuenta que en primera venta no está bajando de los cuarenta euros el kilo, que -por supuesto- los vale.

Contemplar cómo los pescadores de artes de menores en la gola del Segura «saltan» el pescado y lo preparan con «nieve» para que se conserve en perfectas condiciones, y asistir a su venta en la lonja es una de las estampas más auténticas que se puedan contemplar hoy día en el litoral de la Vega Baja.

Y es un atractivo turístico más en Guardamar. Los turistas del Inserso no se pierden una, pese a que en el propio recinto portuario las terrazas junto al mar y la marina deportiva, pegadas a la lonja, recuerdan que hace mucho que Guardamar dejó de ser un pueblo pesquero. La mayoría de los compradores son vecinos de los pueblos del interior de la comarca de la Vega Baja.

Flota artesanal

«Los turistas que llegan con pamela y protector solar son los que terminan pidiéndote que les limpies el pescado. Y ahí es donde decimos que no somos una pescadería», dice la subastadora, mientras recuerda entre sonrisas con la clientela habitual, muchas de las anécdotas que ha vivido en esa relación especial que se da en las poblaciones donde confluyen turismo de masas y la tradición de antaño. Quizá esta forma de venta sea heredera del tipo de flota que faena en Guardamar, apenas media docena de barcos de artes menores, que calan las redes al caer la tarde y las recogen a primera hora del día siguiente, y de la ancestral venta puerta a puerta de las saranderas. Mujeres que recorrían las calles de Guardamar y comercializaban el pescado sin mediar subasta. Todavía quedan dos saranderas en el municipio.