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«Quiero ser un nombre, no un número»

Una joven de 25 años ruega al Juzgado de Violencia Sobre la Mujer de la ciudad que señale ya el juicio contra su expareja

Imagen de la joven que pide que se agilicen los plazos de la justicia. Tony sevilla

«Quiero seguir siendo un nombre, no un número». Cristina, 25 años, pide ayuda. Su expareja está acusada de violencia doméstica, pero el juicio que debería alejarlo de ella para siempre, no llega. No se señala, ni se celebra. De ahí su desesperación. De ahí su impotencia. Tras la última agresión que sufrió el pasado mes de abril, el Juzgado de Violencia Sobre la Mujer de Torrevieja estableció medidas cautelares para que aquel no se acercara a menos de 500 metros del lugar de trabajo y residencia de esta joven que solo desea llevar una vida normal. Porque Cristina, que tampoco es Cristina porque el miedo le quita hasta el nombre, no puede vivir como debería. Empezando por ese dispositivo de localización que debe llevar encima a todas partes, porque en ello le va la vida, y que señala, asegura, que desde entonces esa orden de alejamiento se ha infringido en 90 ocasiones. En 90 peligros mortales.

En estado de alerta permanente, Cristina ha formalizado denuncia diez veces por incumplimiento de la orden de alejamiento en los últimos siete meses. Y sólo lo ha hecho en los casos en los que temió directamente por su vida viéndole la cara a su agresor. Pero estas diez denuncias se van acumulando sobre otras anteriores, ampliándolas, sin que sirvan para poner remedio a su situación y recuperar el derecho a vivir con libertad. No es fácil. Tiene asignada una abogada de oficio. Pero es ella, la víctima, la que tiene que estar al tanto del papeleo, ejerciendo casi de procuradora en los colapsados juzgados torrevejenses -entre los más saturados del país-. La justicia gratuita es así.

Pide a ese juzgado que haga algo. Que lo haga ya. Porque cada día que pasa prolonga esa condena de incertidumbre y miedo en la que vive. Que atienda a circunstancias especiales. Que señale y celebre el juicio contra su agresor. Que se ponga las pilas. «Lo digo aquí, en un medio de comunicación, para que nadie pueda asegurar después que no hice todo lo posible», explica a INFORMACIÓN la joven, junto a su actual pareja.

Fue en 2012 cuando una facultativa de un centro de salud de Torrevieja llevó al juzgado las heridas que observó en su joven paciente. Fue ésa la primera denuncia de una larga retahíla. Aunque la joven negó los hechos en principio y defendió a su novio de entonces, ahora denunciado y acusado en firme. «Tu volverás aquí», le advirtió la magistrada. No se equivocó. Ahí empezó su martirio.

Documenta lo que está pasando con todos los papeles. Los lleva siempre encima, como ese aparato parecido a un móvil que saca del bolso para enseñar el dispositivo de localización que le ofrece solo un poco de seguridad. Que la conecta día y noche con la policía local y la guardia civil.

Fuentes policiales confirman que el incumplimiento de la orden de alejamiento es real y constante en las últimas semanas. El supuesto agresor, es un joven de Torrevieja con el que estuvo durante 5 años y que tiene abiertos procedimientos por otras causas.

Sistema de proximidad

El Sistema Tecnológico de Detección de Proximidad, lo que las mujeres víctimas de violencia machista llaman coloquialmente «Cometa», es un dispositivo que mantiene la vigilancia del inculpado a través de un brazalete, y de la víctima con un dispositivo similar a un móvil. Está implantado en toda España desde 2009 y más de quince mil víctimas de violencia lo utilizan hoy día. Normalmente es muy eficaz para prevenir agresiones y que se cumpla la orden de alejamiento. En el caso de Cristina la alarma ha saltado en tantas ocasiones que el juzgado, afectado también por el cambio constante de titulares, llegó a plantearse si estaba estropeado e incluso quiso retirarle el sistema porque le creaba «ansiedad». Ella se negó. Siente que es su único salvavidas.

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