Fondeó y levó anclas en aguas de Torrevieja el «Amadea». Así se llama el modesto crucero que pasará a la historia local por ser el primer barco de este tipo en recalar frente a la dársena portuaria de la ciudad.

Llegó el mediodía del martes 22 y zarpó a las once de noche del mismo día después de que parte de su tripulación (filipinos) y pasajeros (pensionistas, principalmente de la tercera edad alemanes), en total unos 400 viajeros, se dieran un garbeo por el centro de la ciudad.

No pudo atracar en la terminal de cruceros dibujada y maquetada en 1999 -a cambio de una «milloná» de pesetas- por el arquitecto Santiago Calatrava, a instancias del exalcalde Pedro Ángel Hernández Mateo. Los planos y maquetas de aquel megaproyecto -afortunadamente para el erario público, visto lo visto,- duermen en algún trastero municipal.

Desde su actual cargo de diputado provincial de Turismo el último exregidor local Eduardo Dolón se ha volcado, con renovado afán, a la hora anunciar la promoción de estos vapores, incluso hasta las playas de Orihuela.

Cuando el martes el «Amadea» fondeaba en Torrevieja, desde primeras horas de esa misma mañana lo habían hecho tres grandes cruceros en la ciudad de Cartagena. Le aconsejo que se de una vuelta por allí.

Las cabezas visibles del PP local, que por ahora ya no mandan en estos lares, no acaban de digerir su nueva situación. Se manifiestan, todavía, como si en lugar de ser despojados del poder les hubiesen echado de su casa de toda la vida.

Por ello se apuntan a un bombardeo, y lo estamos viendo, al hacerse los vistos en de la etapa de la Vuelta a España y lo intentaron, aunque luego declinaron, en el desembarco. Eventos ambos que han sido un visto y no visto. Como ya no pueden segar, están aprendiendo a espigar -a trompicones-.

La gestión de las labores de seguridad y la logística de la famosa visita crucerista, que dicen, salieron fetén, son cosa del actual gobierno. Pero la escala del «Amadea» en Torrevieja, anunciada en marzo pasado -para bien o para mal y al margen de cómo se negociara- ha sido mérito de Eduardo Dolón, Luisma Pizana y los suyos. Pocos lo han reconocido. El cambio de poder es lo que tiene.

Aunque otras fuentes aseguran que no hubo tal negociación. Que fue una elección directa de la propia naviera el hacer escala en Torrevieja por una referencia personal de uno de sus mandamases.

Desconozco, aunque me temo que hay poco que conocer, la repercusión económica de lo aportado por este tipo de turistas, al margen de las posibles ventas realizadas por los puestos de artesanía en el estrangulado Paseo de La Libertad, convertido en un claustrofóbico zoco digno de un adecuado cambio de emplazamiento en aras del interés general.

Lo que son las cosas: En Torrevieja el principio fue el mar. El Mediterráneo al viento. Hasta los años sesenta del pasado siglo marineros, pescadores y salineros, la mayoría de sus habitantes vivían del mar. Escudriñaban el horizonte marino para barruntar los temporales, pero sobre todo con el fin de avistar algún barco. La llegada de los mercantes significaba centenares de jornales, pan.

Las bodegas de aquellos «Libertys» había que llenarlas de sal a fuerza de brazos y la ruda tarea prolongaba una semana la estancia del mercante fondeado al abrigo del rompeolas de levante. Con los salarios conseguidos y alguna que otra cosa rapiñada a bordo se sobrevivía y se pagaba lo fiado en las tiendas de comestibles.

No creo, por ahora, que las gentes de esta ciudad vuelvan a mirar al mar con la ansiedad de ver en los cruceros una mejora de su situación económica, porque seguiremos «hambreando», aunque al fin y al cabo, menos da una piedra, siempre que en lugar de restar sume. Han sido demasiados los «tinglaos» montados en este pueblo por el Ayuntamiento. En muchos de ellos la administración local ha puesto hasta la cama con dinero público.