La presentación oficial del último plan de remodelación del recinto portuario saca de nuevo a subasta la joya de la corona del espacio urbano torrevejense. Cien mil metros cuadrados junto al mar, en el centro de la ciudad, sobre los que se conciben espacios verdes, explanadas multiusos, paseos, viales para solucionar el colapso del centro en época estival... Y la posibilidad de un gran negocio. Fue lo único que obvió decir el alcalde Eduardo Dolón (PP). Pero es obvio que sin negocio ninguna empresa va a invertir los 30 millones de euros de coste estimado para redactar, construir y explotar el recinto portuario durante varias décadas. Cifra muy de «low cost» si quien «pique» tiene que asumir la construcción de un aparcamiento subterráneo -600 plazas - en suelo de relleno que fue ganado al mar-, de nuevas instalaciones pesqueras, ese ambicioso vial de cuatro carriles para acceder al centro de la ciudad, un paseo perimetral, las zonas verdes previstas, el edificio del Museo del Mar y de la Sal, una «cuna» de agua para ahorrar en el mantenimiento de la patrullera Albatros y el Submarino Delfín... El equipo de gobierno parece haber dado con la tecla -estas cosas siempre pasan a pocos meses de una cita electoral-, y dice que en breve presentará la fórmula para poner en valor el pailebote Pascual Flores, cara pieza de museo ahora, que, al menos en el croquis del nuevo proyecto, pasará a estar atracado en primera línea.
La presentación en sí no fue muy diferente a otras presentaciones anteriores, que las hubo, de este mismo proyecto. Cambiaron protagonistas y algo de esa jerga pseudotécnica que habla al torrevejense de a pie de permeabilidad y complementariedad en espacios que son suyos, porque los han vivido y trabajado. Se habló del encuentro definitivo del centro del casco urbano con el mar cuando se retiren vallas, edificios y usos no turísticos, los de la flota pesquera. Del recinto desaparecerán los edificios de la capitanía, el portuario, las dos naves de la lonja -a las que no se les concede valor patrimonial ni sentimental alguno-, y la fábrica de hielo. La única novedad, por aquello de la transparencia, es el planteamiento de un plan especial previo, sujeto a modificaciones, para realizar una evaluación ambiental y abrirlo a la participación pública. Al menos las formas son distintas de aquellos anuncios a bombo y platillo con la propuesta ya cerrada en una maqueta, a los que nos tenía acostumbrados el anterior alcalde Pedro Hernández. Como el proyecto del año 2000 de la mano del arquitecto Santiago Calatrava y esos 600.000 euros de los que nunca más se supo. O ese que quedó desierto en 2010 que costaba 80 millones. Por no citar los anteriores de la década de los 90 mientras se autorizaban dos marinas deportivas casi sin que nos enterásemos.
El plan especial permite al Ayuntamiento, al menos en esta ocasión, tener algo que decir sobre la ordenación donde según la ley de Puertos ni pincha ni corta. El municipio decidirá usos y distribución de los espacios, y la Administración autonómica licita y adjudica. El gran interrogante de la propuesta son los usos terciarios. Se especificó la superficie que ocupará el espacio multiusos, la feria de atracciones -que se queda- pero no el de los usos de «de ocio y servicio», que a buen seguro ocuparán la primerísima línea, aunque el alcalde evita abundar en el asunto.
La oportunidad para ordenar este espacio privilegiado, principal fachada y corazón mismo de la ciudad, es única. Una asignatura pendiente que se pudo abordar con inversión pública sin depender de empresas ni intermediarios y que ahora se ofrece de nuevo al mejor postor.
