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«No te va a gustar lo que he hecho en Orihuela»

Juan Antonio Martínez confesó a la jueza ser el autor de la muerte de su esposa

«No te va a gustar lo que he hecho en Orihuela»

Carné de manipuladora de alimentos y trabajo de limpiadora. La vida de Yolanda Aniorte Cuesta, de 39 años, nunca fue sencilla. La segunda de tres hermanos y madre de dos niños de 9 y 2 años, aprendió de su madre Maruja el tesón y heredó de ella ese nervio para, siendo delgada y frágil, capear cualquier temporal. Solo por eso y por amor se entiende que siguiera al lado del que ha terminado por ser su asesino confeso después de pasar por varias crisis de pareja y de una boda... quizá, en un último intento por enderezar el rumbo porque ésta no llegó hasta meses después de tener a la niña.

Yolanda murió el sábado 2 de agosto y a manos de la persona a la que más quería, Juan Antonio Martínez Martínez, de 37 años, un peón de albañil sin trabajo conocido, quien acabó con su vida sobre la cama que ambos compartían desde enero en la tercera planta de una vivienda tan modesta como limpia -«esa noche lo dejó todo recogido, no había nada sucio en el fregadero», repite un familiar entre lágrimas tras poder entrar el pasado viernes a la vivienda después de que el Cuerpo Nacional de Policía les devolviera las llaves al concluir la investigación-.

Al barrio de Capuchinos donde estaba su casa llegaron en enero después de tres años de convivencia, una buena parte de ella en la vivienda familiar de él, en Alquerías (Murcia), e intentando apartarlo de un mundo de drogas y medicamentos al que hace algunos meses regresó y por lo que tuvo que volver a pasar un tiempo en un centro de desintoxicación murciano al que ingresó por voluntad propia de la mano de su hermana Mari Carmen. «Mi hija llegó a amenazarlo una vez con dejarlo si no volvía a medicarse», recordaba Maruja. Pero no fue suficiente.

Vivían con poco, con muy poco. Muchos días la abuela les daba de comer y se bañaban ambos con los niños en una pequeña piscina. Comían del paro de ella porque de él no se conoce trabajo más que ir algunas noches a vigilar una finca. El «Audi» que conducía él era de ella. Unos ojos claros, los de Juan Antonio, que la droga oscureció y a la que muchos ahora recurren -a la heroína y a la cocaína fumada- para explicar este fatal desenlace. Nadie sabía hasta esta misma semana que Juan Antonio arrastraba dos denuncias de malos tratos a otras tantas parejas. La familia de Yolanda se pregunta si no serían tres y ella, en silencio, se lo estuvo ocultando a todos.

La noche del sábado la pareja estaba sola en casa. El hijo mayor de Yolanda, con su padre, en el barrio de La Asunción, en Orihuela; la pequeña, en Murcia, con la tía (y madrina) Mari Carmen Martínez, uno de los siete hermanos de Juan Antonio, quien ya perdió a uno en prisión tras suicidarse. Según la información recabada por este diario, la relación de la pareja se había ido debilitando, pero eso es algo que solo parece que se haya podido saber ahora por las pesquisas e investigaciones que, atadas por los agentes, han comenzado a dar lógica y explicación (si alguien quiere verlo así) a este crimen. La familia de la muchacha asegura que él era celoso y que pensaba que tenía una relación con su propio hermano, Manolo, algo que sólo estaba en su cabeza. Al mismo tiempo, había cerrado una operación para la venta en Alquerías de sus muebles como de segunda mano. Y todo eso se puso esa noche al descubierto. Se pelearon.

Dinero y joyas

Él, en su declaración, ha contado que se marchó al salón a dormir. En mitad de la noche, entre las 4 y las 7, con una mancuerna la mató tras golpearla en la cabeza una decena de veces, según la autopsia. Ella, dormida, ni se enteró. La reconstrucción de los hechos ha permitido saber que se marchó con el dinero que había en la vivienda y, según la familia de la víctima, con joyas. No cogió el «Audi» que fue descubierto en el barrio, probablemente, porque temiera ser localizado a través de él. Utilizó un taxi. Tenía dinero y podía comprar droga.

El lunes habló con su hermana, quien estaba con la niña y una de las pocas personas a la que respeta. Ante ella se derrumbó. Habían pasado dos días y nadie sabía aún de lo que había pasado. Cuando ella, preocupada, le recriminó qué no habían ido a por la pequeña no supo qué contestarle más que la verdad: «No te va a gustar lo que he hecho en Orihuela». Ella no necesitó más. Llamó al «112» y entonces llegaron las lágrimas a un lado y al otro del Segura donde viven ambas familias unidas por el mismo río en Murcia y en Orihuela. En el barrio murciano de La Fama, en uno de esos bloques que el Cuerpo Nacional de Policía entra sólo en contadas ocasiones y con grupos especializados porque son escondite de drogadictos, se montó un dispositivo y el martes, a la misma hora que en muchos lugares se guardaba un minuto de silencio por Yolanda, era capturado y montando en un coche de la Policía. Iba sin camiseta. Sólo pantalón y zapatillas. Fue trasladado a la Comisaría de Orihuela. Todo había acabado.

Al cabo de 23 horas de que se pusiera en marcha todo el operativo y que su nombre e imagen se rebotara en las pantallas de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, estaba entre rejas. Quien ha estado cerca de él asegura que no parece que le haya afectado mucho ni lo que ha ocurrido ni lo que se le viene encima. Los dos días que ha permanecido en los calabozos le han ayudado a recapacitar. El jueves salió en dirección al juzgado y allí se derrumbó, quizá fuera por esa niña de 2 años que ambos compartieron y por la cual estaba loco de amor, como Maruja, la abuela, que sólo piensa en verla y ver reflejada a su hija en ella cada vez que la mire. «Que no la vea nunca más. Es lo único que lo deseo».

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