Cuentan los viejos torrevejenses, ésos que continúan sacando sus mecedoras a la calle las tardes del estío, que las cantaban ya aquellos que anclaban sus veleros en las bahías del golfo de Guacanayabo, en la provincia cubana de Oriente. Que trajeron compases ligeros y armoniosos. Compases que se quedaron con el nombre de habaneras entre las rejas de forja y el alma de las gentes que cruzaban la Mar Grande.

Cuentan que se organizó aquel año, hace ya más de cincuenta, un concurso de canto de habaneras que los torrevejenses sacaron adelante con pocos medios y la tutoría de un ilustre veraneante, el entonces director general de Prensa del Movimiento, Juan Aparicio. Y que estaban tan orgullosos de esas canciones pastosas y dulces, herencia directa de sus antepasados navegantes, que decidieron repetir cada verano ese Certamen como forma de honrar a los que escribieron la historia marinera de la ciudad y de expresión del alma torrevejense.

En la Torrevieja de 2010 la historia marinera sólo queda como eso, como historia. Y el alma torrevejense es algo más complicado de definir. Pero cuando llega el mes de julio, el medio millón de residentes que pueblan la ciudad continúa teniendo la oportunidad de encontrar en el Certamen de Habaneras, ahora internacional y millonario, mucho más que estas viejas canciones de mar y amores. Porque ahora el Certamen se convierte en muestra cultural con el desfile de los coros que han llenado cada noche de colorido el tornavoz torrevejense. Sus trajes, sus músicas, sus interpretaciones. Comentan los viejos torrevejenses, ésos que sacan sus mecedoras a la calle, que las habaneras de ahora ya no suenan como las de antes. Pero cada verano siguen llenando las butacas de las Eras de la Sal esperando encontrar las voces que les devuelvan su alma con una habanera.