La ciencia al servicio de la agricultura. Es la máxima que guía muchas de las investigaciones que se realizan en la Escuela Politécnica Superior de Orihuela (EPSO) de la Universidad Miguel Hernández (UMH), y el departamento de Biología Aplicada que dirige el director del campus, Juan José Ruíz, no podía ser menos. El programa investigador que está desarrollando con el respaldo del Gobierno desde hace ocho años cruza variedades de tomates autóctonas con otras mucho más resistentes a virus o plagas y les "añade" esas cualidades sin que se pierdan los niveles de calidad.

De este modo, la cosecha del agricultor es más resistente y también más rentable, porque puede ser vendida a los precios que corresponden a las variedades de mayor calidad (cuando "un tomate híbrido que no sabe a nada está a un euro, los otros se venden a cuatro euros, y los "raf", de la provincia de Almería, llegan a los siete u ocho").

Y en este caso también la agricultura está de algún modo al servicio de la ciencia, porque sin los ensayos que se hacen en los campos no se podría comprobar si el trabajo de laboratorio da resultado. La EPSO trabaja con las variedades de tomate de toda la vida, las autóctonas de la Vega Baja como "la de pera" o con la conocida "muchamiel" y a lo largo de todo el año reparte las plantas entre los agricultores.

Durante el año académico que ahora llega a su fin se han repartido unas 30.000 plantas por toda la provincia de Alicante, incluso por Almería o Valencia, según Ruiz. En el invernadero de la Universidad permanecen más brotes a la espera de que se interesen por ellos más agricultores (por el momento se reparten totalmente gratis). Después, en cada zona geográfica, cada variedad da mejores o peores resultados, en función de las características climáticas o del terreno.

"Nada de transgénicos"

Juan José Ruiz explicó el procedimiento que se emplea en la Universidad en este estudio: "Nada de transgénicos, lo que hacemos son cruces para incorporar resistencias genéticas en las variedades tradicionales".

Según cuenta, "los genes de resistencia vienen normalmente de especies de tomates silvestres y actualmente todas las variedades comerciales los tienen (se han encargado de ello los operadores del mercado) pero las tradicionales no", y eso las hace más vulnerables.

El proceso lo realizan incluso alumnos en prácticas: "Se coge polen de una planta y se pasa a otra de otra variedad. Después, para seleccionarlas, se usan técnicas de marcados moleculares (herramientas biotecnológicas)".

Para ilustrar cuál es el proceso que ellos "aceleran" en el laboratorio, Ruiz detalla que "cruzar variedades es lo que ha hecho toda la vida la naturaleza, mientras que la ingeniería genética se salta esas barreras (puedes coger un gen de un pez e introducirlo en una planta, pero eso ya no es reproducción sexual).