Pensar en huir, recuperar la certeza de la libertad sin matices, aguantarle el pulso a la pandemia sacudiéndose de encima la tentación de rendirse, abrir la mente a otros mundos menos hostiles, menos febriles, espacios sin trazas de coronavirus en los que abrazar tus propios sueños no te convierta en enemigo público, en los que besar no sea más peligroso que un bebé jugando con una navaja de doble filo.

No necesitas ningún sistema operativo para abrir un libro, tampoco una conexión wifi con tanta capacidad como para que navegue por ella un ballenero ni un disco duro colosal en el que quepa el ego de Cristiano Ronaldo.

Te basta un simple gesto. Igual, en algún momento, clandestino, sin llamar la atención, envuelto en papel de regalo, llegó a tu estantería una novela que alguien creyó que justificaba la invitación a queso y vino que le enviaste días antes de tu cumpleaños.

Pues bien, si es alguna de estas siete, ha llegado la hora de agradecer, esta vez de verdad, el esfuerzo impagable de seguir regalando cultura impresa con perfume de papel en la era del ciberpostureo y la urgencia.

1984, de George Orwell

Umberto Eco escribió fascinado sobre esta obra atemporal; él, que fue capaz de inventarse ‘El nombre de la rosa’. Sus palabras dan una idea de la magnitud de un título fundamental para entender el mundo que en el que sobrevivimos: «Aquí ya no estamos solo ante lo que habitualmente reconocemos como literatura e identificamos con la buena escritura. Aquí estamos, repito, ante energía visionaria. Y no todas las visiones se refieren al futuro, o al Más Allá». Te devasta su grandeza cuando caes en la cuenta de que Orwell la publicó en 1948.

Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena.

Clásico inexcusable que ayuda a relativizar el confinamiento actual, a entender que es el mundo interior en el que resulta más fácil perderse y del que cuesta más regresar indemne, que evadirse puede ser tan fascinante como peligroso, que nadie se conoce a sí mismo del todo, que la realidad es un poliedro desenfocado en que, si te fijas bien, puedes quitarle la máscara de purpurina color piel a los que hablan de zona de confort como el nuevo maná cuando, en realidad, es mera homeopatía verbal. Los renglones torcidos de Dios, reeditada hasta la saciedad, es una novela reveladora que no pasa de moda jamás, una de esas que, sí o sí, debes leer antes de morir.

2666, de Roberto Bolaño.

Igual ha sido su volumen de páginas lo que te ha hecho desistir de rescatarla antes del estante. Mal. Ahora, con tiempo de sobra para invertir en la propia felicidad doméstica, es el momento de situarte en el universo sensacional de Bolaño, que fue capaz de refundar la forma de vertebrar una novela con esta obra monumental. Fue publicada muy poco tiempo después de la muerte del autor chileno y no se me ocurre mejor colofón a una trayectoria literaria. No hay relleno en sus páginas, pero hay que dejar que las múltiples historias vayan encajando sin forzarlas. Uno de esos relatos hipnóticos que te dejan huérfano cuando los terminas.

La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina

Recorrer el mundo a través de los textos del marido de Elvira Lindo te descubre que aún queda sensibilidad literaria, gusto por las letras, por la forma de las ideas, por la estructura que sustenta las historias y las hace creíbles, universales. Esta novela se queda contigo cuando se acaba porque te desnuda y te pone frente al espejo. Escrita con la dulzura y elegancia justas, ayuda a entender la diferencia entre contar historias adictivas y saber contarlas bien.

Manual para mujeres de la limpieza, de Lucía Berlín

Desde la ausencia de prejuicios se entiende el éxito editorial de un título indispensable por todos los motivos imaginables que hacen de un lugar común un excelente libro. No es la visión feminista, tampoco el nihilismo atrayente de tropezar continuamente y no rendirse, es sencillamente la sublimación del oficio de escribir para que se te entienda sin generar fatiga ni requerir sobreesfuerzos intelectuales sin faltarle el respeto a la literatura. Esta recopilación de cuentos es rejuvenecedora, emocionante, reparadora, es una obra de arte.

El novio del mundo, de Felipe Benítez Reyes

Hace 20 años desde que Walter Arias se convirtió en personaje, dos décadas en la que lo único que envejece de su increíble historia de normalidad son las manos de quien pasa las páginas de un libro maravilloso, lleno de vida, de ironía, de humor inteligente, emocionante, arrollador. Reeditada recientemente, es una ocasión inigualable para descubrir, si aún no lo has hecho, un universo iniciático repleto de recetas para disfrutar de lo raro que es vivir.

Vozdevieja, de Elisa Victoria

Que nadie se asuste, el título es solamente el apodo de la protagonista. No conviene anticipar nada más porque esta es una de esas novelas, la primera que publica su autora, que se disfruta yendo de la mano de la niña que dibuja su infancia con los colores que le sobra a la nostalgia de los lectores. La más actual de todas, fue publicada en 2019, es una obra optimista presentada en una edición a la altura de la historia, es la confirmación de una voz fascinante que te calma, te hace reír sin disimular, llorar con gusto y, lo que es más importante, aceptar el paso del tiempo con naturalidad. Un lujo frugal que merece más atención de la que ha tenido, aunque haya tenido mucha.