Llegar a El Caldero, que te reciba Ainhoa con su mamá Mar Valera y sentarte en la mesa de familia con ellas es una experiencia cálida, muy humana, pero compartir esa mesa y tomar un café con Ana Samblas (la abuela de una y la mamá de otra) es un viaje de emociones, tanto que decir, tanto que transmitir y con tanto sentimiento, que alguien tendría que escribir su biografía, para que esa parte de historia no se pierda en el tiempo, sería gran valor, y no me refiero económico.

Ana es una de tantas personas que llegaron a la provincia entre los años cincuenta y sesenta desde otras localidades del país, cada uno por sus motivos, ella era muy niña, su padre fue trasladado por trabajo a Alicante, y en esa búsqueda de prosperidad echaron anclas, para comenzar así su historia en nuestra ciudad, para Ana, aun sin saberlo, una historia de emprendimiento, confianza, amor y sacrificio.

Hoy en día es impensable, pero en aquel entonces no desentonaba ver a una niña con doce años trabajando, la pequeña Ana empezó en la fabrica de tomate, más tarde, con catorce, trabajó para la industria del plástico donde conoció a Ángel y no tardarían en empezar su historia de amor, todas sus anécdotas podrían ser un viaje en la noria, de subidas y bajadas.

Años más tarde, alternando trabajos, Ángel empieza a gestionar un bar de tapas, y Ana alterna su trabajo de aquel momento como enfermera de un prestigioso médico de Alicante con echarle una mano a Ángel en el bar en lo que hiciera falta, preparar tapas, fregar, etc.

Así transcurren los años, pero gestionar un negocio de éxito (porque como dice Ana orgullosa de su marido, todo lo que Ángel tocaba lo convertía en oro) criar a sus hijas y alternar con la clínica no era fácil, optando por dejar la clínica.

Su emprendimiento no cesa ahí, en ese afán por crear, seguir a Ángel dónde vaya, confiar en su experiencia en el sector hostelería, y siempre con sus pequeñas de 5, 3 y 1 año, se embarcan en lo que sería su proyecto de vida y sin saberlo, en el de sus generaciones venideras.

A mediados de los setenta y tras una visita a la Isla de Tabarca, se enamoran del lugar y deciden emprender de nuevo los dos juntos. Montan el primer restaurante como tal en la zona, porque bares habían, pero restaurantes no.

Un negocio que les costo mucho dinero para ese entonces, pero con tantas esperanzas de prosperar e ilusión que sabían que esa inversión era otro éxito asegurado, con los ingresos de la primera temporada hicieron reforma integra y lo habilitaron con las necesidades mínimas para hacerlo más restaurante aún.

Fue época de sacrificio, de mucho trabajo y de levantar Mar Azul desde cero. La confianza que depositó Ana en su marido Ángel, padre de sus hijas y el que aportó toda su experiencia, daba sus frutos, a día de hoy es referencia gastronómica en Isla de Tabarca y por ende en Alicante.

Ana aprendía rápido y ponía pasión en lo que hacía, así que con el trasiego de cocineros reconocidos en el mundo de los fogones, más las ganas de Ana por aprender, conocer y poder gestionar la cocina, hicieron que en un momento del tiempo ella tomara el timón, su cocina ya no dependía de nadie más que de ella, así comenzó una etapa más y conoció una faceta en ella con la que dotaría de más valor si cabe el futuro de sus negocios.

Con una cocina que podía dar de comer a 450 personas, turistas la mayoría que repetían todas las temporadas varias veces, para probar platos de nuestra cocina tradicional y también otros creados por Ana y que más tarde crearían tendencia en los alrededores, como el Gazpacho Marinero, idea que nace de mezclar un plato hecho con torta de gazpacho de la tierra de su marido cambiando la carne de caza por producto del mar que tanto les caracterizaba y les representa en la actualidad.

Se siente muy orgullosa de sus arroces y es para estarlo, pues ha recibido muchos reconocimientos a lo largo de su trayectoria, collar de oro de la gastronomía internacional, copa de oro a la gastronomía internacional, dos máster de gastronomía, la insignia de Cocinera de Honor.

A sus espaldas tiene grandes jornadas gastronómicas por distintas ciudades aportando con su experiencia, llevando el nombre de Tabarca donde vaya y con la cabeza alta, así lo refleja en sus palabras y en sus ojos cristalinos de la emoción.

Ana y Ángel son conscientes de lo que han creado en el tiempo y que todo ha merecido la pena, no tendríamos El Caldero, ni el Mar Azul, ni La Almadraba, tres negocios de éxito funcionando en el sector hostelero que no es fácil hoy día, regentados por sus hijas y yernos, con el apoyo de la familia y construidos con sacrificio, esfuerzo pero sobretodo mucha pasión y amor.

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