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Los coleccionistas de vidrio

Los coleccionistas de vidrio

Andrés era hijo, nieto y bisnieto de pescadores. Vivía en una casita pintada de azul junto al puerto, y su mundo olía a salitre, a brea, a mar.

Su madre falleció poco tiempo después de que él naciera, por una complicación surgida a causa del parto, y, pocos años después, una ola despiadada engulló el barco en que su padre y su tío faenaban, y nunca regresaron. Él era muy pequeño. La tragedia fue mucho peor para el abuelo, que perdió a sus dos hijos a un tiempo, de un solo golpe de mar.

Abuelo y nieto vivían en la casita azul junto al puerto, y pasaban a duras penas con la humilde pensión de jubilación que el primero recibía cada mes, y pocos lujos o caprichos podían permitirse.

-¿Somos pobres, abuelo? -le preguntó un día el niño al llegar a casa.

-¿Pobres? ¿De dónde has sacado semejante idea? Nada necesitamos y nada debemos.

Joaquín era su mejor amigo desde párvulos y le daba la impresión de que en su casa estaban bastante peor. Andrés y Joaquín acudían a la escuela del pueblo cada mañana temprano. Hacían juntos los deberes y después salían a jugar a la plaza junto a los demás niños del pueblo, a veces al fútbol, otras al escondite o a churro va.

Decidieron hacerse exploradores. Cada tarde elegían un destino. Marchaban al monte a inspeccionar cada sendero, o a las calas próximas, trepando por las rocas como cabras montesas. Las tardes que hacía mal tiempo se quedaban en casa jugando a las cartas o al dominó. Una tarde en que miraban aburridos la lluvia por la ventana, el abuelo sacó uno de los libros apilados en la estantería. El abuelo empezó a leer en voz alta:

-«Los tres mosqueteros», de Alejandro Dumas...

-Podéis explorar tras la tormenta -sugirió el abuelo-. Es el mejor momento, las olas arrojan tesoros ocultos a la orilla como este.

Entonces sacó de su bolsillo un objeto y lo colocó sobre la mesa. Era una piedra redondeada de color rojo.

-¿Qué es? -preguntaron al unísono.

- Vidrio de mar. Vidrio arrojado por los hombres a lo largo de miles de años. Cada uno de estos vidrios tiene una historia sorprendente ¿Qué manos lo lanzaron al mar? ¿Cuánto tiempo ha viajado y cuanta distancia ha recorrido?... Éste, sin ir más lejos, es parte de la copa del pirata Barbanegra... ¡No me digáis que no conocéis la historia!

Los dos niños negaron boquiabiertos.

-Escuchad con atención: la copa del pirata. Ya lo veis, no se trata de simples trozos de cristal arrastrados por las olas; ya os dije que cada uno guarda una historia sorprendente.

-¿Y tú cómo lo sabes, abuelo?

-Tengo un sexto sentido para descubrirlas, solo tengo que guardarlos así un rato, con la mano cerrada, y ellos me cuentan su historia. Es como si susurraran las palabras a mi oído, solo hay que saber escuchar.

Decidieron adentrarse en la cueva azul. Salieron por la abertura al otro lado, que daba a otra bahía más amplia; entonces la vieron. Se quedaron inmóviles como estatuas, con las bocas abiertas por la sorpresa, hasta que, de pronto, ella percibió su presencia y se incorporó.

-Hola -les dijo-. ¿Qué estáis mirando?

No era una sirena, era tan solo una niña a la que no conocían.

-¡Abuelo, abuelo! -gritaron corriendo hacia él enloquecidos- ¡Mira!

Era un trozo de vidrio de color ámbar, redondeado y desgastado por la arena y el agua salada.

-¿Qué te dice?

-Este vidrio ha estado viajando durante cientos de años por todos los mares. Perteneció a una princesa china de una antigua dinastía... Ésta es la historia de Loto y su farol de ámbar...

-Mira, abuelo... Qué bonito el vidrio que ha encontrado Teresa en la escollera... El abuelo lo observó fijamente y lo encerró en la palma de su mano. Los niños guardaron respetuoso silencio mientras el cristal le hablaba.

-Es un fragmento de la botella del náufrago.

-Cuéntanos la historia, abuelo...

Cerca de casa de Teresa habían construido un espigón de enormes bloques de hormigón armado, con forma de cubo. El abuelo se lamentaba y decía que era la construcción más horrorosa que había visto, y que habían convertido aquella en «la playa más fea del mundo».

-Abuelo -le dijo un día Andrés mientras el abuelo les enseñaba a los tres a pescar desde lo alto del malecón de bloques que tanto le disgustaba-. Nunca llegaste a contarnos la historia del vidrio, ya sabes, el último que encontramos.

Joaquín se apresuró a sacar el vidrio de la caja, que solía llevar consigo, y le tendió el cristal al abuelo. Lo apretó en la mano y cerró los ojos. Al fin, comenzó a hablar: el escarabajo del faraón.

Una tarde Teresa les dijo:

-Nos vamos a vivir a Estados Unidos... No sé por cuánto tiempo. Os he dejado un regalo en «la playa más fea del mundo». Id mañana a buscarlo.

Por la mañana temprano, acudieron los tres a «la playa más fea del mundo» Al acercarse, descubrieron de qué se trataba.

Entonces repararon en Andrés. Después de tantos años, había conseguido deshacer el nudo que estrangulaba su garganta. Estaba llorando.

Extraído del libro «Los coleccionistas de vidrio»

Autora: Aurora Ruá

Ilustraciones: Paula Alenda

Editorial Algar

Colección Calcetín Rojo

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