En la escuela, unos días antes de las vacaciones de Pascua, había un ambiente de fiesta. Todos pensaban en los momentos que tendrían por delante para descansar de los deberes y divertirse. Don Ramón, el maestro, pensó que recoger plantas y coleccionarlas en un herbario sería una buena actividad para sus alumnos. Llenarían así algunas jornadas y no se dedicarían a perseguir ranas y gatos por todo el pueblo, sino que compartirían sus aficiones y entretenimientos con un trabajo botánico que les ayudaría a conocer mejor las plantas de los alrededores.

-¡Vamos a ver, prestadme un momento de atención! En estos días, aparte de marear a los gatos y hacer de tarzanes en los árboles, recogeréis todas las plantas que podáis, una de cada especie. Si no sabéis sus nombres y para lo que sirven lo preguntáis en casa.

-Don Ramón, sirven todas para lo mismo, para adornar el campo -apuntó con seguridad Javier.

Una sonora carcajada, que se extendió por toda la clase, interrumpió las palabras del muchacho.

Bueno, dejaros de bromas y acordaros del trabajo -señaló el maestro entre la algarabía de los chavales. Ahora, podéis salir.

Después de comer, antes de ir a la escuela, Carlos y Paula quedaron en verse en la plaza. Carlos fue el primero en llegar, y al rato Paula. Vieron a Javi y echaron a correr detrás del muchacho que andaba con las manos en los bolsillos mientras daba patadas a las piedras.

-¡Eh, Javi!

-Hola -contestó sin mucho énfasis el muchacho.

-Mira. Hemos pensado que podíamos hacer entre los tres la colección de plantas. Empezaremos mañana por la tarde, así en vacaciones tendremos tiempo de hacer otras cosas. ¿Vendrás con nosotros? -interrogó Paula.

-No.

-Oye, lo de esta mañana fue una broma. No te quisimos molestar. Anda, ven con nosotros.

-Está bien. Pero no me gusta que se burlen de mí.

Ya en el aula, don Ramón insistió en el trabajo de las plantas:

-Para el herbario también podéis preguntar a vuestros abuelos sobre refranes que conozcan sobre plantas y las hierbas que toman en infusión.

Al día siguiente, a la salida del colegio, como habían convenido, tomaron sus mochilas donde habían depositado un bocadillo, bolsas y una pequeña azada, y se montaron en sus bicicletas. Comenzaron a pedalear en dirección a la sierra, hacia un paraje natural de bosque que les habían indicado en el pueblo. Paula, buena conocedora de las sendas, marchaba la primera, luego Carlos y cerrando el grupo, Javier. Se detuvieron al cabo de un rato a contemplar el trayecto que habían recorrido. El sol lamía tibiamente todo el valle, al tiempo que prestaba sus colores anaranjados a las tierras de cultivo, a las casas y a los animales que pastaban en la llanura.

A lo lejos vieron algunas fogatas en las que se quemaban los rastrojos, el color azulado de las montañas recortándose en el horizonte y el recorrido caprichoso del humo que se elevaba hacia un cielo sin nubes y cuajado de golondrinas.

Extraído del libro «Un doctor en medicina natural»

Autor: Pedro Villar Sánchez

Ilustraciones: Pedro Villarejo

Editorial VerbumEditorial