La culpa fue de la lluvia. Todos los planes de los últimos seis meses se los había llevado el agua. Desde que Fer supo que los Claxon Bit actuaban en la capital de la provincia, una luz de ilusión se había encendido en su menguado ánimo de los últimos tiempos. Y por ese sendero de optimismo había arrastrado también a Diana, su novia, que ahora se consideraba tan fan como él del grupo roquero. Sin embargo, una inoportuna tromba de agua desmoronaba el castillo que con tanto anhelo habían construido ambos en el aire. Se trataba de la típica gota fría que de vez en cuando asolaba el Mediterráneo, auténticas riadas que se llevaban por delante coches, personas y todo lo que encontraban a su paso. La alerta era máxima, y la anulación del concierto se había producido esa misma mañana. Para colmo de males, los organizadores todavía no habían ofrecido una fecha alternativa para cumplir con el contrato y realizar el espectáculo, ni se habían pronunciando sobre la devolución del importe de las entradas.

Fer las había adquirido el primer día de ponerse a la venta. La suya y la de Diana. Era el regalo que pensaba hacer a su chica por su cumpleaños, un regalo adelantado que encerraba un deseo oculto: el de pasar la noche con ella. Habían conseguido la increíble hazaña de convencer a sus padres para que los dejaran pernoctar fuera de sus respectivas casas el día de la actuación, con la excusa de que estarían a cuarenta kilómetros de distancia y de que el concierto acabaría de madrugada. Fer presumía de que en realidad él no necesitaba el permiso de nadie para hacer lo que le viniera en gana, puesto que ya contaba con los dieciocho años que lo convertían ante la ley en mayor de edad. Sin embargo, Diana todavía tenía diecisiete, y se había dedicado en los últimos meses a camelar a sus padres para que consintieran que pasara una noche fuera del hogar. Los dos soñaban con ese momento. Por primera vez, solos, después de un año de relación. Fer había logrado que un compañero de universidad le prestara un pequeño apartamento que compartía con otros estudiantes en la capital. Esa noche lo dejarían libre para él y su novia, ya que sus habituales ocupantes, que también pensaban asistir al concierto, no tenían intención de regresar a casa tras la actuación de los Claxon Bit, sino de continuar la juerga por la ciudad y acabarla en la playa.

Pero la lluvia lo había fastidiado todo.

Ahora eran las diez de la noche y ya no caía ni una gota, para mayor escarnio de los jóvenes, que se sentían burlados por los caprichos de la meteorología. La imagen mojada de la ciudad ofrecía, a la luz de las farolas, el brillo de un espejo, y pequeños riachuelos avanzaban por las calles como si buscaran desesperadamente el mar. Por un momento, Fer pensó que quizá los organizadores se habían precipitado cancelando el concierto, aunque seguramente habían seguido instrucciones de Protección Civil, además, tratándose de un estadio de fútbol el lugar donde iba a celebrarse, era muy probable que, a pesar de haber dejado de llover, aquello se hubiera convertido en una gigantesca piscina.

La pareja paseaba de la mano, sorteando charcos, por la principal avenida de bares y locales de ocio. Habían tomado una hamburguesa y se disponían a regresar a casa, sin prisa, disfrutando del único espectáculo posible en aquella noche, el del agua sobre las cosas.

-Es increíble, qué mala suerte tengo -dijo Fer-, a perro flaco todo son pulgas.

-Tampoco hemos sido los únicos fastidiados. ¿Sabes que se habían vendido todas las entradas? ¡Son miles! -aseguró Diana.

-Ya, pero es que ni siquiera han dicho cuándo devuelven la pasta.

-Pero la devolverán, ya verás. Un grupo de la categoría de los Claxon Bit no puede quedar mal ante su público. Seguro que en los próximos días solucionan este imprevisto.

-Es que hay algo más -añadió Fer con cierto apuro-. No te puedo hacer otro regalo para tu cumpleaños hasta que no me devuelvan el dinero.

-¿Y qué importancia tiene eso? -Diana se detuvo y tiró de la mano de su chico hasta conseguir que este se girara y la mirara a los ojos-. Sabes que lo único importante para mí eres tú.

-Claro, pero cuando dentro de un mes aparezca por tu fiesta con las manos vacías voy a quedar como un imbécil. Ya imagino lo que dirán tus amigas.

-Llegarás con las manos vacías porque el regalo ha sido el concierto -repuso Diana.

-Sí, pero no ha habido concierto, y cualquiera en estas circunstancias tendría un plan B.

-Me basta con que tengas un plan Q.

-¿Plan Q?

-Sí... Quiéreme.

-Eso siempre.

Se fundieron en un beso que los detuvo durante varios segundos frente a la puerta del ayuntamiento. La fachada de piedra del edificio, iluminada con luces amarillas, se presentaba como el escenario perfecto para una pareja de enamorados. Un perro vino a romper el encanto del momento con sus carreras y ladridos, mientras el dueño, gritando su nombre, esperaba inútilmente ser obedecido por el can.

Fer y Diana retomaron el paseo con sendas sonrisas en los labios.

-¿Sabes una cosa? Mis amigas dicen que tú y yo no vamos a durar mucho tiempo. Ellas aseguran que me vas a dejar -apuntó Diana sin mirar a su novio.

-Ooooh, que simpáticas tus amigas. ¿Se han comprado una bola de cristal o sencillamente les gusta tocarme las bolas?

-¡¡¡Feeeeeerrrrr!!!

-¿Ves como me tienen manía?

-Simplemente piensan que un chico, cuando va a la universidad, deja de interesarse por una chica que aún sigue en el instituto. Eso es todo.

-¡Vaya tontería! Además, tú también irás a la universidad el próximo año. Es lo más absurdo que he oído en mi vida. Y ofensivo, por cierto.

Diana decidió cambiar de tema.

Extraído del libro

«Gracias, Diana»

Autora: Maribel Romero Soler

Colección Periscopio

Editorial Edebé