Movidos por un mismo impulso, nos encontramos súbitamente de pie, uniendo nuestras voces al unísono y lento crescendo de 'La Internacional'. [?] Luego, cuando terminó La Internacional, mientras permanecíamos de pie en un silencio embarazoso, alguien exclamó: ? ¡Camaradas! ¡Recordemos a los que han muerto por la libertad! Entonces, entonamos la Marcha fúnebre, ese canto majestuoso, melancólico y triunfal a la vez, tan ruso, tan emocionante. La Internacional era una música extranjera. 'La Marcha fúnebre' parecía ser el alma misma de las grandes masas, cuyos delegados, reunidos en esta sala, edificaban con sus visiones imprecisas una Rusia nueva, y quizá algo más. (John Reed: «Diez días que estremecieron al mundo»)

n La década que sigue a la Revolución de Octubre se caracteriza por un animadísimo debate cultural que, estimulado por la euforia revolucionaria y no obstaculizado por el Partido, dio origen a una diversidad de movimientos artísticos. En lo musical había desde partidarios de una música proletaria, entendida como expresión espontánea de las masas populares, hostil a lo contemporáneo y lo clásico, hasta quienes apoyaban y promovían la renovación y los conciertos de música contemporánea. Aunque no hubo un movimiento comparable al futurismo literario, sí se aprecia un claro deseo de experimentación, como la orquesta sin director que existió en Moscú durante una década o la tendencia «maquinista», representada en la Fundición de acero de Alexandr Mosolov.

Por su espectacularidad y didactismo, la ópera se convirtió en uno de los géneros preferidos tanto del público como de la nueva clase política. Destaca El amor de las tres naranjas de Prokofiev, que el autor puso en escena durante su estancia en Occidente (Chicago). Su carácter de fábula es evocado por una orquestación rica en matices tímbricos y un ritmo que brilla en episodios exultantes. Es famosísima su marcha.

El ballet ocupó también un lugar preeminente. Dos compositores encontraron el favor de un público enfervorizado por los acontecimientos revolucionarios: Asaiev y Glier. El primero compuso La Carmañola, sobre la Revolución Francesa. En La amapola roja Glier caracterizó al pueblo con melodías sencillas y a los extranjeros con ritmos modernos, según una iconografía musical bastante usual del periodo. Por otra parte, con la llegada del cine sonoro la producción de música de películas entró a formar parte de las habituales tareas profesionales de los músicos.

En su acepción romántico-tardía, la sinfonía se convirtió en uno de los mayores compromisos de los compositores. Sus características respondían a los ideales del socialismo: solemnidad, espectacularidad y asimilación de contenidos conmemorativos y propagandísticos. En la Sexta de Nicolai Miaskovsky, patriarca de la sinfonía soviética, hay monumentalidad y temas de naturaleza programática. En el final, un canto popular ruso y el Dies irae se contraponen a los temas del Ça ira y La Carmañola.

Pasado un tiempo, todo cambió. El artista tuvo que subordinarse a la política del Partido, monopolista e intransigente con las tendencias modernistas. Las iniciativas culturales fueron sustituidas por asociaciones que en el campo musical adoptaron la denominación de Unión de Compositores Soviéticos, con sede en las principales ciudades. El «realismo socialista» condicionaría la cultura en los años sucesivos.