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Retratos urbanos

Legionario, motero, hippie y artista

Fue botones en un hotel, legionario, comercial, hippie y corredor de motos. Desde hace más de 30 años se dedica al diseño y la impresión en un pequeño taller donde lo hace todo.

Su padre era sastre; la madre, modista. Es el mayor de cinco hermanos. Uno de ellos, Antonio, músico, murió hace unos años. A los 13 años decidió abandonar el bachillerato y empezó a buscar trabajo. El chaval fue contratado como botones en el hotel La Reforma, en la calle Reyes Católicos. Un año más tarde se mudó de puesto de trabajo y operó como barman y camarero en el hotel Domingo, en la Playa de San Juan. Ahí se hizo amigo del hijo del dueño del negocio, Luis Miralles, con quien se inició en la música y en las fiestas nocturnas. También descargó mercancías de barcos en la zona portuaria junto a su padre, que se dedicaba a este pluriempleo cuando la clientela dejaba de entrar en la sastrería situada en la plaza de Gabriel Miró. Duras jornadas entre sacas de café, cebada y otros graneles.

Siempre inquieto, decidió alistarse como voluntario a la Legión, en el tercio Duque de Alba, en Ceuta. Solo resistió en el destacamento 3 meses y 16 días. Los galenos le diagnosticaron una úlcera duodenal en un examen rutinario cuando Manuel Rodríguez Lillo intentaba conseguir un permiso para visitar a su familia y amigos en Alicante fingiendo un ataque de apendicitis, como hizo su compañero de catre. Una gastroscopia validó su licencia al no ser apto para el servicio militar. Fue declarado inútil a todos los efectos. De nuevo en Alicante. Sin oficio ni beneficio. Tenía poco más de veinte años. Se empleó como peón de albañil en un edificio que por entonces se construía en la avenida Padre Esplá. El exlegionario se aficionó a las motos. Durante tres años se dedicó por entero a las carreras montado en una Bultaco y se ganaba la vida como mecánico. Participó en varios campeonatos de España de 250. Corrió en grandes circuitos, como Calafat, y en carreras urbanos, por calles de municipios de medio país. No ganó una sola prueba. Sí tuvo accidentes en la competición: en uno se rompió los dos pies y en otro la clavícula. Pero el siniestro más grave que tuvo montado sobres las dos ruedas fue en las calles de Alicante, a menos de 10 kilómetros por hora. Ya había dejado las carreras. Se fracturó el fémur de su pierna derecha y tuvo que permanecer casi año y medio de reposo, clausurado en casa.

Volver a empezar. Vendió puertas blindadas de casa en casa durante un tiempo. No le gustaba la misión. Decidió convertirse en hippie. Fabricar y vender productos artesanales en mercadillos. Se estableció en Gandía. Allí permaneció cinco o seis años. De nuevo regresó a Alicante se especializó en la aerografía, junto a Tom Rock. La actividad creativa encajaba con su forma de ser. Cientos de trabajos sobre paredes, puertas o furgonetas forman parte del trabajo de Manolo en la vía pública. Luego aprendió técnicas informáticas para el diseño, primero, y para la impresión, más tarde. De eso vive desde hace 35 años, en su pequeño taller «Toth», que lleva el nombre de un dios considerado inventor de la escritura, de las artes y de las ciencias.

Hace dos décadas que Manolo conoció a su mujer, Paloma. Se matriculó en la academia «Espiral» para mejorar sus conocimientos artísticos. Ella era profesora de dibujo y escultura. Se casaron más tarde.

Sigue siendo motero. Experto impresor, sigue diseñando logotipos, folletos, banderolas o pancartas en un taller ordenado y limpio.

Y está hecho un chaval.

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