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Retratos urbanos

De futbolista a restaurador

Colgó las botas demasiado pronto en el equipo ilicitano, harto de lesiones y de rancios negocios del mundo del balompié.

Raúl Ivars Santos. Alicante (1977). Soltero. Hostelero. Ex jugador de Hércules y Elche. Diplomado en Magisterio.

Sangre de fútbol corría por sus venas cuando de chiquillo dio las primeras patadas al balón en plazoletas de Alicante y, poco después, en el campito de una urbanización del polígono de Babel. Raúl Ivars Santos empezó de párvulo en el colegio público Benalúa. Es el mayor de tres hermanos. Pronto ingresó en la cantera del Betis Florida. Mientras estudiaba Bachillerato en Bahía Babel, recibió una llamada del Hércules: le ofrecieron jugar su último año de juvenil en el principal equipo de la ciudad. El chico aceptó; Pompilio, el padre, se ilusionó, y el abuelo materno, Fernando Santos, que jugó en el Hércules, Betis y Recreativo de Huelva, ya veía en su nieto a una estrella del balompié.

Raúl entró en el club entonces presidido por Aniceto Benito. Trasladó sus estudios al Figueras Pacheco, en el régimen nocturno, para poder entrenar con el primer equipo. Ahí andaba un novato sobre la hierba con Paquito, Pavlicic, Alfaro, Parra, Palomino, Lledó y con Alejandro Varela, su compañero en la carrera de Magisterio, que ambos concluyeron entre sesiones infernales, desplazamientos. Ilusión y nervios. Estamos en la temporada 1994-95. Segunda División. Tras el fracaso de Felipe Mesones, la directiva decidió entregar las riendas del conjunto a Manolo Jiménez, que salvó al equipo del descenso y lo sitúo en la mitad de la tabla clasificatoria. Entonces debutó Raúl Ivars como delantero, de media punta, en el tramo final de la liga.

Temporada de ensueño. Jiménez siguió al frente de un equipo reforzado con futbolistas internacionales como Jankovic, Visnic y situó al Hércules al frente de la tabla por delante del Logroñés y Mallorca. De nuevo en Primera División. Gran fiesta en Luceros.

Volver a empezar. Decisión inmediata, el entrenador a la calle. La directiva fichó a Ivan Brzic, que tan sólo se sentó en el banquillo en once ocasiones, Lo suplió Quique Hernández. Descenso y campaña en blanco para Raúl, que sí disputaba encuentros con el filial dirigido por Paco Tarí. Siguió un año más en Alicante, pero decidió estampar su firma con el Elche. Cambió de aires. En la primera liga del nuevo milenio, Raúl encajó en la plantilla del Toledo, como su amigo Varela. Marcó nueve tantos. Regresó al conjunto ilicitano y ahí estuvo cinco largos cursos, con demasiadas lesiones musculares y harto de la política instalada en este deporte, donde algunos representantes de jugadores mandan más sobre el terreno de juego que los entrenadores. Con 28 años decidió colgar las botas. Las ofertas que le llegaron no le agradaron.

2006. Raúl Ivars, con el diploma bajo el brazo, se transformó en empresario. Con sus ahorros abrió una franquicia de restauración italiana en la calle Castaños. Y, sin quererlo, arrastró a la familia al negocio: su padre dio un pase de pecho a la licencia y se apeó del taxi, la madre siempre atenta a las cuentas, su hermano Álvaro trabaja en el restaurante y el benjamín de la saga, Lolo, futbolista en activo, regenta un pub futbolero cuatro casas más abajo.

Ahí sigue. Nunca ha ejercido el Magisterio. Desde hace un par de años está en posesión del título nacional de entrenador, actividad que, de momento, no puede compatibilizar con la hostelería. Aficionado al pádel, cada jornada disputa alguna partida. Con pala y pelota ha jugado con viejos compañeros, como Eduardo Rodríguez, Luismi, Benito Sánchez y Curro Montoya, entre otros.

Sus mejores recuerdos siguen pegados al fútbol, a un balón rodando sobre el césped en partidos o entrenamientos, que casi es lo mismo. Misión cumplida.

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