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Retratos urbanos

El alicantino más generoso

Puede ser el tipo que más sabe de papeleras, pilonas y de la calle. Tierno, generoso, terco, entrañable. Lo poco que ganó, lo gastó en su ciudad, Alicante, en sus celebraciones y en sus paisanos. Con el corazón.

Antonio Navarro Blasco. Alicante (1960). Casado. Una hija. Empresario y mecenas. Un portento. Presidió el Mar Alicante de balonmano.

«Quiero que le toque la lotería a Tony, porque así todos seremos ricos». Con esta frase define Vicente Abadía, uno de sus amigos, al hombre más generoso que tal vez hayamos conocido. Antonio Navarro Blasco cumplió el jueves 60 años. Más de un centenar de amigos, conocidos y algún que otro cantamañanas asistimos al festín. Hubo de todo: cantos, recuerdos. Emocionado, sopló una tarta con ya muchas velas. Demasiadas.

Creció en el antiguo barrio José Antonio. Su madre, Apolonia, regentó durante años una tienda de comestibles. El padre, Francisco, sostuvo una industria de fabricación de suelas de caucho para zapatos y alfombrillas para vehículos en la Florida. Toni y su hermano mayor, Paco, estudiaron en el instituto Juan XXIII.

Amable y cachondo, Tony hizo muchas amistades en las aulas, más en la cantina. Pocos deberes. Se alistó en una pandilla de sanjuaneros, entre ellos, Rafael Ruiz, Vicente Palomares y José Fernando Bleda. Su hermano estudió Medicina; él acabó amasando gomas en el taller de su padre hasta que la crisis se llevó el negocio en los suspiros de los ochenta, y después en una industria similar entre sílice, cauchos y roña.

Practicó el baloncesto. Jugó con Andrés Llorens. Le gustaba dibujar. A los veinte años conoció a María José, su mujer, en un bar del Barrio. La chavala trabajaba de dependienta en una de las tiendas de «Julio el Madrileño». Se casaron. Tienen una hija, Alejandra. Sirvió a la patria como cabo primero en un cuartelucho de Tarragona. Licenciado, entró a trabajar en un estudio de diseño de calzado. Con maña y destreza, aguantó dos años. Conoció a Juan Vázquez y se empleó en Coalsa, una empresa de obras e infraestructuras. Fue jefe de compras y de todo lo que le dio la gana.

A finales de los ochenta creó junto a su socio, Miguel Ángel, una empresa dedicada a la venta de mobiliario urbano, material deportivo y laboral. Tony puede ser una de las personas que más saben de bancos, papeleras, trapas y pilonas. El negocio creció. Abrió líneas de mercado en los cuatro costados de la provincia y fuera de ella. Un buen día la vida de Tony volteó. El alcalde Luis Díaz Alperi, un equipo de baloncesto femenino que estaba al borde del naufragio. Se rodeó de buena gente: Pedro Boj, Alejandro Rico, Rafael Ruiz, Sebastián Baró, Antonio Nieto y Emilio Juan de Merlo, su vecino y amigo del alma. También apareció por las entrañas del club algún que otro saltacorrales. Doce años de presidente: copas y lágrimas; de triunfos y derrotas. Jugadoras internaciones de aquí y de allá; es decir, un laberinto de pasiones entre una pelota y el cielo. Y mucho estrés.

La saga de los Navarro siempre ha estado presente. Su abuelo, Tomás, recibió la Medalla de Oro al Mérito Postal por salvaguardar dos valijas que portaba el ferrocarril que cubría la línea entre Madrid y Alicante, que el 4 de octubre de 1912 rompió las paredes de la estación, se cobró cuatro vidas y causó decenas de heridos. Tomás, jefe de la estafeta de Correos, puso a salvo cartas para su reparto y una saca de billetes verdes. La aportación de Tony a la sociedad alicantina no solo se ha concretado en el deporte. De sus ilusiones y dineros se han levantado proyectos fantásticos en torno a los Reyes Magos, a la Santa Faz, a las Hogueras; patrocinios de verbenas, paellas y otros saraos para el disfrute de la vecindad. Hace ocho años que perdió el negocio por los severos efectos de una implacable y feroz crisis económica: los columpios murieron de viejos. Alicante algo le debe. Él cree que no. Dibuja paisajes y rostros con un bolígrafo de tinta azul sobre una servilleta. Como dice Abadía, nuestro futuro depende del azar. O de Tony.

Un tipo generoso.

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