Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El poder o el honor

El poder o el honor

Aunque la tecnología haya convertido en superfluas las distancias, resulta extraño escribir desde Dubai. Pero admito que el trasiego global de servicios apabulla: compartí vuelo con una arquitecta onubense insultantemente joven que trabaja para una de nuestras constructoras involucradas en la Expo de 2020. Intuyo la magnitud del proyecto cuando encaro Sheik Zayed Road, el Amazonas de veinte carriles que hiende una jungla de rascacielos y grúas que la reforestan incesantemente con nuevos gigantes. En el centro de la interminable avenida se yergue el Burj Khalifa, un coloso de 900 metros con forma de aguja que va adelgazando hasta culminar en un pináculo afilado y casi invisible. Son las siete de la tarde y a los pies del Burj Khalifa la muchedumbre aguarda un espectáculo de surtidores luminosos sobre una laguna artificial. El cosmopolitismo del gentío rebasa cualquier imaginación: aquí se hallan todas las razas, credos, vestimentas, lenguas e incluso algunos españoles, que somos inconfundibles por otros motivos. Uno de ellos mira de reojo cuanto ve con una expresión entre asombrada y escéptica que es heredera de la pregunta de Josep Pla cuando conoció Manhattan: «Todo esto, ¿quién lo paga?».

En la metrópoli no hay novedades: el Real Madrid ha terminado su habitual pretemporada antes de la Champions, la inminencia de la madre de todos los juicios explica la enmienda a los presupuestos anunciada por Esquerra, y un titular vincula la subida del salario mínimo con la destrucción de 200.000 empleos. Ya. Una característica sorprendente del paisaje de Dubai es la omnipresencia de cuadrillas de obreros con mono y casco encaramándose al horizonte interminable de esqueletos de hormigón y acero; sin embargo, también abruma la legión de barrenderos, limpiacristales y personal de los aseos públicos, o el escandalosamente excesivo número de empleados en bares, hoteles y restaurantes (consecuentemente, el servicio suele ser anárquico). Casi todos proceden de media docena de países (Pakistán, India, Bangladesh, Filipinas,?) y perciben entre doscientos y trescientos euros mensuales en un país en el que los dígitos de la matrícula y no el automóvil son muestra de estatus, ya que cualquier oficinista conduce un descapotable italiano. Recuerdo a Lee Marvin en «La leyenda de la ciudad sin nombre»: «Algunas veces echo de menos mi hogar».

6 miércoles

La paternidad ha desnortado a Pablo Iglesias: cuando dice que Sánchez se comporta como un lacayo de Estados Unidos, un párvulo preguntaría a continuación por qué Podemos sigue apoyándole. La distribución de bloques en la crisis venezolana tiene el aroma inconfundible de la «Guerra Fría». Los aliados de Maduro son los países «prosoviéticos» de ayer y los de la oposición venezolana las democracias occidentales y las dictaduras conservadoras. En España, este esquema se corresponde con la izquierda defendiendo a Maduro y la derecha jaleando su derrocamiento. En tierra de nadie, el lugar más peligroso del combate, se halla el Gobierno intentando compaginar su antiamericanismo sentimental con los imponderables internacionales. Como los intelectuales «bon vivant» del París bohemio, su corazón está a la izquierda, pero guarda la cartera en el bolsillo derecho. Zapatero también habría claudicado, aunque adornándose con algún desplante melodramático que hubiese molestado durante al menos cinco minutos al embajador norteamericano. Sánchez suspiraba por que se finiquitara el asunto antes de tener que suscribir una decisión pendenciera de la UE, pero Maduro es terco y La Sexta vela por la revolución.

7 jueves

La joven alemana explicaba el apocalipsis del cambio climático a nuestro anfitrión, un guía beduino, hasta que éste alzó los brazos y murmuró la síntesis perfecta de dos milenios: «Si es la voluntad de Alá». Yo había llegado al campamento, un grupo de tiendas enclavado entre montañas arenosas, tras atravesar el desierto jordano en un vehículo alquilado. Jordania se parece a la España de mi niñez: miles de socavones, coches destartalados con las luces averiadas, rebaños de cabras conducidos por pastores que saludan con su cayado, puestos de fruta y verdura al borde de la carretera y un holocausto de perros y gatos despanzurrados en los arcenes. Los jordanos son extraordinariamente amables y su amabilidad se eleva a paroxismo si uno es español y murmura la palabra «Messi», el «Ábrete Sésamo» contemporáneo. Durante la cena en la tienda común, la alemana seguía atormentada por el efecto invernadero, yo por si el viaje incluía la visita de chacales a medianoche y nuestros beduinos por el partido Barcelona-Real Madrid que iba a jugarse a las diez. Poco antes de esa hora, todos excepto uno partieron en sus camionetas para congregarse frente al único televisor de la zona. Supongo que también era la voluntad de Alá.

Hasta el desierto jordano llegan los gritos de algunos compañeros socialistas, casualmente los mismos que perdieron las primarias y están esperando su particular «Noche de los cuchillos largos». La penúltima ocurrencia de Sánchez para «desinflamar» (no consigo desprenderme de esta palabra) el tiberio catalán es nombrar un «relator». No le den muchas vueltas al término porque se refiere al «mediador» de siempre. Su función sería la de aproximar posturas entre, de un lado, los partidos independentistas y, del otro, el PSC y la gente de Ada Colau. Cómo piensa Sánchez solventar un desaguisado con varios siglos de vida sin contar con PP y Ciudadanos es un misterio que incumbe a la magia negra. Al margen de este matiz, tengo que coincidir con Sánchez en que hace falta pedagogía y unos excelentes talleres para comenzar a impartirla serían las Casas del Pueblo del PSOE. Estamos a semanas, tal vez días, de que algún compañero emberrinchado cite el veredicto «cuando alguien entrega su honor para conservar el poder, suele perder ambos».

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats