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Memorias de un librero inquieto

De viejos libros de la familia montó una librería. Estudió Trabajo Social, fue voluntario en Cruz Roja, se hizo guía turístico. Ya hace un lustro que vende y compra libros viejos.

Carlos Alberto Quiles Pérez.

La trayectoria de Carlos Alberto Quiles Pérez siempre ha girado en torno a los libros. Estudió con los hermanos Franciscanos y Agustinos. Se diplomó en Trabajo Social en la Universidad de Alicante. Ha sido voluntario de diversas organizaciones como Cruz Roja, donde se inició en inmigración atendiendo a viajeros en la llamada Operación Retorno entre Europa y África. Ahí llegó a cobrar jornal en el servicio de teleasistencia. También atendió ancianos y fue monitor de tiempo libre para entidades del ámbito juvenil.

Finalmente decidió inscribirse en un grado de Turismo en el instituto Miguel Hernández, en Alicante, y se formó como guía de viajeros en Francia. Carlos tenía 30 primaveras y la misma cantidad en sueños. Su padre, empedernido lector, almacenaba en un local casi una tonelada de libros. Carlos estaba libre. Decidieron darle salida a la mercancía escrita sobre papel almacenada durante años por la familia. Febrero de 2014. Abrieron un puesto de venta de libros de segunda mano e intercambio en el barrio de San Blas. El negocio funcionó a duras penas. Los Quiles Pérez decidieron situar el negocio en una zona de la ciudad más transitada. Medio año más tarde se mudaron. Eligieron una lonja que antes fue una tienda de ropa de caballero en la calle Calderón de la Barca: Terraferma (continente, tierra firme) se llama. Es una de esas librerías con toda clase de libros: apócrifos, nuevos y ancianos, medicinales y de geografía, religiosos y ateos. Novelas a medio euro del lejano oeste escritas por Marcial Lafuente Estefanía o los seudónimos que utilizó: Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce; al mismo precio se puede encontrar literatura romántica de la creadora de lágrimas Corín Tellado. O muchos recuerdos extraviados de la memoria en volúmenes encartonados o películas hospedadas en cintas magnéticas o en discos compactos de diversas épocas.

Un joven librero en una librería de viejo. Su madre, licenciada en Filología Hispánica, le echa una mano en el comercio frecuentado por clientes y curiosos; el padre, jubilado, sigue fiel a la lectura: siempre tiene tres o cuatro libros en la mesilla de noche. Tiene una hermana que trabaja en la banca y un hermano que labora en la Universidad, ambos licenciados.

La tienda llama la atención del gentío. Junto a comercios de tejidos, de bombillas y de nuevas tecnologías, en las estanterías y en la trastienda del comercio están casi perfectamente ordenados unos 5.000 ejemplares marcados por el tiempo para su venta. Hay textos para todos los gustos. A Carlos le gusta la novela negra, pero tiene volúmenes de cualquier género: literatura, poesía, arte, cine, gastronomía, música, viajes, cocina y de ciencias ocultas.

Hace casi cinco años de la aventura de Terraferma. Cada día vende unos cien libros. El producto más caro que ha comerciado en su periplo como librero fue un tratado sobre los castillos de Alicante por el que recibió 40 euros.

De pequeño acompañaba a su padre por los mercadillos en busca de algo nuevo y, además, barato. Está rodeado de ejemplares curiosamente ordenados en estanterías que cambian cada jornada para captar la atención de un púbico dispar, entre jóvenes y viejos. Ni internet ni la crisis han podido acabar con la lectura de libros. Cuando puede acude a El Rastro de la Cuesta de Moyano, en Madrid, para olfatear nuevos libros y ver en acción a viejos libreros autodidactas. Parece dispuesto a rescatar nuestros recuerdos más olvidados. Un librero inquieto.

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