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Julio Miralles : El kiosquero de la plaza de Benalúa

Casi todos los meses cierra un punto de venta de prensa en Alicante. La crisis y también internet han arrinconado a los medios escritos y, por tanto, a los vendedores. Julio, el kiosquero de la plaza de Benalúa, resistirá un par de años más hasta la fecha de jubilación

Julio Miralles : El kiosquero de la plaza de Benalúa

Una vida dedicada a la venta de periódicos y revistas, sin vacaciones. Jornadas de mucho frío y otras tantas de insoportable calor. Julio Miralles Berenguer lleva casi medio siglo despachando prensa. Empezó a los catorce años en el puesto que regentaban sus padres en la Avenida de Aguilera, después de finalizar los estudios elementales en el colegio público del barrio de José Antonio (ahora Miguel Hernández), primero, y, más tarde, en la academia de Don Francisco.

Ya en la escuela ayudaba a la familia a deshacer los fardos de papel que cada día llegaban al puesto para su distribución. También hacía repartos a domicilio. A principios de los años ochenta, la madre, Consuelo, consiguió la concesión del kiosco de prensa situado en la plaza Navarro Rodrigo, en el corazón de Benalúa. Y ahí fue a parar Julio. Sólo salió del tenderete para cumplir el servicio militar en el Parque de Artilleros de Granada. Regresó un año más tarde. El negocio funcionaba. El periódico no llegaba a costar 25 pesetas. Cada domingo vendía más de un millar de ejemplares y cientos de revistas; ahora no llega a los dos centenares. En jornadas de labor también se vendía mucho más que ahora: abría el tenderete a las seis de la mañana y lo clausuraba entrada la noche en una glorieta concurrida por el público. Calcula que se ha perdido casi el 80 por ciento de la venta. Ahora cierra poco después de las dos de la tarde. Sigue sin vacaciones. Las víctimas colaterales de la crisis de los medios impresos son lo quiosqueros, que, lentamente, van despareciendo del paisaje urbano. "No veo futuro, pero aquí estaré hasta que pueda jubilarme", asegura. Su mujer trabaja como auxiliar de enfermería; los dos hijos se han labrado el futuro profesional lejos del kiosco: un hijo es profesor universitario y otro trabaja en una ambulancia como técnico sanitario. Julio, de 62 años, sigue a pie del garito. Hace lustros que no viaja. Sólo descansa dos fechas: en Navidad y Año Nuevo. Está desilusionado, harto de cambiar el dinero y de discutir con las grandes distribuidoras del sector, después de la huida de clientes que comenzó una década atrás: "Empezamos a notar que la gente que venía los domingos a llevarse el periódico iba dejando de venir poco a poco. Primero por la crisis y ahora porque la información en el ordenador o en el teléfono móvil es gratis".

Las nuevas tecnologías han causado la desaparición de demasiadas cabeceras; los lectores más jóvenes apenas compran prensa y algunos de los viejos lectores de prensa ya han dejado la tierra.

Sobrevive. Julio alterna la venta de periódicos, revistas y golosinas con conversaciones con fieles clientes que cada mañana acuden a su encuentro con la prensa. Le quedan dos años para jubilarse. Lo tiene calculado. El kiosco está alborotado entre papeles y de recuerdos. El día que se derribe su puesto, un autentico espacio de felicidad, los vecinos de Benalúa estarán tan huérfanos que casi no osarán a pasear por la plaza.

¿Al fin podrá disfrutar de vacaciones?, le digo, pero inclina la cabeza de lado, como preguntándose: "¿Vacaciones para qué?".

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