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Un experto en legumbres

Lleva 45 años en una tienda. Rodeado de sacos repletos de legumbres. Es un experto de la venta a granel: garbanzos, lentejas, alubias...

Un experto en legumbres

Es propietario y único empleado de «Don Garbanzo», una curiosa tienda situada en la esquina de las calles Pintor Velázquez y San Leandro y envuelta en sus paredes con un genuino mural grafitero. Hijo de padres ilicitanos, Diego Valero llegó al mundo el 19 de marzo de 1958 en el Hospital General de Alicante, inaugurado dos años antes. Su familia estaba domiciliada en la finca del abuelo paterno, Bartolomé, emplazada en la pedanía de Valverde Bajo (Elche).

Asistió a clases en el colegio rural hasta los 15 años. Se puso a trabajar con su yayo en un almacén de venta de alfalfa, paja, algarrobas, piensos y cuatro sacas llenas de legumbres en Alicante, en la calle Padre Mariana, abierto a principios de los años cincuenta del pasado siglo. Allí aprendió. Se hizo dependiente con delantal.

Sólo se alejó del negocio familiar durante el período militar. Diego estuvo 18 meses vestido de marinero a bordo del destructor Almirante Ferrándiz. Volvió a la lonja llamada «El Tumbaito». El negocio fue cambiando. Las familias alicantinas ya no cuidaban gallinas, pollos y conejos en los patios de sus casas. Diego fue ampliando el cobertizo con nuevos productos a inicios de los años ochenta: gran variedad de legumbres, arroces, aceites, cacahuetes. conservas, etcétera. Todo a granel.

Diego se especializó en la materia. Los sacos de arpillera, hechos con hilo de yute, crecieron a medida que Diego se surtía de los mejores garbanzos y lentejas de Tierra de Campos, en la alta y vieja Castilla. Alubias y judiones de La Bañeza. Otros garbanzos de Osuna (Sevilla), más grandes, más blancos y lechosos. Habichuelas de La Mancha. Habas y altramuces secos para una clientela fiel, cercana, también exigente. Exquisiteces para el público.

La vida de Diego ha transcurrido entre sacos, los viejos de arpillera, y los actuales, de plástico. Ha incorporado a las estanterías algunas conservas, refrescos, pastas y, además, aceite virgen de oliva que él mismo embotella en envases de cinco litros. Cada alicantino consume una media de cuatro kilos de legumbres al año, la mitad que hace medio siglo.

Las proteínas vegetales y otras sustancias de las legumbres secas han asegurado la supervivencia diaria de muchísima gente que no tenía posibilidades de diversificar la alimentación. Presentes en todos los hogares, en el clásico cocido, con sus múltiples variantes, pasando por los potajes y pucheros, michirones y hasta las lentejas estofadas, las legumbres son relevantes en la historia de España, prueba de ello son las apariciones en la literatura popular. Benito Pérez Galdós, apodado «El Garbancero», alimentaba a los protagonistas de algunas de sus obras, como los «Episodios Nacionales» o «Fortunata y Jacinta», con contundentes guisos de legumbres.

Este comerciante de sesenta años y unos meses ya piensa en la jubilación. La tradición familiar entre garbanzos, habas y demás granos acabará en poco tiempo. «Esto son lentejas, si las quieres las tomas y si no, las dejas». Algo así debió decir Diego a sus dos hijos, que huyeron como centellas del cuarto de sacos, y de la vieja balanza. La vida es una ruleta. Uno de ellos trabaja como croupier en un casino de Australia; el otro opera de camarero en la cafetería de un salón de apuestas. Son independientes.

Diego quiere quitarse la pala de sus manos y el mandil del cuerpo. Jubilarse. Sólo abre por las mañanas, de lunes a sábado.

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