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Profesor, camarero y restaurador

Reside desde hace 21 años en España. Llegó de Argentina como profesor y se hizo hostelero

Profesor, camarero y restaurador

Guillermo Guarc González nació hace 48 años la ciudad de San Nicolás de los Arroyos, en la provincia de Buenos Aires, levantada sobre los arrabales del río Paraná. Es el menor de cinco hermanos. Su padre, Alberto, ya fallecido, fue un popular periodista argentino de radio y televisión. La madre, nacida en Ribadeo, se dedicó a la enseñanza y fue directora durante años de un colegio. Padre argentino. Madre descendiente de gallegos, que emigraron en la posguerra para empezar a vivir otra vez y cambiaron las vacas del prado por la carpintería.

Guillermo estudió magisterio y trabajó varios años como profesor en un colegio de educación especial. Era un chico inquieto. Listo. De buena presencia. A los 27 años decidió cruzar el charco hacia la «madre patria». Un día del 1997 aterrizó en Madrid.

Apenas tenía experiencia en el sector de la hostelería, pero su primer trabajo fue el de camarero en Fortuny, un restaurante de lujo de cuatro tenedores, situado en un transformado palacete, propiedad de Javier Merino, exmarido de Mar Flores. El proyecto lo inició el periodista y presentador de televisión Florencio Solchaga, aunque en 1993 tuvo que de clausurar su maltrecho negocio. Ahí estuvo Guillermo durante cinco años, aunque a punto estuvo de abandonar el trabajo en una ocasión. Avisó de su marcha. El propio Merino, empresario polifacético, lo convenció y lo ascendió a primer encargado de sala, con trajes adecuados al nuevo rango. Atendió comandas de Morgan Freeman, de Hugh Grant, de Denis Quat. Y de tantos famosos. El profesor de discapacitados reconvertido en bucanero entre la cocina y el cliente y al revés, decidió cambiar de aires. Dejó el palacete y se trasladó como jefe de sala cerca del cielo de Madrid: a la Terraza Thyssen, justo arriba del museo que regenta la baronesa Carmen Cervera. Aguantó un año en ese epicentro de ocio contemporáneo del Paseo del Prado.

Curtido en mil batallas y con experiencias con los mejores cocineros del planeta, Guillermo Guarc se estableció en el comedor del restaurante Goizeko, en el hotel Wellington, un culto a la materia prima y a la cocina vasca, dirigido por Jesús Santos. Sirvió durante un lustro mesas de reyes, de príncipes y princesas, de artistas, de políticos, de empresarios y de algún que otro buscavidas.

Un buena tarde, en la sobremesa y caída la tarde, un empresario alicantino, Antonio Arias, cliente del Goizako, le ofreció trabajo al frente del comedor de Maestral, con el cocinero José Manuel Varó, con dos estrellas Michelín en la solapa, siempre acompañado en los fogones por al gran Jesús Muñoz, ya ausente. Aceptó el reto.

Guillermo se estableció en Alicante. Pronto se granjeó a la concurrida parroquia del restaurante. Recuerda con nostalgia su estancia en aquella casa de casi siete años. Se integró. Algunos viajes a San Nicolás de los Arroyos. Siempre sonriente, pese a adversidades o constipados. Buena planta y exquisitez en el trato con damas y caballeros. Mucha calma. Un portento. El profesor de niños discapacitados se había convertido en gran profesional del sector culinario.

Pero otra vez decidió mudarse. No es culo de mal asiento, sí inquieto. Abrió un chiringuito en Playa de San Juan. Se hinchó a servir cañas y sardinas durante dos temporadas de sol a luna.

Sus hijos Iago y Candela residen en España. Guillermo comparte su vida y negocios con Nieves, su pareja. Hace un año que abrió el restaurante San Telmo, en la calle San Nicolás, a diez pasos de la concatedral. Y ya esboza otro proyecto este profesor, camarero y restaurador generoso.

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