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La inestabilidad del resto

La inestabilidad del resto

Con el partido Vox tengo la sensación de que la noticia es anterior al hecho. Este fin de semana reunió a diez mil personas en un pabellón madrileño y los relojes se han detenido, la tierra ha comenzado a temblar y sopla ese viento sombrío que precede a las calamidades. Puedo entender que la izquierda sobredimensione el apocalipsis inminente si intuye que perjudica a PP y Ciudadanos, pero no entiendo el entusiasmo suicida de algunos ayatolás conservadores ante lo que no deja de ser una escisión del PP cuyo elixir es un españolismo añejo con tres leviatanes obvios: el fin de ETA, el problema catalán y la inmigración. Salvo en este punto, no hay nada que homologue a Vox con otros populismos de derechas, fundamentalmente el discurso seductor para la clase media-baja que nutre al Frente Nacional en Francia o el miserere antieuropeísta de la Liga Norte. Vox es un fenómeno genuino, ya que sólo puede ser genuino un postfranquismo edulcorado que conserva la liturgia castrense (los diez mil asistentes se habían «alistado») y los eslóganes melancólicos sobre Gibraltar, la patria rota y roja y los mausoleos victoriosos ahora profanados.

«Mi tierra no merece tener la inestabilidad que hay en el resto de España». Leí este titular entrecomillado e inmediatamente lo asocié a Feijóo o Urkullu, aunque no imaginaba un grado de inestabilidad tan insoportable como para malograr la mayoría absoluta del primero o la cómoda alianza parlamentaria del segundo. Una fotografía bajo el titular despejaba el enigma: era la compañera Susana Díaz quien convocaba elecciones anticipadas para evitarse en su tierra la inestabilidad que sufrimos el resto de españoles. No se precisa especial clarividencia para exhalar este quejío de una Yago con faralaes: excepto la portavoz del Gobierno, todos sabemos que la situación es insostenible y sólo la incertidumbre demoscópica, diga lo que diga el CIS, y un comprensible apego al BOE disuaden al presidente Sánchez de solventar aritméticamente un carajal en el que es imposible votar los horarios de Renfe porque Torra quiere que en Cataluña los trenes circulen con maquinistas catalanes, el PNV que salgan todos de Bilbao e Iglesias que se suprima el AVE por elitista. Disculpen la caricatura, pero la considero apropiada para describir otra caricatura.

10 miércoles

He oído que Rufián le guiñó un ojo a una diputada y ésta le llamó «imbécil». No me extrañan estos esfuerzos retóricos porque hace unos minutos dos tertulianos han intercambiado alusiones a sus recíprocas madres y la moderadora les ha reñido con un conmovedor «esto no es el Congreso». Los usos de la Cámara de los Comunes proscriben los términos indecorosos bajo la rúbrica genérica de «inaceptables parlamentariamente». Es una lista extensa que aquí se convertiría en desecho impreso tras cinco minutos de sesión. Tampoco el código de estilo de la BBC resistiría el primer turno de intervenciones en cualquier plató español. Aunque se tiende a atribuir estos excesos a nuestro carácter levantisco e inflamable, en realidad no son más que la criatura de un hábitat cultural que considera inofensivo guiñar el ojo a una mujer salvo que sea nuestra madre y confiere inconscientemente a una cámara parlamentaria el mismo estatus que a la taberna de la esquina. Hablando de tabernas y de su secuela forzosa, los eufóricos, ayer el parlamento catalán tenía previsto desobedecer de nuevo a los tribunales hasta que alguien sobrio mencionó al juez Llarena.

11 jueves

La algarabía provocada por las indiscreciones de la ministra de Justicia, las piruetas fiscales del de Ciencia o el chalet semiclandestino de la portavoz Celaá, descubridora del «granito engrasado» como atributo gubernamental, está solapando una demolición de mayor trascendencia cuyo objetivo es Borrell. Muy oportunamente, ha reaparecido un expediente de 2017 por uso de información privilegiada durante la época en que fue consejero de una constructora. Según la CNMV, a Borrell le resultó invencible la tentación de desembarazarse de un paquete de acciones que en razón de su cargo sabía que iba a depreciarse y fue sancionado. No imagino esta malicia de truhán almidonado en alguien tan brillante intelectualmente como torpe para deambular por la jungla cotidiana. Con una lamentable coherencia, Borrell parece predestinado a ejercer de víctima engañada: los compañeros le arrebataron el liderazgo del partido, sus asesores financieros le estafaron y ahora es un ministro reacio al chalaneo que por lo tanto resulta incómodo. No puede ser casual que las acusaciones más escandalizadas procedan de la Generalitat catalana y sus mamporreros informativos.

El acuerdo suscrito ayer por el Gobierno y Podemos (los dos logotipos que aparecían en la portada) es un documento político antes que económico. Idealmente, los presupuestos expresan un cálculo realista de ingresos y gastos; en la práctica, los ingresos no alcanzan las expectativas mientras que los gastos superan las previsiones, una tradición respetada por el acuerdo: ninguno de los implicados dio las mismas cifras cuando resumió su contenido. Esto delató el auténtico sentido del pacto, que los primeros análisis de los expertos comprometidos con la causa confirmaron después al destacar la derogación de la reforma laboral o el incremento del salario mínimo, dos medidas que exceden el ámbito de unos pre

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