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Vivir: ¿una maravillosa odisea?

Las peores enfermedades

Le comento algunas de ellas, pues muchas no vienen en los libros de Medicina.

Del cuerpo:

De las manos, las que no me permiten abrazar a los otros, darles algo que me gusta mucho, pero todavía es peor cuando a veces expresan violencia o agresión.

De las rodillas, cuando me cuesta mucho pensar, y confundo lo bueno con lo que no lo es; ya sabe que Rodin esculpió una imagen en la que para pensar las rodillas debían estar firmes.

Las piernas, cuando no me permiten acercarme a lo mucho y maravilloso que me rodea.

Los ojos, si veo mal la belleza que me rodea, si no se arquean hacia arriba con la sorpresa, ni pueden llorar de alegría.

Los oídos, si no puedo oír el lamento de mis próximos, el canto de los pájaros, la música de un violín, ni las clases cultas o apasionadas a las que asisto.

La cabeza: cuando olvido todo el bien que me han hecho, no recuerdo las caras ni los nombres de la mucho buena gente con la que he convivido.

El corazón, cuando ha reducido su espacio y no caben los muchos que antes lo poblaban.

La vejiga que no puede eliminar diluidos en agua los sinsabores que he sufrido.

Los intestinos se han hecho tan grandes que almacenan en ellos todos mis malos pensamientos, e ideas, no puedo arrojarlos y su peso me sobrecarga.

Los pulmones cuando ya no entran y salen como antes las ideas o pensamientos, los malos se me quedan en el cuerpo, y no puedo renovarme.

La nariz que no percibe las infinitas fragancias que el aire me transporta.

La boca y el gusto, si no distingo los matices, que van de lo dulce a lo amargo, de lo soso a lo salado, y de lo insípido a lo sabroso o especiado.

Cuando el pecho o tórax se mueve con lentitud, está perezoso y con él todo mi cuerpo.

Se dañó el tacto, siento menos, y esa ausencia de sensaciones me empobrece. Hace que mi mundo sea más pequeño.

O si los brazos están fijos y no me permiten alcanzar la fruta de los árboles ni tampoco las estrellas del cielo.

En los muslos, si salto con dificultad y me tropiezo más con los obstáculos que la vida nos coloca a todos en el camino.

Son las muñecas que se mueven peor y no me permiten agitar el bello abanico de plumas de ave que me refresca la vida.

El culo, los glúteos, estoy incómodo sentado; así sólo puedo pensar cuando camino, y lo hago peor.

Si la boca está cerrada, no enseña los dientes porque no sonríe, incluso está curvada hacia abajo, porque está triste.

La lengua ha salido y no entra, parece que se burla o mofa de todo.

Los huesos no están firmes y el cuerpo vacila al moverse.

Las articulaciones, muy rígidas, no facilitan que los miembros se muevan y los músculos puedan acortarse, desplazar otras estructuras y con ello avanzar. La realidad es que más que el dolor muscular incapacita su inmovilidad.

La grasa corporal aumentada, que no sólo deforma y afea nuestro contorno, sino que dificulta su flexibilidad y movilidad.

Las glándulas dañadas no pueden controlar muchas cosas, desde el disfrute de nuestra vida sexual a la tensión arterial.

El hígado, si se daña, es como una fábrica parada, no podremos aprovechar nuestros alimentos; a digerirlos le ayuda el páncreas, y su lesión adelgaza nuestro cuerpo y nuestra mente, perdemos peso y buenos pensamientos o mejores obras.

La laringe y la tráquea enfermas no pueden dirigir el aire que expulsamos al espirar, con lo que nuestra voz se apaga. No se oye cuando decimos: te quiero.

La piel. Salvo por algún tumor maligno, apenas tienen importancia, sin embargo en la sociedad sus lesiones nos preocupan mucho y hay que ver lo que se gasta en cremas o cirugías antiarrugas.

Los cabellos; que yo sepa la calvicie no es una enfermedad, aunque algunos se hagan implantes. No saben que lo que más para la caída del cabello es el suelo.

El pubis está situado un poco por encima de los genitales, nos acerca a ellos. Alguien ha dicho que es una suerte que los tengamos en esa posición, si estuvieran en el omóplato o la columna cervical, disfrutar con ellos nos sería muy difícil.

Las uñas. Puede ser enfermedad el que nos las comamos, se llama onicotricia, y a veces detrás de ella hay nerviosismo o inquietud.

Los genitales, independientes del sexo que sean, si se dañan impiden disfrutar de él y, lo que es mucho peor, concebir o engendrar. Si su lesión es profunda se acaba la historia del hombre en la Tierra.

Todo el cuerpo: sí, me echo, pero no descanso, se me acumulan las ideas y brotan en desorden.

Del alma:

Al dañarse, el alma se vacía de buenas cosas, especialmente de compasión, cariño o amor.

La mente enferma permanece en blanco, no aporta ideas e incluso le cuesta generar sentimientos o buenas obras, y acumula otras como la soberbia o el egoísmo.

También es grave el daño en el ego, si se desmadra y crece mucho puede pesar tanto que transportarlo es casi imposible.

Los que padecen una situación muy grave, que yo llamo abrazopenía. No es que no reciban abrazos, es que quieren más, nunca son bastantes, nunca se sienten llenos.

Otros tienen sensación de soledad, que no quiere decir que estén solos sino que se sienten solos. Eso les llena de tristeza y amargura.

Los religiosos tienen otra que puede ser muy dura; los más extremos viven su vida sin disfrutar del sexo, otros se enclaustran, no pueden hablar con los demás, los más moderados viven atormentados con el temor a poder caer en pecado, al castigo, o pensar que les espera al infierno.

Los negativos o tóxicos, en realidad no están intoxicados por alguna sus

Los quejicas, que van por la vida con un estandarte de lamentaciones. No han aprendido que quejarse no sirve de nada, solo le amarga a uno la vida y fastidia la de los demás.

La ceguera interna. No permite conocerse a uno mismo, y con ello a los demás.

Le deseo muy sinceramente que no parezca ninguna de ellas: Prevéngalas actuando en contrario, evitando sus causas.

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