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A pánico por semana

La española no, salvo reforma constitucional de máximos. No somos una anomalía

A pánico por semana

Era de temer que un viaje de Pedro Sánchez a Canadá acarreara varios eufemismos sobre Quebec y Cataluña. Aunque las semejanzas fueron descartadas sin compasión por Muñoz Machado en «Cataluña y las demás Españas» (últimamente, parece aconsejable mencionar las fuentes), es probable que este sea otro libro que el presidente no ha leído ni por supuesto citado. Esas carencias y el peaje de la moción de censura sin duda explican frivolidades como hablar de indultos antes de que haya sentencias o equiparar un referéndum legal (el de Quebec) con dos pantomimas prohibidas por los jueces. Ni siquiera el libro de Muñoz Machado es necesario para saber que Quebec (y Escocia) celebró un referéndum de independencia porque la Constitución canadiense (y la británica) lo permitía. La española no, salvo reforma constitucional de máximos. No somos una anomalía. De hecho, las anomalías son Canadá y Gran Bretaña: Francia, Italia o Alemania excluyen constitucionalmente la secesión unilateral por el principio de indivisibilidad del Estado. Portugal incluso prohíbe los partidos regionales y fue la integridad territorial antes que la esclavitud el trasfondo de la guerra civil estadounidense. Vuelva cuanto antes.

Las explicaciones de Ana Pastor sobre su negativa a tramitar la supresión clandestina del veto presupuestario del Senado recuerda la réplica de Gladstone cuando uno de sus ministros argumentó que tenían el deber moral de intervenir militarmente en Egipto: «Tonterías: lo que tenemos es el Canal de Suez». La oposición de PP y Ciudadanos a la argucia no pretendía salvaguardar la pureza del procedimiento legislativo ni las funciones parlamentarias, sino privar al Gobierno de autonomía presupuestaria y exhibir ese trofeo como prueba de su insostenible precariedad. No es imposible gobernar sin presupuestos, pero ello implica perder una herramienta electoral y el riesgo de fuga de algunos apoyos que pierden el incentivo de la retribución económica y su dividendo de votos. Una situación absurda genera forzosamente incidencias absurdas y posee esta lógica zumbona que un Gobierno incapaz de controlar la Mesa del Congreso se halle peligrosamente próximo a la parálisis institucional si tampoco cuenta con una mayoría sólida de escaños. Postdata: fuera un deber moral o el Canal de Suez, Gladstone tuvo que convocar elecciones tras la aventura egipcia.

26 miércoles

Es sencillamente apoteósico que un Gobierno que lo fía todo a la imagen sufra cada semana un ataque de pánico escénico. Como saben, un policía encarcelado por chapotear en las cloacas del Estado ha comenzado a airear documentos incómodos con el obvio propósito de salpicar a la superioridad. La penúltima víctima es la ministra de Justicia, de quien se ha difundido una charla de sobremesa en la que llama «maricón» a su colega Grande-Marlaska. No hay reputación que resista el juicio del lenguaje coloquial descontextualizado y supuestamente protegido por la confidencialidad. Si tuviéramos que asumir todas nuestras indiscreciones y ocurrencias sobre el prójimo sólo conservaríamos el aprecio de nuestro espejo. Lo chispeante es que, habiéndosele reprochado a la ministra su comentario homófobo, ésta pierda el oremus alegando que no se refería a Grande-Marlaska. Me alegro por el ministro, pero es irrelevante que el destinatario sea él o el ujier del ministerio. La homofobia persiste y anticipo la disculpa pastelera del feminismo de Chanel para exonerar a la ministra: las mujeres progresistas no insultan; sólo son cariñosamente campechanas.

27 jueves

El CIS ha variado la metodología de sus barómetros electorales y los resultados presentan serias discrepancias con los de otras encuestas. Ignoro si el hecho de que la nueva metodología favorezca al PSOE es consecuencia casual del refinamiento científico o una demostración de la divisa «ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor». Por la cafetería del barrio aparece cada mañana un matrimonio entrado en años que se dirige a una mesa ocupada por tres señoras de la misma edad. La mujer toma asiento y con un gesto indica al marido que puede marcharse. Él sale y se sienta solo en una de las mesas de la terraza exterior, donde permanece inmóvil durante media hora mirando a su mujer a través del cristal. En la práctica, es un animal bípedo de compañía y hoy le he observado con interés sociológico mientras ojeaba las inescrutables aclaraciones del CIS sobre márgenes de error y atribución de voto. Si un encuestador indagase sobre sus preferencias políticas mientras espera en la terraza, la respuesta del anciano probablemente sería: «Mi mujer dice que Pedro Sánchez tiene buena planta». Según la oposición, el CIS contabilizaría dos votos para el PSOE. El PP los consideraría indecisos consortes. No hay metodología que sobreviva a tantos enigmas.

28 viernes

Si el ministro Pedro Duque y su esposa constituyeron una sociedad para adquirir un chalet, han incurrido en la misma causa de dimisión que Màxim Huerta, el ministro más efímero de la historia. Fue Sánchez quien ajustó el baremo de la honorabilidad en este y otros casos, por lo que ahora sólo cabe exigirle coherencia. Naturalmente, la veracidad de un currículo, el cotilleo vulgar durante una tertulia relajada, aprovechar resquicios legales que rebajen la tarifa tributaria o valerse de lealtades para obtener ventajas académicas son hábitos que debería castigar o perdonar el electorado y no un código ético tan maleable como sectario. Por no mencionar esa rotunda memez de la «mentira por omisión», un pecado multitudinario que, de aplicarse rigurosamente, nos obligaría a importar tantos políticos como futbolistas. Este ambiente de menudencias punibles amenizado con timbales periodísticos y sesiones parlamentarias de taberna cacharrera conduce patéticamente a que un chalet comprometa la estabilidad del Gobierno mucho más que las insolubles pensiones o la zarzuela catalana. Insufrible.

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