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Juan Espí, «el mago de las Bultaco»

Puede ser el último mecánico de motos. Las destripa y las monta desde hace más de seis décadas. Todo evoluciona. Ahora se trata de cambiar piezas. Juan Espí es «El mago de las Bultaco».

Juan Espí, «el mago de las Bultaco»

Por su taller han pasado miles de motores Bultaco. Maltrechos, gravemente jodidos, incluso gripados; otros sólo pendientes de unas manos capaces de darles más energía y potencia. Juan José Espí Torregrosa, de 80 años, ha dedicado su vida a las motos.

Nació en el caserón de una vieja marquesa situado en la finca «El Poblet», en el polígono de La Atalayas. Allí moraba la familia Espí, con cinco niños que alimentar. El padre se ganaba el jornal transportando ladrillos y arena en el carro que tiraba una mula por todo Alicante. Juan nació en el 38, en plena Guerra Civil. Sólo recuerda que jugando con sus hermanos se encontró con una bomba que no explotó.

Al fin se trasladaron a vivir a la barriada de La Florida. Juan tenía 10 años, pocos estudios y hambre. A esa edad empezó a trabajar como repartidor en la tienda de comestibles de Fausta Torres, situada en la calle Segura. Después de cuatro años como recadero entró como aprendiz en el taller de reparación de bicicletas y motos que regentaba Ramón Blasco, en la avenida de Orihuela. A los 18 años se puso el buzo azul de mecánico en otro obrador: Motos Gallego. En la calle García Morato. Pero a los 18 meses decidió volver con Blasco como socio. La relación acabó como el rosario de la aurora.

Ya veinteañero aterrizó en el negocio de Eduardo García Mira, distribuidor de la marca Bultaco en Alicante y en otras provincias. Meses después despegó como voluntario a la Academia General del Aire, en San Javier, y el resto del servicio lo cumplió en el desaparecido aeródromo de Rabasa, cuya superficie ocupa la Universidad de Alicante. Juan Espí, ya licenciado, regresó a Bultaco. Asumió la responsabilidad de la parte técnica del taller de García Mira. Tiempos de trabajo con las manos llenas de grasa: intensas jornadas laborales y carreras de motos en domingos. Corrió algunas carreras en circuitos urbanos y en algún que otro corral, pero sabía que su fuerte y su vocación era sentir las entrañas de los motores. En 1964 decidió independizarse. Abrió un local en la calle Rigel. Lo llenó con varias motocicletas troceadas como un rompecabezas. Talento, ilusión y buenas manos. Sólo faltaban máquinas para competir en un sector en auge: una prensa, un torno y soldadura eléctrica y autógena. El mecánico tenía 26 primaveras. Conocía todas las teclas de motores, carburadores, llantas y los chasis. Por el local fueron apareciendo clientes, especialmente aficionados al motociclismo con ansias de jugarse el pellejo en los circuitos, como José Medrano, siete veces campeón de España con Bultaco, y con rivales en el asfalto como Ángel Nieto, Santiago Herrero y Ramón Torras. Estos cuatro pilotos ya están fuera del circuito vital. De su época sobreviven Ramiro Blanco y Salvador Cañellas. Estuvo al lado de Medrano, como junto a chavales valientes: José Ángel Muñoz, el gran Felo Navarro y Alberto Gisbert, con quien fue campeón de España hace 38 temporadas. Dejó sus motos cientos de veces para la competición.

Los motores Bultaco, paridos por el ingeniero catalán Paco X. Bultó, eran los mejores. Espí amontonaba en su estancia de labor piezas en desuso, tornillos, bielas, hierros retorcidos, que, poco a poco, se trasformaban en motos listas para competir en circuitos o en callejuelas. Cree que el mejor piloto español fue Ramón Torras, muerto en servicio en 1965.

Lleva tres lustros jubilado. Pero cada día acude al taller, que ahora dirige su hijo Juan Carlos, también motociclista, para armar nuevos hierros. Sigue de cerca las carreras urbanas y las clásicas.

Es uno de los pocos mecánicos que resiste los embistes de los nuevos tiempos, que han

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