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Vidas en stand by

Durante meses malvivieron en Idomeni, durmiendo en la calle, en el barro, esperando poder cruzar para seguir su camino

Vidas en stand by

Nidal es sirio. De Alepo. Como tantos otros huyó para sobrevivir. Su mujer salió del país y consiguió llegar a Alemania. Él emprendió su viaje poco después junto a sus dos hijas de 7 y 8 años con el objetivo de reunirse con su esposa e iniciar una nueva vida en paz. Ese reencuentro, dos años después, aún no se ha producido. A Nidal y a sus hijas les cogió el cierre de fronteras en 2016 y quedaron varados en Grecia.

Durante meses malvivieron en Idomeni, durmiendo en la calle, en el barro, esperando poder cruzar para seguir su camino. Finalmente desistió y optó por intentarlo por la vía «oficial»: demandando el asilo en Alemania por el principio de reunificación familiar. Hoy continua su espera viviendo en un pequeño piso compartido con otra familia siria en el pueblo de Polikastro, a 50 kilómetros de Thesalonika, en el norte de Grecia. Allí lleva seis meses.»Es muy desesperante esta situación. Tu vida depende de que te envíen un sms que no llega. Además de no poder ver a mi mujer... Me siento como si estuviera casado con el móvil», Cuenta Nidal mientras habla vía whatssap con su mujer. «El único contacto con ella en dos años ha sido telefónico. Los únicos besos que le puedo dar son estos (muestra los emoticonos de besos en su teléfono).

Nidal y sus hijas acuden cada día al centro comunitario de Polikastro OCC (Open Cultural Center), una organización fundada por tres voluntarios catalanes que lleva dos años trabajando en Grecia. Ofrecen un programa educativo y cultural tanto para niños como para adultos. Aquí es donde han aprendido a hablar inglés y algo de alemán. «No quiero vivir de pensiones del gobierno ni de la caridad de las ONGs. Quiero trabajar y dar un futuro a mis hijas. Yo era fisioterapeuta de deportistas de élite. Era un buen trabajo, me encantaba. Estoy seguro de que puedo encontrar trabajo de mi especialidad en Alemania», asegura.

Regar los campos

A unos pocos kilómetros de Polikastro, lo que fue un antiguo aeródromo militar es ahora el campo de refugiados de Nea Kavala. En una vasta planicie medio asfaltada se suceden centenares de barracones prefabricados de unos 20 metros cuadrados, numerados y colocados simétricamente uno tras otro.

El campo está rodeado de una valla con concertinas y en la entrada hay un punto de control con militares griegos de guardia. Un enorme cartel de la Unión Europea y el gobierno griego anuncia a todo el que accede el coste económico del campo. Exactamente 52.232.500,00 ?.

La instalación se creó en marzo de 2016 tras el cierre de fronteras y la llegada masiva de refugiados que esperaban cruzar por Macedonia. Durante los primeros meses llegaron a convivir hasta 2.000 personas en carpas de lona en unas condiciones pésimas. Hoy día, dos años después, quedan unas 400.

Muchos, cansados de esperar las vías oficiales, han recurrido a negociar con las mafias para cruzar la frontera y proseguir su camino. Y es que en el campo de Nea Kavala lo único que pueden hacer es esperar. Esperan un SMS del Ministerio de Inmigración con el que les den una cita con la administración para gestionar su proceso de reubicación en Europa o la reunificación.

Las semanas pasan, y los meses. Las condiciones en el campo son duras. El frío es intenso en invierno, el calor asfixiante en verano y cuando llueve el agua se filtra en los barracones. Pero el peor enemigo al que se enfrentan los refugiados es el aburrimiento.De hecho, el puesto de la unidad de asistencia médica del campo registra númerosas atenciones psicológicas a personas que acuden con claros signos de depresión o ansiedad. Ya son varios los casos de suicidio de refugiados registrados en Grecia en los últimos meses.

Amer es un joven kurdo de 25 años que lleva seis meses en el campo . Vive en el barracón B71. En su interior hay espacio para un camastro, una pequeña mesita con una oxidada cocina eléctrica y poco más. Sobre la cama tiene unos pequeños peluches. «Es lo único que conservo de mi hogar. Lo único que traje conmigo».

No le gusta hablar de cómo llegó hasta Grecia ni de por qué se fue. Muestra en su teléfono fotos de la pizzería que regentaba su familia en Kurdistán y cuenta lo bien que les iban la cosas. Su constante sonrisa desaparece por un instante.

Desde que llegó colabora como voluntario con la asociación A Drop In The Ocean que trabaja intentando hacer un poco más digna la vida en el campo. Han creado un sistema monetario propio. Con él, los habitantes de Nea Kavala pueden ir a la tienda «Drop shop» y comprar la ropa o lo enseres que necesiten pagando con Drops. El objetivo es que puedan acceder de una forma más digna a los productos de primera necesidad, gestionando sus propios recursos, mitigando así la idea de que viven de la caridad.

Además, junto a la asociación We Are Here han creado recientemente una escuela donde se imparten clases de idiomas para niños y adultos y habilitado una biblioteca, una guardería y un espacio para mujeres. Ambe Vandam es la coordinadora del proyecto y habla de la importancia de la formación para las personas en esta situación en Grecia: «Hay que pensar en el después del campo. Esta gente quiere aprender, obtener conocimientos útiles. Parece que mucha gente no se da cuenta de que en los campos de refugiados hay gente formada, brillante, con grandes metas y sueños. Queremos que esos sueños no se apaguen. Queremos construir esperanza», sostiene.

Con esa misma filosofía esperanzadora trabajan Kiki y Mimi, fundadoras del proyecto Habibi Works en la ciudad de Ioanina. Habibi works es un centro comunitario para refugiados situado junto al campo de Katsikas. Han trasformado lo que era una nave industrial en un acogedor centro social con cocina, taller de costura, taller de carpintería, sala de informática e incluso taller de impresión 3D. Este lugar se ha convertido en el punto de encuentro de todos los refugiados de la zona.

El ambiente cálido y la cantidad de oportunidades generadas por Habibi Works contrasta con el ambiente frío y la desolación del campo. Hassan, sirio de 16 años acude a diario al centro. Está en los ordenadores jugando a un juego de motos. Dice que le gusta Habibi Works porque puede hacer un montón de cosas. «Cuando estoy en el campo me paso el tiempo sin hacer absolutamente nada. Me siento y no hago nada», cuenta. A la pegunta de qué sueña ser de mayor Hassan se encoge de hombros. «Nada en especial», responde con indiferencia.

Sobre esta desmotivación recurrente en los jóvenes refugiados, habla Mimi: «Es especialmente difícil para los adolescentes o los jóvenes adultos. Son ellos los que no están recibiendo educación. Están perdiendo oportunidades y perspectivas de futuro. Están desmotivados y desesperanzados», cuenta.

Atenas, ciudad de espera

En Atenas la crisis de refugiados es palpable en el ambiente. Basta pararse en la céntrica plaza Syntagma y observar unos minutos. Esta zona se ha convertido en lugar de reunión de refugiados que acuden a diario para navegar por internet y contactar con sus familiares aprovechando la red wifi abierta de la plaza. Pequeños grupos se sientan en las famosas escalinatas con sus teléfonos mientras miles de turistas pasean ajenos, esquivándoles y fotografiándose con sus palos selfies junto al parlamento griego. A las afueras de la ciudad se encuentra el campo de Skaramagas, el mayor de Grecia. En él conviven unas 1.700 personas actualmente.

Por toda Atenas han surgido proyectos con alternativas para los refugiados, sobre todo en el barrio de Exarchia los conocidos como «squats». Los squats son edificios ocupados por el movimiento anarquista, autogestionados y reconvertidos en centros de acogida.

Numerosos voluntarios de todo el mundo acuden para colaborar con estas iniciativas. El City Plaza es uno de los más conocidos. Se trata de un hotel abandonado tras los efectos de la crisis económica y que ha sido ocupado. Hoy en día da alojamiento, comida y formación a más de 300 refugiados.

Pero no solo el movimiento anarquista se ha solidarizado con la causa. Otras muchas pequeñas asociaciones independientes están llevando a cabo una gran y necesaria labor que trata de suplir las carencias oficiales. Es el caso del Centro Social Victoria. Este proyecto tiene un edificio alquilado en Atenas y con un gran esfuerzo, donaciones privadas y la colaboración de muchas pequeñas organizaciones solidarias en España han conseguido que este centro comunitario sea una realidad.

Emilia es una voluntaria de Caudete que colabora intensamente con este proyecto. Una vez al mes, los voluntarios de este centro social se reúnen y organizan una fiesta junto a los usuarios para compartir un buen rato juntos.

Emilia se encarga de la cena. Cuando lleva la enorme olla a la mesa todos corean su nombre y le aplauden. Esta entrañable manchega desprende una energía y un compromiso admirables y se ha ganado el cariño de los refugiados que acuden a Victoria. Va a estar diez días en Atenas ayudando en el centro, pero cuenta que el trabajo importante es el que llevan a cabo desde España durante todo el año: «Ahora he venido a echar una mano en lo que haga falta. Estamos dando unos 600 menús diarios y estoy ayudando sobre todo en la cocina. Yo pertenezco a la asociación Caudete Se Mueve que se encarga de organizar eventos para recaudar fondos y alimentos para traer hasta aquí. Es nuestro granito de arena; lo mínimo que podíamos hacer».

Tras la cena, y a pesar del ambiente de fiesta, es inevitable que en las conversaciones con los refugiados recuerden el drama vivido.

Hala y Zahara son dos hermanas sirias de 17 y 18 años. Huyeron de la guerra e intentaron iniciar una nueva vida en Turquía. «Allí mi hermana tuvo que sacrificarse trabajando 14 horas diarias en el mercado para que yo pudiera estudiar. Empecé mis estudios de Psicología en Siria. Luego estalló la guerra y huimos. Intenté retomarlo cuando llegamos a Turquía. Después de un año las cosas se pusieron feas, los refugiados no éramos bienvenidos allí. Entonces decidimos intentarlo en Europa», explica Hala, la mayor de las hermanas.

Una vez en Grecia se han topado con otro enemigo. Esta vez la burocracia y el drama de la espera. «Quiero ir a Inglaterra, terminar la carrera y trabajar allí como psicóloga, pero hasta que nome den los papeles no puedo hacer nada. Solo esperar».

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