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Una maniobra impecable

Una maniobra impecable

En un primer momento pensé que al electorado del PSOE no le gustaría amancebarse con Podemos, independentistas catalanes y Bildu, pero después caí en la cuenta de que ese electorado son a día de hoy seis millones de irreductibles frente a los transversales once millones de 2008 y que ningún irreductible rechaza un pacto con el diablo si le garantiza que desalojará a otro diablo mucho más satánico. La maniobra de Sánchez es por lo tanto impecable desde un punto de vista doméstico y además subsana durante cuarenta y ocho horas la chocante extravagancia de que el líder de la oposición no sea diputado. Otro tema es qué consideración merece intentar ser presidente de gobierno con los votos de unos procesados por rebelión o con las excrecencias de Eta, pero ya nada puede extrañarme si el asesor estratégico de Sánchez trabajó para García Albiol y Monago, dos excelentísimos cadáveres políticos. En la práctica, el éxito de la moción sólo implica una habilitación incondicional para que Sánchez convoque elecciones cuando le convenga. Pura lógica política entre tanta urgencia ética.

Los resultados del plebiscito inmobiliario que ha celebrado Podemos parecen ambiguos. Leo que el sesenta por ciento de los votantes ha apoyado al tándem Iglesias-Montero en un dilema que esencialmente se reducía a legitimar la compra de un chalet rumboso. El asunto parecía importante en una agrupación cuya premisa ideológica es el conflicto de clases y de ahí que algunos compañeros afeasen al líder la mudanza, singularmente el entrañable Kichi, el alcalde gaditano que continúa viviendo de alquiler en un bajo de cuarenta metros con persiana enrollable en la puerta y fachada de cal agrietada. Lo de la persiana y las grietas es una licencia por mi parte, pero ocurre que el discurso moralizante de Kichi provoca impulsos líricos. Sostiene Kichi que tiene «el compromiso de vivir como la gente corriente para poder representarla». Es una bella declaración de principios, aunque de los resultados podría deducirse que a la gente corriente no le importa cómo vivan sus representantes. Otra conclusión maliciosa es que la «gente corriente» de Podemos no lamenta que haya opresores y oprimidos, sino que precisamente ellos sean los oprimidos.

30 miércoles

Bien mirado, la cabezonería judicial de Alemania, Bélgica y Suiza puede convertirse en una bendición disfrazada para quienes vivimos aquí. Por el momento nos hemos desembarazado del cártel de Puigdemont y de Anna Gabriel, una señorita que amenazaba con devastar todas las oficinas bancarias de Barcelona y que consecuentemente se ha refugiado en Suiza, el edén de las cajas de seguridad. El penúltimo fugado es Valtonyc, un rapero condenado a tres años de cárcel por enaltecimiento del terrorismo, injurias graves y amenazas, que ha huido de España cinco minutos antes de ingresar en prisión. Según el Tribunal Supremo, algunas canciones de Valtonyc rebasan los límites de la libertad de expresión y se adentran en lo delictivo, una frontera brumosa para quienes alegan que el aforismo «el pensamiento no delinque» autoriza a decir cualquier cosa. No es así, afortunadamente, y reproduzco uno de los frutos artísticos de Valtonyc para situar la fosa séptica en sus justas coordenadas: «Tu bandera española está más bonita en llamas, igual que un puto patrol de la guardia cuando estalla». Pum.

31 jueves

El PNV ha comunicado al Gobierno que apoyará la moción de censura y hará presidente a Pedro Sánchez. Aunque la fiabilidad de los políticos españoles es tan perfectamente descriptible que siempre conviene recordar al general Desaix en Marengo («Es mediodía y la batalla está perdida, pero podemos ganar otra esta tarde»), la deserción del PNV parece irrevocable, con lo que la única batalla que el PP puede ganar antes de que se vote exige la dimisión de Rajoy. Según Sun Tzu, una retirada que evita el aniquilamiento también es una victoria, pero incluso el simpatizante más voluntarioso del PP debe admitir (Sun Tzu también lo haría) que Sánchez ha sido fiel a sí mismo y que el resto de la oposición aspira a liquidar el régimen. Lo incontrovertible es que Rajoy pudo prever que la consecuencia inevitable del caso Gürtel sería la ofensiva final contra su Gobierno y debió precaverse contra el «tsunami». Por última vez, insistió en amarrarse al consejo de Asquith («esperen y vean») y ahora debe optar entre el sacrificio deshonroso, por desesperado, o permitir que Sánchez sea presidente gracias a una mayoría parlamentaria que hasta hoy sólo era imaginable en Italia.

Cuenta Montanelli que, antes de Hipócrates, a los infectados por solitaria se les cortaba el cuello para extraerla. El problema era que el paciente moría invariablemente durante la operación. Es una ocurrencia cómica para ilustrar los inicios de la medicina que he recordado esta mañana mientras Rajoy era arrojado al trastero de la Historia. Por más epitafios gloriosos que se dedique a sí mismo, no puede desplazar responsabilidades: él es el principal culpable del disparate que supone un Gobierno escuchimizado cuyo programa se reduce a aplicar unos presupuestos de los que abomina y a retrasar la convocatoria de elecciones contentando a cinco aliados ocasionales que pretenden derogar «de facto» la Constitución. Era un gozo ver aplaudir en éxtasis a Tardá y Rufián

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