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Retratos urbanos

Magia con humor a domicilio

Pedro, más conocido como «Hachinochevé», lleva 10 años con su tenderete portátil del que salen mil artilugios para trucos divertidos

Magia con humor a domicilio

Pedro Palao Narro nació pegado a su hermano gemelo por su hombro izquierdo. Siameses salieron los bebés desde el vientre de su madre hace 56 años. Los médicos lograron separar los cuerpos con éxito horas después. Salieron sanos y salvos, sin más detalle que una mancha en el trozo de piel que compartieron durante la gestación. Hijo de padre murciano y madre pinosera, el clan con seis descendientes se estableció en El Pinós.

El progenitor trabajaba como estañero reparando objetos de hojalata. Tuvo que buscar un pluriempleo para atender las necesidades familiares. Se metió de pocero. Poco tiempo después el pozo en el que trabajaba se hundió, perdió la vida y dejó a viuda y cinco huérfanos. Los gemelos aún eran lactantes.

La madre no tuvo más remedio que trasladar el domicilio a Santa Pola. Pedro estudió, como sus hermanos, en el colegio público Virgen de Loreto. Finalizado el bachiller elemental, cursó Formación Profesional y aprendió a trabajar la madera: se hizo carpintero, como su hermano gemelo. También estudió musicología en el Conservatorio de Elche.

Se dedicó al mantenimiento de comercios hosteleros hasta que la magia entró en su vida: un amigo le sorprendió con un truco y se enganchó a las habilidades de la «Magia potagia», que interpreta su ídolo Juan Tamariz.

Siempre autodidacta, empezó a actuar en pequeñas fiestas para niños o en saraos concurridos por adultos guasones. Desde hace dos décadas es un mago cómico profesional: «Hachinochevé», nombre artístico con el que bromea por su menudo cuerpo. Actúa en comuniones, aniversarios, despedidas de soltería y en cualquier fiesta en la que deba clavarse humor y algo de magia.

Así se gana la vida Pedro. Con más de 200 «bolos» cada año, con su furgoneta recorre miles de kilómetros por carreteras alicantinas y de las provincias de Murcia y Albacete. Asegura que su única publicidad es el «boca a boca» y una intensa labor de repartir tarjetas a diestro y siniestro entre el público que encuentra a su paso.

No para. Asiste a congresos y cursillos. Ha aprendido técnicas de hipnosis, de mentalismo. Va de prisa. Lleva en su vehículo cuatro maletas cargadas de objetos para entretener a la parroquia, megafonía y hasta un escenario portátil que monta y desmonta con habilidad.

Reconoce que en algunas ocasiones sus trucos o sus juegos con cartas han fallado ante el respetable. Con tablas ha superado decenas de errores que se han convertido en más risas asumiendo los fracasos con destreza y como si nada malo hubiese ocurrido.

Dice que los magos tienen un plan B, que es mejor que el A: «Lo mejor es cambiar el juego y no repetir. Se ahorran muchos problemas». Su peor jornada la vivió una tarde en la que por error empezó su actuación en un local repleto de gente dispersa mientras su teléfono no cesaba de recibir llamadas. Congeló sus trucos y atendió el celular: lo requerían de la fiesta contratada. Pedro se había confundido y dio a parar con su pajarita en lugar equivocado. En diez minutos se plantó en el nuevo escenario.

Ya tiene actuaciones contratadas para acabar el curso. Entre festines, el mago cómico inventa nuevas trampas astutas e ingeniosas para sus espectáculos. No quiere dejar de sorprender. Nada puede fallar en la carreta que ofrece magia y humor a domicilio por un puñado de euros.

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