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Aprendiendo de nuestros errores

El hombre que cambió su casa por un bitcoin

Hace poco pudimos leer que una inmobiliaria había puesto a la venta un ático con la condición de que había que pagarlo en bitcoins

Vino a mi memoria un libro, recomendable en mi opinión, de Fernando Trías de Bes: El hombre que cambio su casa por un tulipán, que obviamente ha «inspirado» el título de este artículo. Trías de Bes dijo que lo escribía con el objetivo de que las personas tuvieran información suficiente para discernir cuándo pueden estar a punto de invertir los ahorros de su vida en una burbuja especulativa.

La situación de la economía es el resultado de la interacción de las decisiones de todos los agentes que intervienen en la misma, por tanto, podríamos decir que lo que está ocurriendo en realidad es la solución a un complejo sistema que responde a la voluntad colectiva, expresada a través de unas decisiones individuales de personas que, según el enfoque ortodoxo, se comportan de forma racional. Sin embargo, las burbujas financieras muestran el nivel de irracionalidad al que podemos llegar los humanos.

Hay muchos ejemplos históricos de tales burbujas y el texto al que he hecho referencia las enumera, describe y analiza, como excusa para ocuparse de la que hemos vivido recientemente: la burbuja de crédito e inmobiliaria que dio lugar a la crisis financiera internacional y a la Gran Recesión.

Llegados a este punto, parece evidente que, aún a riesgo de equivocarme, considero que estamos -más que ante una moneda, en el sentido económico del término- ante un producto financiero sujeto a una altísima volatilidad, y que, por tanto, experimenta todos los síntomas de una burbuja.

Por supuesto no soy un experto en la materia -es más, no dispongo de un solo céntimo de bitcoin- pero me atrevo a afirmar que es imposible que existan auténticos «expertos» capaces de valorar la viabilidad futura de esta criptomoneda, por la sencilla razón de que carecemos de la experiencia suficiente para poder analizar y predecir su comportamiento.

No obstante, un activo, que carece valor «intrínseco», y que puede revalorizarse, en un solo año (el 2017), en un 1.900 por cien, y que en menos de treinta días cae un 50, puede que sea una gran oportunidad, pero, sin duda, es un riesgo inmenso, porque es fácil concluir que estamos ante una burbuja. En términos familiares, si algún amigo me preguntara al respecto, le diría que nunca se sabe cuándo va a explotar una burbuja y que, por tanto, si dispone de bitcoins, que los venda mientras pueda ganar dinero, y si no los ha adquirido, pero tiene intención de hacerlo, que compre sólo el importe que esté dispuesto a perder íntegramente. Por supuesto, que no confíe en inexistentes «expertos».

Una de las principales características del bitcoin es que su emisión (en realidad no se emiten, por eso se habla de «minar» bitcoins, como una referencia a las minas de oro) no depende de ninguna autoridad oficial, sea un banco central o un gobierno, y su utilización es prácticamente anónima. Desde el momento de su lanzamiento se sabe, porque así lo establece su algoritmo, que habrá un máximo de 21 millones de bitcoins, cuantía que todavía no se ha alcanzado. Su volumen total de negociación es, hoy, relativamente pequeño y, además, según Bloomberg, hay unos 1.000 poseedores que controlan el 40 por ciento del mercado total, lo que justifica sobradamente su volatilidad.

Los defensores del bitcoin atacan las monedas emitidas legalmente señalando que éstas se gestionan de forma opaca para que se puedan desarrollar políticas económicas que afectan a millones de personas, «sometiéndolas al yugo de los deseos de unos pocos», mientras que el «bitcoin hace libre a la humanidad».

Son los más fundamentalistas del mercado quienes se muestran entusiasmados con el bitcoin, precisamente porque se creó fuera del control de los bancos centrales, a los que ven como una fuente de casi todos los males. Y aunque la reiterada constatación de la realidad contradiga sus predicciones, continúan diciendo que los bancos centrales van a provocar una gran hiperinflación y otros desastres, cosa que no podría suceder con el bitcoin, porque no es posible crear la cantidad que se desee, sino que ésta será fija.

Precisamente éste último hecho es uno de los grandes inconvenientes que, desde la perspectiva del papel que juega el dinero en la economía, tiene el bitcoin. Esta criptomoneda no puede representar el futuro, como pretenden quienes la defienden con pasión, porque, en el mejor de los casos, nos conduciría a una situación muy similar a la que sufría la economía cuando estaba bajo la atadura del patrón oro.

Pensemos que si el bitcoin fuera la moneda de referencia en una economía, su uso generalizado como medio de pago nos conduciría a una deflación permanente. La teoría cuantitativa del dinero parte de una identidad contable que nos dice que la producción, expresada en términos monetarios corrientes, es igual a la cantidad de dinero que existe multiplicada por la velocidad de su circulación. Si la cantidad de dinero que existe es fija, la única forma de que la producción total aumente es que el nivel de precios disminuya, o bien que aumente la velocidad de circulación de los bitcoins. Esto último puede suceder, pero tendría un límite, por lo que, finalmente, el nivel de precios debería disminuir. Resulta evidente que cuando la economía está creciendo es necesario que la oferta monetaria también aumente y eso no es posible con el bitcoin, lo que supondría un freno al crecimiento económico.

Pero es que, además, es razonable pensar que si se extendiera mucho su uso, los bancos tendrían incentivos para conceder créditos en bitcoins, lo que equivaldría a asumir un gravísimo riesgo de inestabilidad financiera, ya que el sistema bancario necesita de un prestamista de última instancia, que pueda aportarle liquidez, para que, bajo determinadas circunstancias no se produzca un colapso, y no puede existir un prestamista de última instancia en bitcoins, sencillamente porque el prestamista necesita poder emitir dinero para cumplir su función y ello no es posible con la criptomoneda. Esto nos conduciría a crisis bancarias frecuentes, tal y como sucedió con el patrón oro, que afortunadamente hace mucho tiempo que fue abandonado, después de haber causado grandes problemas económicos.

Como señalan sus grandes defensores, el bitcoin, como supuesta moneda, se parece, en algún sentido, al oro. Precisamente por ello no es el futuro, sino que representa el pasado. Ahora bien, como activo financiero ustedes sabrán: son muy libres de hacer lo que quieran con su dinero.

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