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Hola soy Dios

Hola soy Dios

«Querido Pa:

perdone que le llame Pa, pero es que le siento a usted mucho más cercano así que antes, cuando tenía que arrodillarme y aprenderme unos latinajos que no entendía y que hacían que se me fuera la cabeza a otras cosas mientras rezaba.

Este cambio moderno me parece mucho más amable. Incluso le encuentro a usted mucho más guapo, sin esas melenas blancas que debían ser incomodísimas y esa barba, que debía criar hasta lombrices. Ahora, en cambio, con esa media melenita recortada a lo Johnny Depp y esa barbita de cuatro días está -perdone que se lo diga, no soy sospechoso de nada extraño- mucho más atractivo, incluso yo le echaría unos millones de años menos de los que tiene.

Pero qué incorrecto soy: no me he presentado. Me llamo Aureliano Pelmácez. Y soy español. Y a mucha honra. Por cierto, gracias por lo del Madrid, que estamos haciendo historia, sabe usted? Mi compañero de curro es culé irredento, y no para de rabiar? no sé lo que me da más gusto, que el Madrid haya conquistado el Peloponeso -¿era eso, o el Parnaso?, no me acuerdo muy bien?- o que los culés penen como judío en el desierto.

Decía? ya no me acuerdo bien? ¡Ah sí!... Que ahora da gusto dirigirse a usted, casi estoy por tutearle, pero mi esposa me ha dicho que ni se me ocurra: "Aure -ella me llama Aure, sabe, llevamos cincuenta años juntos, no se lo puedo reprochar ahora-, que tú eres muy confianzudo y no a todo el mundo le gustan tus historias y tus confianzas". Así que ya ve? Yahve? me parto la rótula de risa? Ya ve Yahve? ¿lo ha pillado?... Bueno, perdón? ¡Que no le voy a tutear, caramba! Pero mola el cambio de look. Mola mucho.

Bueno, pues al grano, como diría mi dermatólogo?

(¿No se ha reído, Yahvi? Es muy bueno, en la Tierra tiene mucho éxito. Ya veo? en fin? lo siento.)

Concretemos: el objeto de esta carta. Verá, Yahvi: tengo sesenta y un años. Bueno, eso no es un crimen, que yo sepa. Pero hace tres que me largaron al paro y no me ha contratado ni la virgen de la Caridad. Y eso que tengo siete carreras, tres másteres y hablo doce idiomas, más valenciano. Hace un par de años vendimos el apartamento en la playa de San Juan, ese que compramos a principio de los setenta. Nos hemos dado de baja en el Canal Plus. Mi mujer se ha borrado del gimnasio, de las clases de cocina y del club de lucha grecorromana. Yo me tomo un quinto de cerveza cuando el Madrid pierde una final de Champions y salimos a comer fuera cuando en Alicante el termómetro baja de cero grados. Las joyas de la abuela han ido desfilando una tras otra hacia el Monte de Piedad y en vez de ayudar a mis hijos, nos clavamos en su casa algún que otro fin de semana, para comer caliente.

Vale, estará usted pensando, a mí me parecen estupendas sus miserias, Aure: las tendré en cuenta para buscarle sitio en la nube aquí arriba.

Ya. Pero es que no es eso, Yahvi. Me explicaré, que no me deja usted hablar:

Yo y miles de yoes, millones en realidad, comprendemos el asunto ese de la crisis. Que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que hay que apretarse el cinturón. De acuerdo. Y nos lo hemos apretado hasta que no nos quedan ni agujeros en el cinturón. Pero bien, no hay problema.

Pero yo y mucho yoes nos preguntamos: ¿No podría el Estado -así, en mayúsculas- apretarse el cinturón también? ¿No se armarían moralmente nuestros gobernantes si nos dijeran algo así?:

"Queridos pringa... ciudadanos: el Estado ha decidido imitar a sus súbditos, de manera que desde hoy mismo nos damos de baja en el gimnasio del Senado. Y desaparece el club de los asesores y enchufados varios, así como los coches oficiales, que se van camino del Monte de Piedad. Reducimos los municipios a la cuarta parte, los cargos políticos a la vigésima y las empresas públicas se declaran especies en peligro de extinción".

Llegados a este punto, no ¿Y sabe, usted, Yahvi? Creo que tiene razón.»

Aureliano Pelmácez. A sus pies.

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