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Francisco Sánchez del Campo

«Tantos años trabajando con cadáveres te enseñan lo efímera que es la vida»

Más de 40 años trabajando con cadáveres le llevan a afirmar que «la muerte acaba por igualarnos a todos»

«Tantos años trabajando con cadáveres te enseñan lo efímera que es la vida» fotos de Valiente Verde

¿Qué se aprende de toda una vida trabajando con cadáveres?

Se aprende sobre todo anatomía, eso sin duda, y también lo efímera que es la vida. Estás en permanente contacto con la muerte y ves el contraste entre los chicos jóvenes, que es la vida que empuja, y el cadáver que está quiescente, pero al mismo tiempo enseñando, porque el que enseña anatomía no es el profesor, sino el cadáver. Es curioso porque es el contraste entre la vida del adolescente que va con ímpetu y la quiescencia del cadáver.

¿Cómo le vino la vocación por la anatomía? ¿No le llamó nunca la atención alguna otra especialidad médica?

Sí, al principio mi vocación era quirúrgica. Pero estuve interno con un profesor en Valencia y cuando acabé la carrera me ofrecieron una plaza de ayudante en anatomía. Así me fui liando. Me fue gustando y ahí me quedé.

Hasta que aterrizó en Alicante.

Sí. Al poco tiempo de terminar la carrera me dijeron de abrir el CEU en Alicante. Empezamos de cero, no había instalaciones. De hecho, la primera sala de disección que yo hice fue en unos barracones. Cuando llegué a Rabasa lo habían ocupado todo ya y lo único que quedaba libre era el polvorín. La verdad es que al final dio un juego estupendo, porque estaba elevado y tenía unos arcos muy bonitos. Ahí hice la primera disección que se realizó en la provincia. Recuerdo que vino la prensa a cubrir la noticia y no había alumnos, así que recluté a los profesores que en ese momento estaban por allí para que simularan que estábamos trabajando y uno de los que salen en aquella foto es Manolo Oliver. Aquello parecía el cuadro de la lección de anatomía del profesor Tulp, pero en versión alicantina.

¿Es cierto aquello de que la muerte nos iguala a todos?

Es una verdad como un templo. De hecho, quiero poner un rótulo en el edificio de prácticas que diga, jugando con la oda de Schiller: «Este es el sitio donde los hombres, al fin hermanos, se alegran de ser útiles a los vivos». Estoy convencido de que ningún cadáver puede estar mejor que en una sala de disección, rodeado de jóvenes, del bullicio y de su alegría.

Y la gente parece que empieza a pensar así, porque la cifra de personas que decide donar su cuerpo a la ciencia en Alicante no deja de aumentar.

Efectivamente. Cuando empezamos había más donantes extranjeros que nacionales, pero conforme ha calado la costumbre de la incineración la gente se pregunta qué más da que primero le utilicen para aprender y al final le incineren.

¿No tendrá algo que ver en este incremento de donantes de los últimos años que con la crisis la gente no tiene dinero ni para morirse?

Sinceramente puede haber algún caso de precariedad absoluta, pero no es el contingente mayoritario. Cuando una persona dice de dar el cuerpo a la ciencia es porque realmente quiere hacerlo. Es como los donantes de sangre o de órganos, detrás no hay otro gesto que no sea altruista.

¿Pero estamos en buenas cifras de donaciones en relación a las necesidades de la facultad? ¿La religión supone un freno para muchas personas?

No. Alicante tiene una media de 120 donaciones al año. Quizás estemos a la cabeza en ratio de donaciones por número de habitantes. Religiones como el Islam o el Judaísmo prohíben la disección, pero la católica no. Y enterrarse es sólo una costumbre. Hay una anécdota curiosa y es que el Papa Bonifacio VIII prohibió que se desmembraran los miembros y se hirvieran para sacar los huesos. Se puede pensar que eso va en contra de la disección y no es por eso. Fue por los Cruzados que morían en Tierra Santa y que, para ser enterrados en su tierra, se les ocurrió hervir el cadáver y así llevar los huesos en un caballo. Pero no se prohíbe la disección.

Usted ha logrado transformar una sala de disección de una universidad en un campo de entrenamiento para cientos de médicos de todo el mundo que acuden a Alicante a ensayar sus técnicas quirúrgicas. ¿Por qué este empeño?

Un cadáver es donado para la ciencia y la enseñanza de la medicina. Reducir sólo la utilización del cadáver a la enseñanza de anatomía me parece muy pobre. Hasta ahora se limitaba prácticamente a eso. Entonces empezamos a aplicar el llamado método Thiel de embalsamamiento, que conserva el aspecto natural del cuerpo. De esta forma, el cadáver sirve no sólo para enseñar anatomía, sino medicina en general. El aprovechamiento es máximo. Los traumatólogos hacen cirugía artroscópica, los ginecólogos y urólogos practican laparoscopia o cirugía abierta. Sin ir más lejos, recientemente hemos tenido a 30 rusos practicando técnicas de cirugía plástica.

Con tanta robótica y tanta tecnología de la imagen, ¿llegará un momento en el que no sea necesario diseccionar un cuerpo?

Una vez pensé que lo que habría que hacer era enseñarle anatomía al robot, pero nunca podrá operar por sí mismo porque no sabe anatomía y tienes que dirigirlo. Por eso nunca podrá sustituir a los médicos. De ninguna manera. Ahora mismo hay aparatos multimedia impresionantes, pero siempre digo que todo esto es como la letra de una jota aragonesa famosa: «El hombre que se enamora de una mujer por retrato es como el que tiene hambre y le dan bicarbonato». Es un sucedáneo muy alejado de la realidad. Pues lo mismo pasa con la anatomía, no sólo es la forma, hay que tocar para ver si un órgano es duro o blando, o es liso y eso no te lo puede dar la informática ni un muñeco de simulación. La disección es insustituible. Por otra parte es una manera de que los chicos aprendan a trabajar con las manos, porque de Bachillerato vienen pez, sólo algunos de ellos han dado dibujo. A lo mejor no se le da importancia, pero trabajar con las manos es importante y la disección sirve para aprender destrezas manuales.

Toda su vida ha estado dedicada a enseñar a las generaciones de futuros médicos. ¿Se aprecia qué estudiantes tienen unas manos privilegiadas para esto de la medicina?

Se ve, pero hay que adiestrarlos porque yo siempre digo que una sala de disección es el momento en el que los zurdos aprenden a manejar la derecha y los diestros la izquierda. Y es que para operar hay que utilizar las dos manos. Pero como en todas las artes hay una predisposición, más destreza de una manera innata.

Las nuevas generaciones de médicos, ¿tienen la misma ilusión que los galenos a quienes usted enseñaba en sus comienzos como profesor?

Tanta o más. Al principio había mucho despistado, había mucha gente que estudiaba Medicina porque había que hacerlo y muchos, a mitad de carrera, la dejaban. Pero los chicos de ahora vienen con mucha ilusión, muy buenas notas, gente inteligente y muy vocacional. Es muy fácil trabajar con ellos.

¿Cómo reaccionan cuando se ponen por vez primera frente a un cadáver? ¿Hay muchos desmayos?

Es sorprendente, pero cada vez menos. Recuerdo que hace años siempre había alguien que caía en las primeras disecciones. Había un técnico de laboratorio, Isidoro, que tenía una habilidad tremenda y siempre estaba a punto para coger al que se iba a caer. Ahora no ocurre lo mismo. Hace muchos años que no se desmaya nadie.

A lo mejor es que nos hemos acostumbrado a ver la muerte a diario en televisión o internet.

Eso repercute sin duda alguna.

¿Por qué le asusta tanto la muerte a la gente?

Por dos motivos. El primero porque es la despedida de lo que uno conoce y ama y también porque falta fe. Aquellas personas que tienen una fe ciega en el más allá esperan la muerte incluso como una liberación. Pero no es igual para las personas a las que les falta fe, que piensan que no es un reencuentro sino una despedida. El miedo a la muerte radica en que es una despedida de lo que uno ama.

¿Usted cree en Dios?

Sin duda alguna.

¿Entonces no le tendrá miedo a la muerte?

Bueno, siempre que una situación precede a otra se genera una inquietud. Pero hay otra cosa, que es pensar en los que quedan. Y es que ellos lo van a pasar mal. Si cuando uno muere el tiempo no existe, porque se mide en parámetros terrenales y uno perdura, probablemente quiere decir que el tiempo que transcurre entre que uno muere y se reencuentra con los demás es cero, pero para los que se quedan no es así. Tienen que seguir viviendo un tiempo hasta el reencuentro. Así, a veces el enfermo terminal se siente peor por lo mal que lo pasa su familia que por él mismo.

¿Tiene pensado donar su cuerpo a la ciencia?

No me lo he planteado. Es una preocupación que debe surgir cuando uno nota que está cerca de ella. Hacerlo con demasiado tiempo es que algo raro pasa. Lo mejor es vivir alegremente y no pensar qué pasará cuando uno muera. Aunque por supuesto que da igual qué pasa tras el fallecimiento. Lo que quedan son restos y se pueden utilizar para lo que quieras.

¿Qué le parece la polémica con la niña de Galicia que tenía una enfermedad terminal y para quien sus padres pedían una muerte digna?

Hace años vino de visita a la provincia el decano de Harvard y, hablando de los comités éticos, él pensaba que lo ideal era que cada hospital tuviera el suyo propio, mejor que uno a nivel nacional, porque había problemas muy serios que había que valorar. Y ponía un ejemplo terrible. Niños que tenían anomalías y que los médicos habían llegado a la conclusión de que lo mejor era sedarlos y que murieran porque era imposible operarlos. Y él me decía; «¿sabes lo que es ver a una persona morirse de hambre? Aunque esté sedada, ver cómo va perdiendo peso es terrible». Yo entiendo la angustia de los padres y la situación, pero dejar morir a una persona de hambre tiene que ser una experiencia terrible.

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