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Hora de levantarse

La banalidad de lo vital

Hace poco asistí a la celebración del matrimonio de una amiga

Hace poco asistí a la celebración del matrimonio de una amiga. El juez de paz que lo oficiaba leyó los correspondientes artículos del Código civil en los que se regulan los derechos y deberes de los cónyuges. Por formación (o deformación) profesional, reparé en que la lectura lo fue de la versión anterior a la modificación de los citados preceptos por la Ley 13/2005. Y como una con los años va perdiendo la vergüenza y, además, está muy harta ya del ninguneo de según qué temas, pues no pude callarme y le dije, educadamente, eso sí, que revisaran el texto para próximas ocasiones, pues el artículo 68 incorporaba un novedoso párrafo. Asintió el juez no sin advertirme con cierta chanza que esperaba que, a pesar de ello, el matrimonio celebrado fuese válido.

El párrafo cuya lectura se omitió, y al que el juez restó importancia, establece como deberes de los cónyuges «compartir las responsabilidades domésticas y el cuidado y atención de ascendientes y descendientes y otras personas dependientes a su cargo». Vamos, esas cosillas que resultan vitales, porque son necesarias para el mantenimiento de la vida cotidiana.

Esas banalidades que siempre han asumido de forma exclusiva o abrumadoramente mayoritaria las mujeres al haber sido adscritas históricamente al ámbito de la familia y excluidas de los espacios donde se supone que ocurren las cosas verdaderamente importantes.

Esas trivialidades por las que el Estado que se define como «social» nunca se ha preocupado a pesar de que las mujeres ya no tenemos vetado el acceso a esos espacios de las cosas importantes.

Esas menudencias, que son nada más y nada menos que la reproducción social, no han merecido atención en el pacto de convivencia que es la Constitución, donde, o se ignoran o son catalogadas como «obligaciones familiares», que ya sabemos sobre quiénes siguen recayendo (y el panorama no tiene visos de cambiar). Es el caso de la educación de 0 a 3 años o la atención a las personas mayores y/o dependientes, por citar sólo algún ejemplo.

Me dirán que siempre estoy con lo mismo, con la que está cayendo, con la cantidad de cuestiones vitales que hay que abordar si queremos mejorar este sistema en el que vivimos. Me dirán que casi todas esas cuestiones vitales tienen que ver, de una u otra forma, con la economía. Muy bien, si tan vital es la economía ¿me quieren decir por qué lo vital no es importante? Porque la una, tal y como se ha construido hasta ahora, no es viable sin lo otro. ¿O acaso lo importante es que lo vital siga percibiéndose como algo banal para evitar la profunda transformación social que supondría tenerlo en cuenta como merece?

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