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Los paisajes, la memoria y la nada

La estructura del aire y otros poemas invertebrados, el más reciente libro de José Siles, se integra perfectamente en su obra literaria

José Siles.

La obra de José Siles, independientemente del género, construye un universo literario poblado de personajes extremos que se enfrentan a un mundo en pleno desmoronamiento. De sus diferentes volúmenes de narrativa, podemos destacar Resaca Estigia (1987), La última noche de Erik Bicarbonato (1992), El hermeneuta insepulto (1993), La delirante travesía del soldador borracho (1994), El latigazo (1997), La Venus de Donegal (2012), La utopía reptante y otros relatos (2015) y Kartápolis. La enfermera del San Simón (2017). A esos volúmenes debemos sumar cuatro poemarios: Protocolo del hastío (1996), El sentido del navegante (2001), La sal del tiempo (2006) y Los tripulantes del Líricus (2014).

A partir de ahora, La estructura del aire y otros poemas invertebrados pasará a formar parte de ese universo. Este nuevo libro reúne una buena muestra de la poesía de José Siles, ya que se trata de una colección de ochenta y tres poemas, generalmente breves, aunque hay algunos, como Viaje al pueblo de los marinos perdidos o El caballo de aire y vara conglomerada, un poco más extensos. Todas las composiciones tienen título y muchas de ellas van precedidas por una dedicatoria. Presiden el volumen, dedicado a Pedro Marín Miranda, sendas citas de César Vallejo y Antonio Requeni, y precede a los poemas un magnífico prólogo de Francisco Herrera Rodríguez titulado ¿Es Persiles de Kartápolis un posnovísimo?, donde se traza un brillante repaso por el universo literario de ese Persiles de Kartápolis que ha hecho de la vida, humor, y del humor, vida: «Pero la calle tiraba del niño Persiles, solitario, buscador temprano de muelles, de barcos y de marineros de miradas tristes y anises peleones en el aliento».

Es precisamente ese mundo el que vamos a encontrar en las composiciones de La estructura del aire y otros poemas invertebrados, un título tan etéreo como bello, tan indeterminado como sugerente. Y es que, no en vano, el aire actúa como motivo angular de todo el libro y se filtra en muchas de las composiciones de una manera más o menos explícita. Del mismo modo, el mar, el puerto, los barcos... configuran un paisaje plenamente reconocible a lo largo del tiempo, cuyo paso se convierte en otra de las constantes del volumen, tal como ocurre en La mala vida de la muerte, Oda al aire puro: Norte del noble envejecimiento o De repente todo es pasado.

El libro traza una interesante galería de personajes y de tipos que proceden de ambientes portuarios, presentes en composiciones como Malaire, A tomar aire, Pericles 'el perfumao' (rey del pachuli) o Puta portuaria: Honoris causa en cosas de la vida. No podían faltar en estos versos los bares, especialmente ese bar lunar al que se alude en varias composiciones, pero tampoco la crítica al ser humano como especie («¿Quién se atreve a menospreciar la estupidez de la especie soberana?») y las alusiones a algunas estrellas del Hollywood clásico como Robert Mitchum o Liz Taylor.

Los paisajes, la memoria y la nada configuran una poética en la que cabe todo ese universo silesiano, que se caracteriza por un amor incondicional a la vida, pero también al disfrute de los pequeños placeres. Y por eso encontramos poemas como Mañana será otro día, Ron, ron, ron, la botella de ron (dedicado al Líricus y a sus tripulantes) o Principio y fin de un sueño de verano (dedicado a Georgie Dann).

Y así vamos llegando a los últimos poemas de este libro?mundo, porque, en realidad, lo que encontramos en las páginas de La estructura del aire y otros poemas invertebrados es un universo en miniatura, que tiene algunas de sus manifestaciones más logradas en la puesta en abismo que se produce en Mujer fastuosa declamando La estructura del aire o en el duro pero tierno relato que trazan los versos de Adela llamando a su madre en el aire.

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