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Bárbaros en el paraíso

Álex Chico. información

Desde que pusiera un pie en el solar de la ficción con Un hombre espera (2015), Álex Chico ha transitado por un territorio híbrido que limita con el reportaje, el dietario y el ensayo sin ser exactamente ninguna de estas cosas. Si Un final para Benjamin Walter (2017) contaba un episodio de la historia colectiva como si se tratase de un capítulo de la intrahistoria privada, Los cuerpos partidos se sumerge en la memoria familiar para reconstruir el árbol genealógico del desarraigo. Gracias a ese particular género Chico (con mayúscula inicial), la crónica de la emigración que hallamos aquí no solo constituye un homenaje a la figura del abuelo desconocido, sino que se erige en una pertinente reflexión sociológica y en una fascinante apuesta metaliteraria.

Así, el periplo de Manuel Chico Palma - homo viator por exigencias del guion- es el hilo conductor de una meditación sobre la identidad escindida de los emigrantes; esos «cuerpos partidos» entre la nación de la que proceden (la madre patria, transmutada en desdeñosa madrastra) y el país que los acoge con una mezcla de curiosidad y recelo: «Todo eso los convertía en personas distintas al resto, en seres aún por urbanizar. Eran bárbaros recién llegados al paraíso». En torno a esa mitología del extranjero como «salvaje» se irán desplegando diversas dicotomías que inciden en la nostalgia del pasado y las expectativas del futuro, el recuerdo y la amnesia, el desplazamiento geográfico y el exilio interior. El pueblo granadino de Cúllar Vega, la localidad francesa de Bousbecque y el barrio barcelonés de Sants conforman el triángulo isósceles que condensa las experiencias de un individuo y los traumas de un país. Con todo, uno diría que hay en estas páginas más fabulación que evocación, aunque se trate de una fabulación basada en hechos reales y evidencias documentales: los fotogramas del NO-DO, las películas desarrollistas de la «tercera vía», los programas de la radio española que se escuchaban en Francia o la banda sonora de la posguerra conforman un tapiz referencial hacia el que el narrador adopta una actitud ambivalente, que se adhiere a la memoria sentimental de los emigrantes, pero que manifiesta su repulsa hacia la manipulación ideológica propia de la cultura franquista. Los abundantes correlatos pictóricos, cinematográficos o literarios no van en detrimento de un cariz testimonial que se explicita cuando el autor entrevista a los habitantes de las antiguas barracas de Montjuïc. Los mecanismos del periodismo de investigación se subordinan entonces a la intención de dar voz a «los de abajo» sin que medie la intervención de la primera persona. Finalmente, el viaje a Bousbecque, en la frontera franco-belga, ya no se concibe como un exorcismo catártico, sino como un recorrido desprovisto de las mitologías que convoca el discurso de la emigración, donde las ficciones alentadoras ayudan a soportar el estigma del desprecio o el fraude de la desilusión.

Más allá de sus ramificaciones temáticas, no quisiera dejar de consignar otro rasgo medular en la escritura de Chico: el cuestionamiento sobre la legitimidad de apropiarse de una historia que no es la suya, aunque le pertenezca en buena medida («De nuevo, vuelv[o] a preguntarme si es lícito echar mano de los mecanismos de la ficción para transformar a una persona real en simple personaje»). Lejos del bizantinismo académico sobre los márgenes de la autoficción o los contornos del ensayo, Álex Chico nos entrega un poderoso retablo sobre identidades fracturadas: los cuerpos partidos de los emigrantes, las dos Españas irreconciliables y las grietas psíquicas de un autor que necesita regresar al pasado para habitar el presente.

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