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Albert Camus

La rebelión contra lo irremediable

El escritor Albert Camus. wiki commons

Una suerte de contradictorio pero fructífero nihilismo de insobornable rostro humano, con el que hacerle frente al absurdo existencial, es el más cabal legado del filósofo y escritor Albert Camus (Argelia, 1913 - Villeblevin, Francia,1960), de cuya muerte se cumplieron sesenta años el 4 de enero. Coherente con cincelar el mito de lo absurdo hasta el último momento, fallecería en un lamentable accidente de coche, que se estampó contra una platanera, cuando apenas contaba 47 años de edad, mientras que en el bolsillo de su gabán aparecía el billete del tren que, finalmente, rehusó tomar. Tres años antes, en 1957, había obtenido el premio Nobel de Literatura, a los 43 años, uno de los benjamines en conseguirlo en la historia del galardón. El autor de El primer hombre es, sin duda, de entre los grandes pensadores del existencialismo europeo, quien mejor puede seguir hablándole al oído al exhausto hombre de nuestro tiempo.

«Lo absurdo es lo único esencial, la primera y la última de mis verdades. Es dios, en el sentido más amplio del término», llegó a escribir en El mito de Sísifo, el breviario en que condensa su complejo y fragmentario pensamiento, y uno de los tratados filosóficos más elocuentes del siglo XX, por cuanto es, al mismo tiempo, una especie de religión individual y poética aplicada. Ya sólo podemos vivir sobre «los escombros de la razón» (que, por otra parte, según la historia nos muestra, es en sí misma «irracional»), y, querámoslo o no, ya nos es «imposible salir del desierto», señalará con crudeza. Es más: Habremos de vivir «en el centro de ese desierto sin colores en el que todas las certidumbres se han convertido en piedras», profetiza, con ecos que recuerdan el imperativo del Zaratustra nietzscheano: «Bajemos a la arena, que el desierto está creciendo». De hecho, Albert Camus es una especie de Nietzsche latino, y, como tal, dará preponderancia a una cierta sensualidad y hedonismo, como único ensayo de redención posible.

Las lacras del hombre contemporáneo

Si en sus dos grandes novelas, El extranjero y La peste conjuró -a respectivas escalas, individual y sociallas grandes lacras que atenazan al hombre contemporáneo: la tiranía, la masificación, la apatía, el automatismo..., en El mito de Sísifo da microscópica cuenta de la génesis del panabsurdismo de la condición humana. El absurdo (o mejor dicho, lo absurdo, neutro e infranqueable) no es un margen o una excepción, sino el terreno de juego mismo en que transcurre la existencia. Ello, a causa de la gran fisura irreconciliable entre

el mundo y las entendederas (espirituales y cognitivas, para él indisociables) de cada ser humano de carne y hueso. Entre la unidad (impensable) y la diversidad, que atañe, inclusive, a las experiencias de cada cual.

«Comprender es, ante todo, unificar, y esto nos está vedado», afirma. Lo absurdo campa a sus anchas en esas fisuras y oquedades, fundamentando nuestra existencia sin fundamento, como si los agujeros de un queso gruyere fueran lo primordial de su volumen.

¿Cuál es el límite, pues, de lo absurdo ad infinitum? Camus lo coloca razonablemente en el análisis del suicidio, allí donde la paradoja del absurdo existencial alcanza el paroxismo, y la filosofía ya no puede llegar. «Nunca vi morir a nadie por el argumento ontológico», ironiza. Por contra, la mayoría de los suicidios «se preparan en el silencio del corazón, lo mismo que una gran obra».

Para Camus, el suicidio es el emblema de la máxima afirmación individual, que subraya el tope de la absurdidad, por cuanto se trata de la más determinante afirmación vital a través de la autodestrucción; algo que se observa de un modo palpable, por ejemplo, en los suicidas que corresponden a grandes ideas o ilusiones: paradójicamente, hallan -explica el pensador francés-una gran razón para morir porque han hallado una gran razón para vivir...

Pero ese es justo el contorno que bordea el cogollo del absurdo existencial de Camus, cuyas tesis (en ebullición, pero a fuego lento) contactan más y mejor con la sensibilidad actual, decíamos, que las de cualesquiera otros importantes filósofos de la existencia. Más, desde luego, que el abigarrado sistema de su íntimo enemigo, Jean-Paul Sartre, cuya «náusea» y sentido del engagement (el célebre «compromiso» del intelectual que, según la historia nos muestra, acaba por subyugarse a un Régimen), parecen más alejados del hombre común de hoy día que «lo absurdo» y «la rebeldía» de Camus.

Frente al compromiso, éste propugna un concepto mucho más puro e inequívoco: la honradez. Y abre, al menos, un resquicio para que nos entre una bocanada de aire fresco. «Hay una felicidad metafísica en la defensa de la absurdidad del mundo», nos advierte. El hombre no es (solo) una «pasión inútil», como quería aquél, sino, en todo caso, una pasión -útil e inútil a la vez-. Y es muy probable que el infierno sean los otros, según el célebre cuño del autor de El ser y la nada; pero son también el único purgatorio posible, a través de la confraternización, cabría inferir en el autor de El mito de Sísifo.

Sobre la idea pascaliana de que la vida no vale nada, pero vivir sí -lo es todo-, Camus propone un fructífero programa de autocreación permanente. Se trata de no bajar la guardia: el individuo pariéndose a sí mismo a cada instante. Y cuanto más consciencia del absurdo de ese esfuerzo -de cualquier esfuerzo, dado lo absurdo del simple hecho de existir-, mucho mejor será la convalecencia; pagarle a lo absurdo con su propia moneda, o darle con su misma medicina, como en un tratamiento homeopático. Tal es la propuesta camusiana: dar el sí de Sísifo. Humanizar la piedra que, de todos modos, inexorablemente, habremos de mover encadenados.

Rebeldía y libertad

Desconfiado de las revoluciones - que, ironizaba Albert Camus, suelen dar un giro de 360 grados y dejarlo todo peor que como estaba-, el pensador francoargelino considera la rebeldía un sentimiento y una acción mucho más insobornables y honradas, para la búsqueda de una felicidad que ya no puede ser más que una suma de contingencias íntimas. Buscar la emancipación, en medio del «desierto», puede ser una empresa absurda, pero eludirla es subyugarse de antemano a la inmensidad de lo absurdo en que consiste todo. Se trata de ensayar, una y otra vez -recaída tras recaída, como Sísifo a su roca encadenado-, nos legó el pensamiento de Albert Camus, «la rebelión humana contra lo irremediable». O con mayor precisión aún: «La única manera de lidiar con este mundo sin libertad, es volverte tan absolutamente libre que tu mera existencia sea un acto de rebelión».

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