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Soledad, desencanto y conflicto social

Joe Pesci y Robert de Niro en El irlandés .

Parásitos (Bong Joon-ho). Para este espectador posiblemente haya sido la mejor película vista durante este año. Contiene dentro de sí varias películas o, al menos, géneros que se suceden sin tregua, apresando al espectador de principio a fin. Así, la película, galardonada con la Palma de Oro en el Festival de Cannes, discurre sin altibajos desde la comedia negra hasta el terror pasando por el drama social y familiar. Joon-ho convierte el espacio interior en un eje esencial de su película, creando profundas resonancias sociales y metafísicas en los distintos espacios habitados por sus protagonistas, como antes hicieron cineastas tan diferentes entre sí como Fritz Lang (Metrópolis, 1927), Alfred Hitchcock (Psicosis, 1960) o Luis Buñuel (El ángel exterminador, 1962). Si en la distópica Rompenieves (2013), el director coreano expresaba la lucha de clases mediante la estructura espacial horizontal de los diferentes vagones de un tren donde viajaban los últimos supervivientes de la humanidad, en Parásitos el conflicto social adquiere la forma de una inquietante verticalidad espacial.

El irlandés (Martin Scorsese). Obra maestra crepuscular donde Scorsese abandona la épica de la violencia para mostrar el retrato humano de Frank, un gánster, interpretado por Robert de Niro, que rememora su turbulenta vida desde un geriátrico. Basada en el libro del ex fiscal Charles Brandt, Jimmy Hoffa. Caso Cerrado, cuyo título original, I heard you painted houses, alude al eufemismo con que los gansters acudían a los matones para sus encargos, pintando de rojo las paredes tras haber disparado a sus víctimas. Las primeras dos horas de metraje son una prodigiosa narración en la que Scorsese presenta, a través de un extraordinario montaje, personajes y tramas que se entrecruzan, configurando el universo mafioso reconocible. Sin embargo, a diferencia de Uno de los nuestros, a la que se hace referencia explícita, muestra la violencia sin épica, ni haciendo de ella un espectáculo trágico y operístico, al modo de, por ejemplo, El padrino. Hay un maravilloso plano secuencia al principio de la película, en el que a través de un travelling seguimos a un par de tipos que caminan en un pasillo hasta que se cruzan con otra pareja que ha accedido desde otra puerta, momento en el que la cámara gira y les acompaña hasta detenerse en un escaparate lleno de flores. Es entonces cuando escuchamos en off los disparos que han tenido lugar en una barbería. La violencia ejercida por Frank se convierte en un oficio rutinario y deshumanizado, no exento de ironía en alguna ocasión, como cuando Frank despliega todas las armas sobre su cama para elegir la más apropiada para la ocasión. En la escena del coche, un diálogo absurdo sobre peces entre mafiosos nos hace pensar en el cine de Tarantino. Pero en la última hora de metraje, cuando cesa la música y el vertiginoso montaje, la película adopta un tono más reflexivo e intimista para retratar la soledad y las dudas de su protagonista.

Joker (Todd Phillips). Explora la crisis de la identidad y el advenimiento del nihilismo: «Durante toda mi vida, no supe si realmente existía», confiesa su protagonista. Recuperando el espíritu de Taxi Driver, y con otra referencia expresa a otra película de Scorsese, El rey de la comedia, Joker es una fábula sobre la fascinación que ejerce el caos en una sociedad desencantada. El protagonista, magistralmente interpretado por Joaquim Phoenix, encarna la subversión nihilista ante el poder político y mediático, a la que ya apuntaba el antihéroe de la inolvidable El caballero oscuro (Nolan, 2008).

Ad Astra (James Grey). Aunque muchos la han comparado a Interstellar, pienso que se trata de una odisea interior, más próxima al tono de 2001, una odisea del espacio. Tras la extraordinaria Z, la ciudad perdida (2016), que pasó desapercibida, el cineasta norteamericano prosigue su particular búsqueda a través del corazón de las tinieblas. Diversos géneros se alternan en algunas de sus secuencias más memorables: como la de los piratas en la luna y la de las naves de los simios. Pienso que uno de los momentos esenciales de la película tiene lugar cuando el hijo le dice al padre que no ha fracasado en su misión porque ahora ya sabe lo que somos: seres solitarios en el universo. Tal vez esa sea una de las claves de Ad Astra: la soledad cósmica no es más que el síntoma de nuestra propia soledad existencial.

Completaría la lista de las mejores películas vistas durante este año con los siguientes largometrajes: la «floración tardía» de Mula (Clint Eastwood), el nihilismo de El peral salvaje (Nuri B. Ceylan), la cinefilia de Érase una vez en... Hollywood (Quentin Tarantino), el dadaísmo de Toy Story 4 (Josh Cooley), el metacine de Dolor y gloria (Pedro Almodóvar) y la melancolía de Un día de lluvia en Nueva York (Woody Allen). Ojalá que el año próximo nos depare tan buen cine como el que hemos podido disfrutar en éste que acaba.

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