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Tiempo de algoritmos

Glenn Gould, el famoso pianista canadiense fallecido en 1982, ha vuelto a la actualidad en las últimas semanas. El regreso de Gould se ha producido de la mano de Yamaha, que presentó un piano capaz de tocar cualquier pieza con el peculiar estilo del pianista, que tanto fascinó a los aficionados de su época. El Yamaha estaba provisto de un programa de Inteligencia Artificial, que había sido diseñado a partir de las interpretaciones que se conservan del propio Gould. El proyecto hubiera fascinado al pianista, que era un entusiasta de la técnica y de la grabación digital. Gould, que dejó de actuar en público en la plenitud de su carrera, prefería las grabaciones realizadas en estudio a la actuación en los auditorios. En el estudio, podía repetir un pasaje tantas veces como quisiera hasta lograr ese efecto particular que buscaba. Para Gould la máxima comunicación con el oyente se obtenía con la perfección, y la perfección que ofrece el Yamaha, al decir de quienes lo han escuchado, es extraordinaria.

Es posible que los conciertos interpretados por máquinas lleguen a popularizarse en un futuro no muy lejano. La técnica evoluciona con una increíble rapidez y al público le encantan las novedades porque le distraen. La Inteligencia Artificial, que tantos cambios viene provocando en nuestras sociedades, ha entrado también en el mundo del arte y es imposible saber qué nos deparará el futuro. La posibilidad de que las máquinas sustituyeran a los artistas algún día, ha estado presente desde el mismo momento en que surgieron los ordenadores. Recuerdo haber leído, en los años 70 del siglo pasado, un ensayo de Gabriel Zaid donde especulaba con la posibilidad de una máquina de escribir sonetos; de una manera más práctica, Max Bense lo había intentado unos años antes, y con cierto éxito.

¿Llegará el día en que los escritores dejen de ser necesarios porque los algoritmos se encarguen de hacer su trabajo? Los matemáticos y los programadores están convencidos de ello, pero yo creo que estas proclamas son, hasta cierto punto, fruto de su soberbia. Para estas personas la literatura se reduce a la novela de amplio consumo. Desde luego, si fuera así, debería darles la razón. Para la Inteligencia Artificial no debe ser complicado escribir La catedral del mar, Los pilares de la tierra o cualquier otra obra donde el interés de la lectura gire en torno la trama. Incluso es probable que, como ya sucede en los videojuegos, las novelas del futuro sean fruto de un trabajo en equipo como se ha hecho siempre en el cine.

En un mercado dominado por los algoritmos, los novelistas de talento podrían dedicarse a la escritura de una manera más personal. Libres ya del riesgo de «mantener una familia con las propias novelas», como advertía Pavese, podrían dar rienda suela a su creatividad. Naturalmente, este cambio en las condiciones del mercado les obligaría a buscar un trabajo para sobrevivir pero, qué le vamos a hacer, los tiempos cambian.

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