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¿Qué fue del Homo Sapiens?

El poeta, filósofo y ecólogo Jorge Riechmann.

Hace casi veinte años, Jorge Riechmann publicó Muro con inscripciones, un libro donde defendía una escritura palimpsestuosa ligada a la raíz colectiva de la creación y a las consignas urgentes. Esa concepción mural del poema reaparece en Grafitis para neandertales, donde convergen la faceta lírica y la faceta ensayística del autor: las reflexiones que se suceden sin transición, tanto en verso como en prosa, participan de una condición híbrida que demuestra la escasa operatividad de las camisas de fuerza teórico-literarias a la hora de abordar la ruidosa baraúnda mediática de nuestros días.

Para cruzar el puente de los géneros, Riechmann se vale de un alter ego que, como el Rengo Wrongo del poemario homónimo, nos lleva de la mano en su peregrinaje por las grietas y fracturas de la historia reciente. Ese nuevo personaje, llamado Ñor (quién sabe si abreviatura de «Señor» o de «Nicañor», según apunta irónicamente un fragmento), es ahora una suerte de monje taoísta, filósofo marxista, ascético epicúreo, antipoeta nómada y primitivo ilustrado que dice lo que piensa aunque se le acuse de moralista. Y lo que piensa Ñor se aproxima bastante a las inquietudes recurrentes de Riechmann: la denuncia del inminente colapso ecológico y del impulso biocida del capitalismo, la censura de la aceleración constante de los tiempos posmodernos o la crítica a la incomunicación de una sociedad hipercomunicada que se atrinchera tras los muros virtuales para olvidar la tiranía de los muros reales («las páginas del libro: ese refugio / donde no llega el estrépito de feisbuk y de tuiter / derrumbándose»).

Distribuidos en esquirlas aforísticas o expandidos hasta los límites del microrrelato, los textos que h-allamos en estas páginas se acogen a un pensamiento que pretende «movilizar» el pesimismo hasta hacernos despertar de un puñetazo. En este sentido, Ñor se erige en la síntesis del ciudadano común y del profeta visionario, huésped de un planeta terminal e incapaz de darse por vencido en su voluntad de abrirnos los ojos a la catástrofe que acecha a la vuelta de la esquina. Más allá de la diatriba contra los males endémicos del presente y de la advertencia sobre las amenazas del futuro próximo, en Grafitis para neandertales se dan cita la recuperación de los vínculos comunitarios y el afán de comprender a una humanidad que está a punto de abdicar de su humanismo para abrazar los insidiosos prefijos pos- y trans-. Frente a la manipulación del eslogan publicitario - El pasquín / conminatorio: / NECESITAS DEPILARTE Y LO SABES-, la argumentación persuasiva de Riechmamn nos invita a llevar la contraria a los discursos paliativos del poder, aunque sea ( o mientras es) demasiado tarde. En esa misión casi suicida, pero íntimamente congruente con el activismo del escritor, ni siquiera sirve ya de consuelo la «poética del ahí» que propugnaba años atrás. Cuando «el fracaso del siglo XX» se ha convertido en «la tragedia del siglo XXI» solo cabe garabatear poemas didácticos en la corteza del árbol o llenar la cueva de grafitis destinados a los abuelos del homo sapiens.

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