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Flores marchitas

Flores marchitas

Flores fuera de estación es el segundo libro de relatos de la autora española Margarita Leoz, que ganó el Certamen de Encuentros de Jóvenes Artistas de Navarra en 2007 con su poemario El telar de Penélope y el Premio Francisco Ynduráin de las Letras para Escritores Jóvenes en 2011. Se reconoce influenciada por los autores estadounidenses John Cheever y Tobias Wolff, lo que se percibe con claridad en los temas axiales de sus dos colecciones de relatos, la que reseñamos aquí y Segunda residencia, publicada en 2011, y es que el paso inexorable del tiempo sobre las personas y las cosas constituyen el fundamento de su narrativa.

Los cinco relatos de Flores fuera de estación son narrados por personas de mediana edad, edad suficiente para observar su entorno y mirar hacia atrás en un ejercicio nostálgico de la memoria. La metáfora más usada es la decadencia de la casa familiar, una vez que los padres la han abandonado, por haberse muerto o por incapacidad debido a la edad. En unos relatos la casa ha sido ya reducida a escombros, en otros la casa duerme su parálisis con los objetos útiles de antaño cubiertos de polvo y recuerdos; también aparecen las residencias de ancianos y los hoteles semi-abandonados durante el invierno mediterráneo, donde unos pocos jubilados sobreviven al calor del sol crepuscular. Los ancianos se adaptan a lo que la vida les depara, ya sin fuerzas para oponerse a su destino; agradecen las visitas esporádicas de sus hijos y piensan sólo en aliviar sus males físicos, que dificultan hasta las demostraciones de amor maternal: «Mi madre me rodea por la espalda, noto sus nudillos abultados hincándose en mis hombros y sé que aquel abrazo le ha dolido».

Atrás quedan el negocio familiar desmantelado, el coche que ya no se conduce, la piscina vacía, los útiles antiguos de escalada o la vieja Olivetti? Cuando los hijos sufren los primeros reveses de la vida (divorcio, paro, soledad, etc.) retornan a sus padres o a la casa de su infancia en busca de algo que les repare el corazón. Es entonces cuando ven a sus padres como personas individualizadas; cuando dejan de ser «mi padre» o «mi madre» los hijos se percatan de que aquellos tuvieron un pasado, de que fueron niños y jóvenes, se encontraron y se casaron «hasta que la muerte los separara».

Es el momento de las preguntas y de atesorar fotografías y anécdotas del pasado, caso de que aún sea posible oírlas de quien las experimentó. Pero la pregunta más acuciante en la mente de los hijos es saber cómo han conseguido sus padres vivir tantos años juntos sin dramas aparentes. Uno de los personajes, al cabo de la secuencia de historias, siente que pertenece a «una raza ajena, la de los que no conocen el amor. Y a eso se resume todo». En las últimas páginas de la colección se describe una boda al aire libre, azotada por ráfagas de viento «de una intensidad inusitada que trae efluvios salados» y no presagia nada bueno. Un final adecuado, al hilo de lo que hemos leído.

El título de la colección es muy apropiado, las fotografías de nuestros mayores nos recuerdan que en su día también florecieron y lucieron en todo el esplendor que la vida les permitió, si bien ahora están ya fuera de su tiempo y tan ajados que nos olvidamos de su capacidad para decidir y actuar como seres humanos.

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