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Ramas concéntricas

Un árbol en otros revela la singularidad estética de un poeta que transita entre lo reflexivo y lo sensitivo, lo íntimo y lo social, lo particular y lo universal

Ramas concéntricas

A Alberto Chessa (Murcia, 1976) le gusta arriesgar, quizá porque la poesía es una casa de apuestas en la que siempre se juega a todo o nada. En Un árbol en otros, ese riesgo se multiplica por dos: por un lado, desde el punto de vista editorial, destaca la elección de un sello que echa a andar con este libro; por otro, desde una perspectiva literaria, el autor abandona su hipotética «zona de confort» para mudarse a unas arenas movedizas donde comparecen registros inéditos hasta el momento en su obra. Así, en estas páginas alternan diversos esquemas rítmicos -desde el verso a la prosa, pasando por el versículo o el soneto a la inglesa-, se agitan temas dispares y se despliega el entramado de complicidades personales e intertextuales al que remite el título. En efecto, este es un «árbol» levantado como un diálogo con «otros», ya sean los nombres de las citas que funcionan como epígrafes o los destinatarios de las dedicatorias que encabezan las composiciones.

Sin embargo, no estamos ante una galería de homenajes ni ante un ingenioso artefacto conceptista, sino ante el libro más personal (y probablemente más logrado) del poeta. El lector asiduo reconocerá a primera vista varios motivos recurrentes de la estética «chessiana»: la otredad, el irreparable transcurso del tiempo o la meditación sobre el «juego de hacer versos». Lo primero se articula alrededor del reflejo especular en «Teoría y práctica del yeti», a propósito del hallazgo de unas fotos antiguas, o en el extraordinario « Aftershave», donde el sujeto advierte unas facciones familiares tras rasurarse la barba. Por su parte, el paso del tiempo, asociado al símbolo obsesivo de las manecillas del reloj, se muestra sin maquillaje melancólico («A tiempo») o filtrado por el distanciamiento irónico («Regreso al futuro del presente», que conjuga en pretérito el viaje futurista de Marty McFly). Finalmente, la metapoesía se adueña de «El bálsamo de Fierabrás» y «Luzbelia poética», dos exorcismos desengañados. Junto a estos temas, no obstante, cobra relieve una vertiente intimista que incluye el ajuste de cuentas con el pasado, la reconstrucción de la genealogía familiar o la estampa doméstica. Ahí hunden sus raíces algunos de los mejores textos del volumen: «Escombreras lady», donde se mezclan los acordes de King Crismon con el recuerdo del primer amor y la evocación de una geografía hostil; «Una espina clavada», que recrea un episodio infantil ligado al sentimiento de culpa; o «La casa roja», protagonizada por «esa casa roja que aún se sobrevive, / donde yo fui engendrado». La mirada retrospectiva y carente de autocompasión hacia esa historia personal, pero también en cierto modo colectiva, se complementa con el balance de un presente en el que la silueta de la pareja y los nombres de las hijas permiten conversar con la tradición cercana («Manan los nombres», escrito sobre la falsilla de «Me basta así», de Ángel González). También hallamos incursiones en una poesía cívica guiada por la indignación («Rosa de Reus») o por la denuncia de la actual sociedad del espectáculo (la apabullante écfrasis «World Press Photo»). En suma, si no queremos que el bosque de las novedades editoriales nos impida ver el árbol de la singularidad creativa, deberíamos acercarnos a las ramas concéntricas de unos versos que transitan entre lo reflexivo y lo sensitivo, lo particular y lo universal, y que consagran a Alberto Chessa como uno de los autores más apasionantes de nuestro animado panorama nacional

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