Rafael Soler (Valencia, 1947) se encuentra, por edad, próximo a la órbita de los poetas del 68, pero se dio a conocer a finales de los setenta. Su primer libro, Los sitios interiores (sonata urgente), estuvo entre los finalistas del prestigioso Premio Adonáis y se publicó en 1980 en la colección de la editorial Rialp. A pesar de ese prometedor y brillante comienzo, lo que siguió fue un prolongado silencio que duró veinticinco años, al menos en lo que respecta a su producción lírica, ya que como narrador tuvo una prolífica carrera durante la primera mitad de los años ochenta. Ese silencio se rompió en 2009, cuando se publicó un libro de título muy ilustrativo, Maneras de volver, al que siguieron Las cartas que debía (2011), Ácido almíbar (2014, Premio de la Crítica Literaria Valenciana) y No eres nadie hasta que te disparan (2016). Estos son sus libros de poesía publicados hasta la fecha, a los que tendríamos que añadir las antologías La vida en un puño y A pie de página, ambas de 2012.
Estamos ante un poeta que, aunque inició su andadura en 1979, es a partir de 2009 cuando empieza a prodigarse como tal. La suya es una poesía que opta de una manera decidida por el asombro y el misterio de la palabra, que bebe del cine y de la novela negra, pero también de la vida, que renuncia a la puntuación pero no a la ironía y a las diversas voces que ofrece la poesía.
Ya desde el título, deslumbrante y enigmático, Leer después de quemar supone algo nuevo. Se trata del tercer volumen de la colección Vuelta de Tuerca y es, al mismo tiempo, una antología y un nuevo libro. Es una antología porque todos los poemas proceden de sus libros anteriores, pero es un nuevo libro porque el orden es absolutamente inédito y los cinco poemarios se encuentran entremezclados. Ya el título resulta muy sugerente, al darle la vuelta a una expresión habitual en el cine y la novela de espías («quemar después de leer»). Pero, ¿cómo podemos leer después de quemar? Ahí radica la clave de lectura. Conocimos la historia de la Ilíada después de que ardiera Troya, pero es que, aunque los libros puedan arder, la palabra perdura y sobrevive, y admite nuevas lecturas en el futuro.
De una forma no carente de ironía, Rafael Soler aborda el prólogo del volumen, titulado «Y luego dirán que esto no es un prólogo», en tono de bando, haciéndonos saber algunas cosas. Lo que viene a continuación es un volumen que se divide en seis partes: «1. Basta callar para que todo empiece» (donde se incluyen 19 composiciones de sus cuatro primeros libros); «2. Perdidos en la misma cama» (subdividida, a su vez, en dos partes: «¿En qué lado duermo yo?», con 19 piezas; y «El otro cincuenta por ciento de la almohada», de 17 composiciones; y allí aparecen poemas de todos sus libros menos del primero); «3. Nadie dijo que esto iba a ser fácil», donde encontramos 14 poemas de sus cuatro últimos libros; «4. El principio del fin es amarillo», con 21 composiciones de sus cuatro últimos libros; «5. Quien por todos habla», con siete piezas de sus cuatro últimos libros; y «6. Cuerdo de atar estoy que vivo», con un poema de su primer libro y otro del último.
Es, desde luego, una estructura compleja, bien armada y tramada, que permite, no solo que nos hagamos una idea de la poesía de Rafael Soler, sino que tracemos una determinada lectura de su obra, desde los versos iniciales de «Parto a término» («Y qué salvar entonces / qué origen qué fulgor qué trabalenguas // epifanía de lo amargo por venir y lo nacido») o «No te acompañe nadie en este viaje» («Haz lo correcto / aunque sea alto el precio / y cruel su veredicto») hasta los finales de «Asomado a un instante que no es tuyo»: «mentirá el cielo en su estupor / mentirán los pechos resonantes / mentirán las dulces ligaduras // y esa tristeza de la ropa // pero es preciso indagar / es preciso indagar // solo así da su fruto / el vientre estéril de lo eterno». Gracias a Leer después de quemar, los versos y poemas de Rafael Soler adquieren un contexto nuevo y múltiples y renovadas posibilidades de lectura. No es poco.
