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El chico listo y el iceberg

Ernest Hemingway no tuvo una suerte pareja entre el éxito cosechado por su obra literaria y las versiones cinematográficas que se hicieron de sus novelas y cuentos. Al menos en lo que concierne a la calidad, que no a la audiencia, que merecieron las películas. Títulos que funcionaron bien en la taquilla como Adiós a las armas ( Franz Borzage, 1933) , ¿Por quién doblan las campanas? ( Sam Wood, 1943), Las nieves del Kilimanjaro ( Henry King, 1952), Fiesta (Henry King, 1957) o El viejo y el mar ( John Sturges- Henry King, 1958) han pasado a la historia con una discreción absoluta y escaso respaldo de la crítica. Paradójicamente tan solo una de sus novelas más discretas, Tener y no tener, debido tal vez al talento de su guionista, William Faulkner, y a la maestría de su realizador, Howard Hawks, merece un lugar de honor en el territorio del cine-negro y la aventura, al que no es ajeno su reparto: Humprhey Bogart, la debutante Lauren Bacall y el siempre magnifico Walter Brennan. Tal vez el problema de esta discordancia entre literatura y cine, radique en el estilo de Hemingway y en lo que se ha venido llamando «la teoría del iceberg». Una prosa seca, directa, fundada en rápidos diálogos, aparentemente intrascendentes, que construían una trama epidérmica, semejante a esas islas de hielo flotante que solo dejan ver un tercio de su dimensión, mientras el resto de su densidad permanece sumergida. Un explicación de la capacidad de sugerencia del autor que lograba que los lectores, una vez leída su obra, se la llevase a casa en la mente para descubrir detalles insospechados, la verdad, al cabo, de la historia.

El caso más curioso de la relación de Hemingway con el cine, se produce mediante la adaptación a la pantalla de uno de sus cuentos breves más famosos, Los asesinos. El argumento es sobradamente conocido: dos matones, dos tipos duros, entran una tarde en un dinner anejo a una gasolinera, e intimidan al dueño, al cocinero y al único cliente del local, no tanto por sus pistolas -que tardan en exhibir- como por sus palabras, una jerga, insultante y cínica, que acompañan con el latiguillo de «oye, chico listo», «¿Qué tienes de cenar chico listo» dirigida al dueño del local. Acto seguido, anuncian que están allí para matar al Sueco, a un cliente que suele llegar siempre a las seis de la tarde. Cuando dan las siete y el Sueco no ha llegado, los dos matones se largan y uno de los clientes corre a la pensión donde vive el Sueco para advertirle que están buscándole para matarle. El Sueco da las gracias pero anuncia que no piensa huir, ni avisar a la policía, que aguardaba ese momento. Y el cuento acaba.

En 1946, con guión de John Huston, Robert Siodmak, partiendo de inicio, literalmente, del cuento, que resolvió en diez minutos, realizó un estupendo largometraje, Forajidos, con Burt Lancaster y Ava Gadner, en el que nos contaban la parte sumergida del iceberg, la historia del Sueco que no aparecía en el cuento, una historia de gansters y amour fou. William Conrad y Charles McGrav daban vida a los dos asesinos. En 1964, Donald Siegel, hizo lo mismo, con muchas variantes, en una joya del cine negro: Código del hampa con John Casavetes y Angie Dickinson, acompañados de Lee Marvin y Clu Gulager en el papel de los dos escalofriantes matones. Ni Siodmack ni Sieguel pudieron eludir bajar a las profundidades para imaginar la mole del iceberg.

La semana pasada, revisando en Filmin la obra del gran A ndrei Tarkovskij, el cronista descubrió que su opera prima, su ejercicio en la escuela de cinematografía, fue, precisamente, Los asesinos, filmada en 1958 y ceñida, estrictamente, al cuento de Hemingway sin añadiduras de ningún tipo y con idénticos diálogos a los utilizados por Siodmak. Si éste tardó diez minutos en narrarlo, Tarkovsky lo hizo en veinte. Si Siodmak utilizó veinte planos vertiginosos, Tarkovskij no pasó de una decena de planos secuencia, consiguiendo tanta o más intensidad dramática que el primero. Su estilo lento, moroso, analítico ya estaba en marcha. Como su sentido poético de limitarse solo al poder original del cuento. En realidad, este articulillo era un iceberg para interesar al lector, en el fondo, sobre la filmografía del genial y difícil Tarkovskij.

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