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El clamor y el fango

El juego serio, del sueco Hjalmar Söderberg, es un texto lúcido y terrible sobre la servidumbre amorosa

El clamor y el fango

Imposible no recordar la primera frase de El buen soldado, la novela de Ford Madox Ford: «Esta es la historia más triste que jamás he oído». Pero tras la lectura de El juego serio, de Hjalmar Söderberg, se siente la tentación de desmentir al maestro inglés y endosarle el mérito al sueco. Curiosamente, entre ambos títulos median solo tres años. Si Ford publicó su obra en 1915, el libro de Söderberg apareció en 1912. Un fantasma de catástrofe recorría Europa por entonces. El amor es un asunto capital y a la vez un escenario lúdico. Esta novela asombrosa acepta dicho envite desde su título. La educación sentimental de un hombre llamado Arvid Stjärnblom sirve a su autor para pergeñar uno de los textos más lúcidos y terribles a propósito de la servidumbre amorosa. Söderberg urde la hazaña con los materiales más preciosos y sensibles, los más decisivamente humanos: empatía, ironía, ambigüedad. Su novela discurre con una facilidad engañosa, la misma con la que el tiempo burla cada vida, y va decantando en nuestro ánimo, a medida que la acción avanza, un poso de gratitud y otro de desasosiego. Gratitud por reflejar la relación más profunda con una paleta soberbia; desasosiego por contar esta peripecia sin ahorrarnos uno solo de los tributos que la edad y el egoísmo se cobran. El juego serio es apoteósica y al tiempo frustrante. Con una mano apunta al cielo y con la otra enseña el infierno; es decir: la mediocridad. Entrega al lector la gracia irresistible del amor y lo sume en la ciénaga de falsedades que lo nutre. Es un canto a la necesidad de amar para dotar de sentido nuestras vidas y a la vez una revelación de las fuentes pragmáticas que avivan cualquier afecto. Es el clamor y es el fango. «Te amaré siempre. No te abandonaré nunca». Pero los adverbios «siempre» y «nunca» carecen de sustrato material, son palabras sin objeto, que no pertenecen al lenguaje humano. Porque cuando decimos «siempre», cuando decimos «nunca», cuando escribimos «siempre», cuando escribimos «nunca», nos arrogamos una perspectiva del tiempo que no es la nuestra. Söderberg muestra que no hay amor que soporte los avatares de la distancia, la pobreza o el cálculo, despoja a sus protagonistas de cualquier acento heroico pero los inviste de una humanidad admirable. En sus encuentros y desencuentros, en sus matrimonios y adulterios, en sus promesas eternas y en sus eternos engaños, Arvid y Lydia, la pareja protagonista de El juego serio, son un precipitado exacto de nuestra condición. Pocas veces un escritor habrá trazado con mano tan sabia los vaivenes de un sentimiento a lo largo de las décadas. Pocas veces el resultado de ese viaje habrá sido caligrafiado con una prosa tan encendida como distante. A fin de cuentas, la vida sigue, continúa, perdura. Se amaron. Se abandonaron. Se reencontraron. Fracasaron otra vez. Sobrevivieron. En 1912, un escritor sueco escribió «la historia más triste que jamás he oído». Y resultó ser una obra maestra.

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