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Cifras y letras

Colgados del lenguaje de Picardo indaga en las analogías y los desacuerdos entre el metalenguaje científico y el lenguaje poético

Cifras y letras

El argentino Osvaldo Picardo sigue siendo un ilustre desconocido para los lectores españoles, a pesar de haber desarrollado una exigente labor editorial -estuvo al frente de las prensas de la Universidad Nacional de Mar de Plata, y actualmente dirige la revista La Pecera-, una sostenida faceta crítica y una sobresaliente producción poética, en la que destacan títulos como Pasiones de la línea (2008) o 21 gramos (2014). En su ensayo Colgados del lenguaje, el autor encara un reto no pequeño: analizar las relaciones dialécticas entre ciencia y poesía, desde la mera transferencia léxica hasta los «cambios de paradigma», según la terminología acuñada por Thomas S. Kuhn. Frente al divorcio entre los saberes técnicos y humanísticos, este libro propone una hipotética reconciliación que encuentra su punto de sutura en el arrastre gravitacional del lenguaje.

La previsible plantilla historiográfica se sacrifica, pues, en aras de un tejido reticular que permite abordar aspectos como la supuesta autonomía del metalenguaje científico, la utilización de metáforas y analogías en el terreno de la física o la contaminación que los «vertidos» químicos depositan en los versos. En estas páginas tienen cabida la presencia de la ciencia como tema poético -en un camino que lleva del entusiasmo futurista al desengaño irónico-, el estudio de los textos que recogen motivos de las ciencias o la proyección del discurso técnico en el imaginario de las letras. Los científicos seducidos por las musas y los poetas tentados por la exactitud fáustica intercambian a menudo sus roles en un desfile incesante. Aquí campan a sus anchas, juntos y revueltos, Einstein y Keats, Darwin y Bécquer, Newton y Pessoa, Heisenberg y Ernesto Cardenal. Atravesando los espacios de indeterminación que comparten ambas materias, Picardo construye un ambicioso friso que se vale de electrones, neutrinos, galaxias y quarks para concluir que el objetivo de las cifras y las letras no es otro que la persecución de la belleza. No se trata de darle la razón a Marinetti en que un automóvil de carreras sea más hermoso que la Victoria de Samotracia, sino de buscar la convivencia entre el ideal clásico de lo bello y el magnetismo de lo innovador: ignoramos para qué sirve el bosón de Higgs, pero no podemos dejar de admirarlo. La última parte de Colgados del lenguaje se centra en la obra de diversos poetas argentinos que han dado testimonio de ese traspaso de poderes, como Joaquín Giannuzzi, Héctor Freire o Arturo Álvarez Sosa. Desde luego resultaría muy interesante realizar un rastreo similar en la poesía peninsular, que nos conduciría desde los poemas químicos de María Cegarra ( Cristales míos, 1935) hasta los experimentos pospoéticos de Agustín Fernández Mallo, Vicente Luis Mora o Javier Moreno.

Como todo ensayo que se precie, Colgados del lenguaje ofrece más preguntas que respuestas. No en vano, la duda metódica es el principio por el que se guían los teoremas físicos y los poemas metafísicos. De ello da fe este ensayo seductor y polémico, donde la cultura de la ciencia rima con la voz de la conciencia.

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