Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El último romántico

El último romántico

Hace tres años, Toni Quero (Sabadell, 1978) nos disparó a quemarropa con Párpados, novela lírica y road movie que sorprendía por su insólita potencia evocadora, por la plasticidad de sus descripciones y por la envolvente atmósfera que guiaba el fatum trágico de sus personajes. El ímpetu romántico de aquel libro encuentra continuidad en El cielo y la nada (Premio Tiflos de Poesía), la segunda salida en verso del autor tras Los adolescentes furtivos (2009). Una década después de su opera prima, Quero regresa al lugar del crimen para rastrear las huellas de una rebeldía juvenil que se ha consumido bajo el peso de la rutina y los imperativos de la madurez. La introspección sentimental, la identidad nómada y la recreación de una imprecisa edad de oro vuelven a ocupar el centro discursivo de El cielo y la nada, cuyo título remite a la estatura de los postes telefónicos y al limbo amniótico en el que parece habitar la voz poética. Al igual que Párpados, este es un libro de (des)amor, pero exento de golpes de pecho y pataleos adolescentes. De hecho, el sujeto se oculta tras una panoplia de correlatos objetivos que proyectan una geografía cómplice: así, hallamos la evocación de viajes más o menos remotos («Orcadas», «Keitele», «Praga», «Angliru»), la confección de estampas mitológicas ligadas a su denominación de origen («Knossos»), el vagabundeo solitario por áreas de servicio netamente hopperianas «No lugar»), o la inmersión en los rincones virtuales del ciberespacio (el espléndido «Google Maps», que certifica la continuidad de las pantallas).

Sin embargo, sería injusto reducir El cielo y la nada a su dimensión erótica y a su condición de exorcismo privado. En estas páginas caben igualmente consignas colectivas y códigos generacionales, como los himnos de los noventa y su profuso merchandising («Nirvana»), el recuerdo de una belleza analógica envasada al vacío («Fuegos fatuos»), o la lasitud melancólica con la que recorren el presente quienes una vez fueron «jóvenes, anarkos y bellos». Con todo, Quero sabe que cualquier tiempo pasado solo fue mejor si lo observamos desde el retrovisor. Por eso tampoco faltan apuntes sociales, ya sea para reflexionar sobre el fracaso anunciado de las utopías («Primero tomaremos las plazas», se lee en «Los indignados») o para rendir homenaje a la disidente china Liu Xia. Otro aspecto reseñable del libro reside en su textura expresiva, en la que alternan verso y prosa, disposición estrófica y piruetas vanguardistas cercanas a la poesía visual. A ello se añaden los guiños intertextuales a Rafael Alberti («Respetadme, / fui un adolescente en los noventa») o Gil de Biedma («Yo también fui un joven poeta airado», «Porque una vez tuvimos veinte años / aunque eso ya no importa»), que demuestran que todo poeta acaba inventando su genealogía. En definitiva, El cielo y la nada confirma a Toni Quero como un explorador de la extrañeza, un flâneur del siglo XXI y el último romántico, alguien que aspira a eternizar el instante por el mero hecho de nombrarlo.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats