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Poemas en verso y poemas en prosa

Un caracol nocturno supone una magnífica muestra del quehacer lírico de Joaquín Zapata Pinteño

Joaquín Zapata Pinteño. nildo

Desde 2008, Joaquín Zapata Pinteño (Elche, 1943) reside habitualmente en Bogotá, y es precisamente allí donde se ha dado a conocer su poesía, a través de la amistad y el magisterio de diferentes autores, como Alberto Rodríguez Tosca, a quien Joaquín llama de una manera abierta su maestro. En 2015 publicó un poemario de título deslumbrante, La invisibilidad de la ceniza, dedicado a su madre y a Rodríguez Tosca, donde Zapata reunía composiciones escritas a lo largo de treinta años, desde 1985 a 2014. En 2016 salió, también en Bogotá, el segundo de sus libros, Escalones de agua, volumen al que siguieron la antología Memorias que no son (2017) y la novela Azariel: el hombre que domina el mar (2017).

Publicado en Ediciones Exilio, Un caracol nocturno vio la luz en noviembre de 2018. Ya en el propio diseño resulta un libro atractivo, que opta por un formato casi cuadrado que se presenta en horizontal, y donde los poemas solo se presentan en las páginas impares, dejando en blanco las pares. El volumen, que tiene una estructura perfectamente trabada, se inicia con un prólogo de Virgilio López Lemus titulado «En un rectángulo de agua». En realidad, el título del prólogo dialoga con el del libro y marca una determinada línea de lectura y de influencias que comienza con José Lezama Lima, de quien es la cita «un caracol nocturno en un rectángulo de agua», y continúa con Alberto Rodríguez Tosca y Rafael Alcides, presencias inexcusables en el volumen.

Un caracol nocturno, que se divide en cuatro apartados, se abre con dos citas sobre el silencio y con una dedicatoria. La primera cita es de Mario Sarmiento («No toda la distancia es ausencia, / ni todo silencio es olvido») y la segunda es de Manuel Altolaguirre («El silencio eres tú: cuerpo de piedra»). La dedicatoria reza así: «A los que me aman / a los que me amaron». A continuación, el libro se articula en cuatro partes bien diferenciadas, si bien las dos primeras son considerablemente más extensas que las dos últimas. Se trata de «El rencor de la vigilia», «Cortinajes del olvido», «Elegías» y «Políptico».

En la primera parte,»El rencor de la vigilia», Joaquín Zapata reúne veintiocho poemas breves, todos ellos con título, sin puntuación, que subrayan la importancia de la palabra, de la distancia y del silencio, repletos de poderosas imágenes que se centran en la ciudad, en la noche y en diferentes escenarios del desamor. El primer poema, «Entre acíbares y aceros», ya supone una auténtica declaración de intenciones: «la palabra se despierta / entre acíbares y aceros / y un callejón de piedra / se abre paso en la garganta». Ese mismo tono predomina en otra de las mejores composiciones de esta parte, «Hasta ser humo».

En la segunda parte, «Cortinajes del olvido», encontramos un total de veintidós poemas en prosa, de los cuales cinco habían sido publicados con anterioridad, si bien las versiones actuales incorporan modificaciones de importancia. Destacan la lucidez de «El regreso», la evocación infantil de «De nostalgias y naufragios», la belleza marchita de «Las hojas muertas», el niño ausente de «El caballo de cartón» y, sobre todo, la casa de Bogotá presente en «Guardar secretos», pieza que, en realidad, sirve como cierre de la segunda parte y anuncio de la tercera, «Elegías», donde encontramos tres composiciones necesarias, dedicadas a tres grandes ausencias: la de su hijo Miguel Ángel, la de Alberto Rodríguez Tosca y la de Rafael Alcides. Son tres textos dignos de antología, que justifican por sí mismos la existencia de este libro.

Cierra el volumen «Políptico», donde Joaquín Zapata convoca los versos de algunos de sus maestros, nombres sin los cuales resultaría difícil entender la poesía. Los convocados son Giovanni Quessep, Alberto Rodríguez Tosca, Antonio Machado, José Asunción Silva, Federico García Lorca y Rafael Alcides. Nada menos.

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