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Nuevos espectros de Marx

El filósofo Slavoj Žižek percibe en las derivas del nuevo capitalismo la vigencia de Marx y la caducidad del marxismo

Nuevos espectros de Marx

El fantasma ha sido una imagen recurrente en la literatura marxista, desde el célebre inicio del Manifiesto comunista hasta los Espectros de Marx, invocados por Jacques Derrida a finales del siglo pasado. El filósofo esloveno Slavoj ?i?ek (Liubliana, 1949) recurre también a la fantasmología para explorar la vigencia de los diagnósticos del Manifiesto, casi dos siglos después de su publicación. Convertido en rutilante estrella, calculadamente tosca, de la filosofía contemporánea, ?i?ek hace gala en este opúsculo de los rasgos de estilo que le han dado fama. Toda su obra, ya se dedique a análisis brillantes del cine contemporáneo o a densas interpretaciones de la historia de la filosofía, parece orientada a dirigir el debate filosófico-político de nuestro tiempo. Y a convertirse en un referente intelectual obligado, a medio camino entre el populismo de Laclau y el impoliticismo de Badiou, por citar dos de sus interlocutores filomarxistas habituales. Su agilidad para conjugar el ataque al descarnado capitalismo neoliberal con la crítica, ácida hasta la parodia, de muchos gestos dominantes en la izquierda, revela una singular destreza para hacer pasar la retórica por dialéctica y mezclar a Chesterton con Jeremy Rifkin.

Se ha dicho que, al margen de su éxito mediático a escala de un floreciente consumismo académico, una de las contribuciones filosóficas de ?i?ek ha sido reconstruir el pensamiento hegeliano desde las categorías del psicoanálisis. Sea cierta o no esta afirmación -o su inversa, que tanto da-, lo cierto es que Lacan y Hegel están muy presentes en su lectura de El manifiesto comunista. Ambos le sirven para plantear la pregunta inicial de su ensayo: dónde está el sujeto de esa historia de la dinámica capitalista que, según Marx, culminaría en su crisis definitiva y en la instauración de un comunismo internacional. La cuestión para ?i?ek no es si la propia marcha de los acontecimientos desde el siglo XIX a nuestros días pone en cuestión esa filosofía de la historia, que en el fondo no niega, sino cuál es su agente, toda vez que hace tiempo que dejó de serlo, o nunca lo fue, la clase trabajadora. El esloveno desconfía de la «cadena de equivalencias» que, al estilo de Laclau, pero también del feminismo político o del ecologismo, integrarían en una sola voz al precariado, los desempleados, los grupos oprimidos sexual o étnicamente, los damnificados por la devastación del medio, etc. Especialmente despreciable le parece la afirmación de que la ideología del patriarcado sea la ideología hegemónica, pues, a su dialéctico juicio, precisamente esa afirmación es ella misma «ideología dominante»: la engañifa que daría oxígeno a un sistema de mercado, que cumple con creces la destrucción de todas las instituciones patriarcales e idílicas, incluida la familia, que Marx y Engels ya atribuyeron a la fría burguesía capitalista. A ?i?ek le gusta comprobar que la historia del capitalismo le da la razón a Marx en un sentido hegeliano que éste no preveía.

Así, la destrucción de la espiritualidad por el capital ha devenido en espiritualización del propio proceso material de producción, reconvertido ahora, por obra de lo que llama el «internet de las cosas», en una suerte de intelecto general privatizado, encarnado en entelequias como Microsoft. El paso del fetichismo de la mercancía a un fetichismo de lo inmaterial es propio de un tortuoso proceso que, a pesar del marxismo, pero al mismo tiempo, de acuerdo con Marx, ha espectralizado tanto a los objetos de valorización como a su sujeto, convertido en un yo proteico, aspirante a emprendedor de sí mismo. El triunfo de la abstracta «financiarización» especulativa, que, paradójicamente, entraña un retorno de relaciones de dominación tan directas como la esclavitud, propicia una sustitución del capitalismo por el propio capitalismo. La historia desmentiría, así, el relato de la crisis capitalista anticipado en El manifiesto, o, como quiere creer ?i?ek, lo confirmaría mostrando que, en el fondo, no es la clase obrera sino el propio capitalismo «la base sustancial que genera los excesos que crean lugares de resistencia». Asumiendo la lógica inherente al despliegue de la historia, el filósofo insinúa que la revolución no es su fruto, sino su obstáculo, pues sólo puede tener lugar colándose entre sus brechas. De algún modo, el carácter negativo y contrahistórico del espinoso sujeto revolucionario estaría ya implícito en el pensamiento de Marx. Pero de un Marx entendido como el gran sujeto ausente de la filosofía marxista, «punto de referencia excluido de la serie». Así, para ser fieles al fantasma de Marx y «repetir su gesto fundacional de una manera nueva», parece que necesitemos, de un nuevo y portentoso filósofo médium o ventrílocuo. Pero ?i?ek está, a la luz de sus propios esfuerzos, bastante lejos de serlo.

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