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Amor en conserva

Crimen en el paraíso

Hierro, la miniserie que acaba de estrenar Movistar +, confirma la madurez que este formato televisivo está consiguiendo en nuestro país. Coproducida por España y Francia este interesante y hermoso thriller de ocho capítulos, de cincuenta minutos, escrito por Pepe Coria y dirigido por Jorge Coria, puede competir sin ningún tipo de complejo con algunas de las mejores producciones americanas que, al estilo de Fargo o True detective, han puesto en candelero la adictiva modalidad del relato episódico.

Uno de los grandes méritos de Hierro, sin lugar a dudas, radica, al margen de la interesante y correcta intriga criminal que nos cuenta, en la perfecta integración del paisaje de esta isla del Archipiélago Canario en la trama. Los hermosos planos aéreos de su suelo volcánico, la fotografía de sus acantilados y perfil costero, de sus fondos marinos o de las agrestes elevaciones potencian la idea claustrofóbica de la insularidad que, como un personaje más, condiciona una investigación policial que enlaza con la tradición clásica de la novela problema inglesa. El Hierro, aislada en el océano, comunicada a través de las puertas estrechas de un ferry y un avión diario, adquiere la dimensión solitaria y asfixiante de alguno de los argumentos más celebres de Agatha Christie que, como en Diez negritos o La ratonera, se desarrollan en un espacio cerrado. Solo que ese espacio se amplía, en esta ocasión, a la población isleña para convertirla en sospechosa de un crimen que, debido a sus restringidas comunicaciones, se ha colado en su tranquilidad paradisiaca. Paradoja del aislamiento físico que no puede evitar, en plena época de la globalización, las perversas filtraciones morales procedentes de otras latitudes

Es en este contexto en el que tiene lugar el asesinato de un joven isleño que destapa la caja de los truenos de la convivencia llenándola de recelos e inquietudes. La presencia de una jueza peninsular, recién llegada al pueblo, fría y rigurosa, ajena a las costumbres del lugar y con métodos implacables, y la condición de «forastero» del principal sospechoso del crimen, un empresario mal avenido con la comunidad, son los alicientes para elevar la tensión y el drama de una investigación en la que nadie parece inocente. Candela Peña -nuestra Anna Magnani- en el papel de jueza insobornable y antipática y Darío Grandinetti, interpretando al empresario exconvicto, contribuyen a otorgar poderosa credibilidad a una trama tan plena de «suspense» como carente de las estridencias y forzados efectismos del guion que suelen introducirse en estos seriales para levantar el interés de ese tipo de espectador que reclama siempre «más madera» en la acción, aunque ésta sea, por lo común, un chorro vulgar de queroseno. Un reparto excelente, en el que destacan Juan Carlos Vellido, Mónica López y Antonia San Juan, junto a los toques costumbristas de la vida en el Archipiélago, que nos sumergen en la verosimilitud ambiental y en ese exotismo paisajístico que series como Fargo supieron explotar como aliciente para tenernos enganchados a una pequeña pantalla, que cada día es más grande, en su voluntad de mostrarnos el mundo; como hiciera aquel cine glorioso que, con un afán documental, nos mostró las selvas, los desiertos y montañas en color o las grandes metrópolis del orbe en apabullante cinemascope.

Tras una visión de Hierro el cronista no puede sino agradecer a las autoridades y a la comunidad herreña su madurez y buen juicio a la hora de no caer en esas simplezas localistas, pueblerinas, que suelen oponerse a que una ficción criminal se enmarque en su solar empañando, supuestamente, su imagen. Si la belleza de Hierro no provoca un deseo irreprimible de coger el avión y de visitar la isla, es que ya no quedan turistas en el mundo, o lo que es peor, buenos y curiosos viajeros.

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